Con una parodia del mercado del arte en las subastas, inicia el musical Mierda de Artista en los Teatros del Canal. Desde una calavera dorada que nos recuerda a la obra Skull de Damien Hirst, la subasta termina con la última obra: Mierda de artista, de Piero Manzoni, hilo conductor para remontarnos a la Italia de los años 60 y descubrir de dónde vino «esa mierda».
Con un escenario que permitía a los actores moverse grácilmente entre bastidores, da inicio el musical. Se nos presenta a un Piero rodeado de personas, nunca solo, siempre el centro de atención de su novia, de su marchante, de la periodista y de su socio en la galería de arte. Un artista un tanto sofocado por quienes le envuelven, con deseos de soledad. A lo largo de la obra da esa sensación de que, a pesar de que parece interactuar activamente con todos, vive en su propio mundo, sumergido en sus brillantes pensamientos y en su romántica concepción de «cambiar el mundo del arte». Parece que las personas ni le vienen ni le van, le dan lo mismo… excepto por su rival artístico Yves Klein, a quien, más que un rival, consideraba un fraude y en torno a quien toda su misión «redentora del arte» giraba.
El fondo de la obra es, sin duda, la pregunta que está siempre en el aire: ¿A qué se le puede llamar verdaderamente arte? Y seguimos sin respuesta, pues la obra se burla del artista, del espectador, del «erudito del arte» (en el vulgo de hoy, el «cultureta»), del coleccionista, del comprador, del marchante, del amante del arte e incluso de la historia del arte. Y nos deja con la sensación de ser un poco idiotas, pues el mensaje de Manzoni, creo, sigue quedando incomprendido: intenta dar una lección al espectador de arte, y el espectador se la devuelve y con creces… Bastaría darse un paseo por el Tate para darse cuenta de por qué Manzoni quizá siga revolcándose en su tumba. La pregunta: ¿de verdad compraríamos mierda de arte? queda perfectamente respondida.
En cuanto a la forma, a pesar de que algunas partes del libreto dejen un poco que desear (hacer reír sin recurrir a lo soez o al «chiste fácil» es siempre complicado), el elenco hace que el escenario brille, y que el público ría y se emocione. Por mencionar algunos, Gemma Martínez, en el papel de Sofía Canevaro, la glamurosa, vanidosa e insaciable marchante de Manzoni, nos conquista desde el inicio; con esa potente voz e imponente talante, en el escenario se crece. La interacción con los de la orquesta, particularmente con Joan Miquel Pérez, en su papel de Agostino Bonalumi, es brillante y sorpresiva.
Sin querer contar más, recomiendo el musical. No os esperéis grandes efectos y, haciendo a un lado las «manchas» de vulgaridad del libreto, esperad una divertida puesta en escena, geniales interpretaciones y, dependiendo la disposición del espectador, una invitación a una reflexión más en profundo.
★★★★☆
Teatros del Canal
Calle Cea Bermúdez, 1
Canal
OBRA FINALIZADA