Yo fui una de las jóvenes que, durante la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, pude almorzar con el Papa Francisco. Este encuentro fue para mí como la cereza sobre el postre, pues venía trabajando como voluntaria internacional de la JMJ –soy de Colombia–, desde el mes de febrero y, a pesar de todo los sacrificios que esto supone, ya había ido viviendo muchas alegrías. El encuentro con el Papa Francisco, un hombre tranquilo, fue inolvidable, pues también fue un encuentro con jóvenes que representábamos al mundo entero y eso le dio una riqueza única. Sin duda, después de este almuerzo en el que el Papa nos preguntó, reímos, lloramos y rezamos juntos, quedó renovada para cada uno de nosotros nuestra misión: salir fuera de nosotros mismos y amar más.
El Papa Francisco es un hombre cercano, que quiere escucharnos y quiere aconsejarnos, es un hombre lleno de paz y con una alegría contagiosa. No le gusta simplemente darnos respuestas, sino que nos invita siempre a orar e ir a Jesús y María, a confiarles a ellos nuestra vida, nuestras inquietudes…, a escucharlos.
Aquella comida fue un encuentro entre amigos, pues al estar jóvenes que no hablábamos el mismo idioma, teníamos que encontrar la forma en que todos entendiéramos la conversación, y, gracias a Dios, yo pude ser traductora para el grupo y pude poner mis talentos al servicio de los demás. Lo de menos fue la comida: estábamos muy atentos a escucharnos y a escuchar al Papa, que nos habló de la realidad de hoy, de la sociedad y sus valores, y de que debemos vencer la visión economicista y vivir la humanista, la cristiana. Nos habló también de la sociedad que desecha todo aquello que no es productivo, que no sirve, por ejemplo los dos extremos de la vida: los mas jóvenes y los ancianos. Nos invitó a salir al encuentro con los otros; nos explicó que Dios es presente, que el pasado es una memoria, una huella, y que el futuro es Su promesa. Que no somos islas, que debemos vivir en comunidad y, dentro de la Iglesia, acompañarnos unos a otros. Nos animó a buscar a una persona con el don de consejo que acompañe nuestro camino de vida, y a orar siempre, dejando un tiempo para que el Señor hable a nuestros corazones y podamos escuchar qué nos pide. El Papa nos daba ejemplos, nos preguntaba si estábamos de acuerdo con lo que decía, y que si no, podíamos decírselo; y, además, nos preguntaba si la idea había quedado clara.
Para terminar, nos dejó unas preguntas –fue éste el momento en el que lloramos–: ¿Por qué hay gente inocente sufriendo; por qué hay jóvenes sin acceso a estudio y salud; y por qué estáis vosotros hoy aquí, almorzando junto a jóvenes que representan el mundo entero? Cuando respondáis a estas preguntas en vuestro corazón, incluso llorando… ah… estáis más cerca de Dios. Vosotros sois amados con un amor especial, y esto no es para que ensanchéis vuestra alma, no…, ¡es para que améis más! Nos invito a ponernos a los pies de María y a orar juntos, cada uno en nuestra lengua, un Avemaría.
Desde luego, y aunque nunca me lo hubiese esperado, esta invitación a comer con el Papa fue la mejor forma de cerrar mi JMJ.
Paula García