Mensaje del Sínodo de los Obispos al Pueblo de Dios. El mundo tiene sed de Dios
«No se trata de inventar nuevas estrategias», sino de descubrir los modos para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo se encuentren con Jesucristo. En esto consiste la nueva evangelización, explican los obispos en el Mensaje final del Sínodo. Frente a la magnitud de los retos actuales, se resalta la necesidad de conversión personal. Sólo así será posible un testimonio personal y comunitario más creíble ante el mundo
La situación no es fácil. «En todos los lugares se siente la necesidad de reavivar una fe que corre el riesgo de apagarse en contextos culturales que obstaculizan su enraizamiento personal, su presencia social, la claridad de sus contenidos y sus frutos coherentes». Los obispos constatan el avance de la desertificación espiritual, al que aludió el Papa en la Misa de apertura del Año de la fe. Sin embargo, el Papa señalaba también que esta experiencia de desierto genera también sed de Dios.
La metáfora de la desertificación entronca con el relato evangélico del diálogo de Jesús con la samaritana junto al pozo, que recorre todo el Mensaje de los obispos. El hombre contemporáneo está en búsqueda. «No hay hombre o mujer que en su vida, como la mujer de Samaría, no se encuentre junto a un pozo con un cántaro vacío, con la esperanza de saciar el deseo más profundo del corazón, aquel que sólo puede dar significado pleno a la existencia», se afirma en los primeros compases del documento. Pero esa búsqueda no siempre va bien encaminada: «Hoy son muchos los pozos que se ofrecen a la sed del hombre, pero conviene hacer discernimiento para evitar aguas contaminadas. Es urgente orientar bien la búsqueda, para no caer en desilusiones que pueden ser ruinosas».
¿Qué es la nueva evangelización?
En eso consiste básicamente la nueva evangelización: «La Iglesia siente el deber de sentarse junto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para hacer presente al Señor en sus vidas, de modo que puedan encontrarlo». Sin Él, no hay evangelización, porque «la fe se decide en la relación que establecemos con la persona de Jesús, que sale a nuestro encuentro» en la Iglesia, «el espacio ofrecido por Cristo en la Historia para poderlo encontrar».
Por tanto, «no se trata de inventar nuevas estrategias, casi como si el Evangelio fuera un producto para poner en el mercado de las religiones, sino de descubrir los modos mediante los cuales, ante el encuentro con Jesús, las personas se han acercado a Él y por Él se han sentido llamadas, y adaptarlos a las condiciones de nuestro tiempo», explica el documento. La nueva evangelización no intenta «conocer todo de nuevo», sino que se inserta en un «largo camino» de dos mil años, construido con «la entrega de tantos misioneros y de no pocos mártires, de generaciones de testigos de Jesús, de los cuales guardamos una memoria agradecida».
La novedad está hoy en las circunstancias: «Los cambios sociales y culturales nos llaman a algo nuevo: a vivir de un modo renovado nuestra experiencia comunitaria de fe y el anuncio»; a salir al encuentro de los bautizados que «se han alejado de la Iglesia»; a «construir comunidades acogedoras, en las cuales todos los marginados se encuentren como en su casa», y «que, con la fuerza ardiente del amor —Mirad cómo se aman (Tertuliano)—, atraigan la mirada desencantada de la Humanidad contemporánea».
La nueva evangelización empieza por uno mismo
Pero no hay evangelización sin conversión. Ésta ha sido una de las ideas más repetidas durante el Sínodo, y aparece también destacada en el Mensaje final. «Queremos resaltar que la nueva evangelización se refiere, en primer lugar, a nosotros mismos», constatan los obispos. «Hemos de reconocer con humildad que la miseria, las debilidades de los discípulos de Jesús, especialmente de sus ministros, hacen mella en la credibilidad de la misión. Somos plenamente conscientes, nosotros los obispos los primeros, de no poder estar nunca a la altura de la llamada del Señor y del Evangelio que nos ha entregado para su anuncio a las gentes. Sabemos que hemos de reconocer humildemente nuestra debilidad ante las heridas de la Historia y no dejamos de reconocer nuestros pecados personales. Estamos, además, convencidos de que la fuerza del Espíritu del Señor puede renovar su Iglesia y hacerla de nuevo esplendorosa, si nos dejamos transformar por Él. Lo muestra la vida de los santos, cuya memoria y el relato de sus vidas son instrumentos privilegiados de la nueva evangelización».
Los retos son oportunidades
«Nuestro mundo está lleno de contradicciones y desafíos, pero sigue siendo creación de Dios y, aunque herido por el mal, siempre es objeto de su amor y terreno suyo», subrayan los obispos. «No hay lugar para el pesimismo en las mentes y en los corazones de aquellos que saben que su Señor ha vencido a la muerte y que su Espíritu actúa con fuerza en la Historia». Por eso, aun reconociendo la gravedad de los problemas a los que se enfrenta hoy la Iglesia, la mirada tiene que ser de esperanza.
Fenómenos como la globalización y la inmigración son presentados como nuevas oportunidades «para extender la presencia del Evangelio». De igual modo, «las muchas y siempre nuevas formas de pobreza abren espacios inéditos al servicio de la caridad». Incluso la secularización es presentada desde esa perspectiva: «También en las formas más ásperas de ateísmo y agnosticismo podemos reconocer, aun en modos contradictorios, no un vacío, sino una nostalgia, una espera que requiere una respuesta adecuada».
La familia, actor decisivo
Una de las grandes coincidencias de los Padres sinodales —recoge el Mensaje— ha sido el «papel esencial de la familia en la transmisión de la fe», ya que es el lugar por excelencia en el que la fe pasa de generación a generación. De ahí la preocupación por el hecho de que hoy la familia «está atravesada por todas partes por factores de crisis, rodeada de modelos de vida que la penalizan, olvidada de las políticas de la sociedad, de la cual es célula fundamental, no siempre respetada en sus ritmos ni sostenida en sus esfuerzos por las propias comunidades eclesiales». Los obispos piden en la Iglesia «un especial cuidado» pastoral por la familia.
El documento menciona también la situación de los católicos que se apartan de las enseñanzas de la Iglesia en esta materia, asunto que preocupa especialmente en algunos países de Europa y que despierta siempre gran interés mediático. «Hay parejas que conviven sin el vínculo sacramental del Matrimonio; se extienden situaciones familiares irregulares construidas sobre el fracaso de matrimonios anteriores: acontecimientos dolorosos que repercuten incluso sobre la educación en la fe de los hijos. A todos ellos les queremos decir que el amor de Dios no abandona a nadie, que la Iglesia los ama y es una casa acogedora con todos, que siguen siendo miembros de la Iglesia, aunque no puedan recibir la absolución sacramental ni la Eucaristía. Que las comunidades católicas estén abiertas a acompañar a cuantos viven estas situaciones y favorezcan caminos de conversión y de reconciliación.
Todos, llamados a la evangelización
Toda la Iglesia está llamada a la nueva evangelización. Tras la familia, el Mensaje menciona la vida consagrada, que testimonia «que el sentido último de nuestra vida va más allá de este mundo», a través de una vida «dedicada totalmente a Él». También se resalta el papel de la parroquia. «Su función permanece imprescindible, aunque las condiciones particulares pueden requerir una articulación en pequeñas comunidades o vínculos de colaboración en contextos más amplios». Con respecto a «los movimientos eclesiales y nuevas comunidades», se los presenta como «expresiones de la riqueza de los dones que el Espíritu entrega a la Iglesia», y se les exhorta «a la fidelidad al propio carisma y a la plena comunión eclesial, de modo especial en el ámbito de las Iglesias particulares».
Mención aparte y especial se hace de los jóvenes. «La mirada de los obispos hacia ellos es todo menos pesimista. Preocupada, sí, pero no pesimista. Preocupada porque justo sobre ellos vienen a confluir los embates más agresivos de estos tiempos; no pesimista, sin embargo, sobre todo porque» se descubren en ellos «aspiraciones profundas de autenticidad, de verdad, de libertad, de generosidad, de las cuales estamos convencidos que sólo Cristo puede ser respuesta capaz de saciarlos». El reto para la Iglesia es «aprovechar y no apagar la potencia de su entusiasmo». En el ámbito juvenil, «la nueva evangelización tiene un campo particularmente arduo, pero al mismo tiempo apasionante, como muestran no pocas experiencias, desde las más multitudinarias como las Jornadas Mundiales de la Juventud, a aquellas más escondidas pero no menos importantes, como las numerosas y diversas experiencias de espiritualidad, servicio y misión. A los jóvenes les reconocemos un rol activo en la obra de la evangelización, sobre todo en su ambientes».
Diálogo con la cultura
Con respecto al ámbito del diálogo cultural con el mundo contemporáneo, se insiste en la «necesidad de una renovada alianza entre fe y razón, con la convicción de que la fe tiene recursos suficientes para acoger los frutos de una sana razón abierta a la trascendencia». El documento menciona también la necesidad de que la Iglesia esté presente en ámbitos como los medios de comunicación, la ciencia, el arte o la economía. También se recoge aquí el diálogo con otras religiones, que «quiere ser una contribución a la paz», y se pide nuevamente respeto a la libertad religiosa y los derechos humanos
Contemplación y caridad
Llama la atención al final del documento la mención a «dos expresiones de la vida de la fe» que los obispos consideran «de especial relevancia» para la nueva evangelización: la contemplación y la caridad. «Sólo desde la profundidad de un silencio que se pone como seno que acoge la única Palabra que salva, puede desarrollarse un testimonio creíble para el mundo», se afirma. «Sólo este silencio orante puede impedir que la palabra de la salvación se confunda en el mundo con los ruidos que lo invaden». Por ello, «necesitamos que momentos de contemplación se entrecrucen con la vida ordinaria de la gente. Lugares del espíritu y del territorio que son una llamada hacia Dios; santuarios interiores y templos de piedra que son cruce obligado por el flujo de experiencias que en ellos se suceden y en los cuales todos podemos sentirnos acogidos, incluso aquellos que no saben todavía lo que buscan».
«El otro símbolo de autenticidad de la nueva evangelización tiene el rostro del pobre». Por eso, «a los pobres les reconocemos un lugar privilegiado en nuestras comunidades, un puesto que no excluye a nadie, pero que quiere ser un reflejo de cómo Jesús se ha unido a ellos». La caridad, al mismo tiempo, debe ir acompañada del «compromiso con la justicia».
El Mensaje concluye con diversos llamamientos a los cristianos de las distintas regiones del mundo.
A los cristianos de las Iglesias Orientales, «herederos de la primera difusión del Evangelio», se les anima a persistir en las pruebas «y tribulaciones, que dan testimonio de vuestra participación en la cruz de Cristo». También se valora el testimonio en la dificultad de los cristianos de Asia, «una pequeña minoría en el continente en el que viven casi dos tercios de la población mundial».
A los cristianos de África, se les muestra gratitud por su testimonio del Evangelio, «muchas veces en situaciones humanas muy difíciles», y se les exhorta a «reforzar la identidad de la familia» y a «desarrollar el encuentro del Evangelio con las antiguas y nuevas culturas».
A los fieles de Iberoamérica, se les exhorta a «vivir en un estado permanente de misión», con «esperanza y alegría», y se valora la importancia de las distintas «formas de piedad popular fuertemente enraizadas en los corazones».
De los cristianos de Norteamérica, se muestra admiración por los «frutos generosos de fe, caridad y misión», en un contexto cultural a menudo «lejos del Evangelio». También se pide una acogida generosa a la «nueva población de inmigrantes y refugiados».
Y con respecto a Europa, se menciona la «fuerte secularización, a veces agresiva», a pesar de lo cual no han dejado de surgir experiencias de fe concretas y decisivas para la evangelización del mundo, muchas veces rebosantes de sanidad: riqueza del pensamiento teológico, variedad de expresiones carismáticas, profundidad de experiencias contemplativas…».
Concluyen los obispos: «Las dificultades del presente no os pueden dejar abatidos, queridos cristianos europeos: éstas os deben desafiar a un anuncio más gozoso y vivo de Cristo».