La canonización de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II nos ha hecho reflexionar a todos sobre la necesidad de ser santos. Pero, ¿pueden ser santos también los niños? ¡Claro que sí! La historia de Mari Carmen González-Valerio, una niña de Madrid, es prueba de ello. Mari Carmen murió con sólo nueve años, pero tuvo que vivir bastantes dificultades. Eso sí, lo hizo siempre muy unida a Dios.
Durante la Guerra Civil que hubo en España, en la cual los católicos fueron perseguidos, su padre fue asesinado y su madre tuvo que esconderse. Mari Carmen había hecho la Primera Comunión pocas semanas antes, y parece que Jesús le dio muchas fuerzas. Siempre estuvo tranquila, incluso cuando tuvo que estar separada de su madre, y perdonó a los asesinos de su padre. Cada día, rezaba para que se arrepintieran y pudieran salvarse.
Esa fuerza que le daba Dios se vio de forma muy especial en los últimos meses de su vida, cuando estuvo enferma. El Jueves Santo de 1939, durante la Misa, Mari Carmen había decidido entregarse totalmente a Dios, para ser «toda de Él». Al salir de la iglesia, pidió a su abuela que compraran pasteles para celebrarlo, como hacían los días de fiesta. Pocos días después, cogió una escarlatina, que se fue complicando sin parar, hasta que, al final, tuvo una infección de la sangre.
Al sufrimiento por la enfermedad, se unía el que le causaban los tratamientos: le hicieron una operación en la cabeza, todos los días le ponían muchas inyecciones que le dejaron heridas en todo el cuerpo, le hacían tomar un puré que le daba asco… Un día, dijo que le dolía «desde este pelo hasta la uña de la punta del pie». Sin embargo, Mari Carmen no se quejaba nunca, y no quería rezar para ponerse buena, sino para «que sea lo que Dios quiera». Como se había entregado totalmente a Dios, le ofreció a Él todos estos sufrimientos, para unirlos a los de Jesús en la cruz por los asesinos de su padre.
La gente le pide muchos favores
Desde que murió, su familia ha trabajado para difundir su vida, porque están convencidos de que es santa. Empezó su hermana Lourdes, que se hizo carmelita. Ahora que ella ha muerto, siguen adelante los hijos de sus hermanos y de sus primas. Entre ellos, están Patricia y Marta, hijas de las primas. Ellas nos explican que, «para nosotros, Mari Carmen ha sido una más en la familia». La conocen muy bien por todo lo que les contaba su tía Lourdes, y saben que, desde el cielo, les ha ayudado mucho con sus problemas.
Pero Mari Carmen no es sólo una persona cercana a su propia familia. «Desde el convento, la tía Lourdes consiguió que la conocieran en pueblos de Cuba, de Brasil… La gente le pide favores de todo tipo», y muchos están convencidos de que se los ha concedido. Por eso, los recopilan para ver si hay algún milagro que el Vaticano pueda reconocer y proclamar Beata a esta niña.
Mari Carmen se portó de forma heroica durante su enfermedad, pero esto no habría sido posible sin vivir la amistad con Dios en el día a día. Lo mostraba a su manera de niña, guardando como un tesoro estampitas de santos y dando catequesis a las muñecas. Cuando fue creciendo, apuntaba en un cuadernito las cosas que había hecho bien y las que tenía que mejorar. Quería ser santa, pero sabía que eso suponía algún sacrificio. Ella lo expresaba diciendo que, «para ser santo, hay que chincharse».
Esta amistad con Dios se reflejaba en el amor a los demás. Patricia y Marta, hijas de las primas de Mari Carmen, cuentan que «no era la típica niña buenita, sino que tenía un genio tremendo», que pronto aprendió a controlar muy bien, y obedecía siempre a la primera. No le gustaban nada las mentiras. Siempre tenía muy presentes a los pobres: cuando alguno llamaba a casa, le daba algo de sus ahorros. Otras veces, pedía a los mayores dinero para comprarles juguetes a los niños pobres, o les regaló los suyos de Reyes. También pidió a su madre que tratara bien a los sirvientes.
Pero Mari Carmen no hacía todo esto sola. Le ayudaba el recibir a Jesús en la Eucaristía. Desde la Primera Comunión, iba cada día a Misa, aunque tuviera que madrugar mucho.
También quería mucho a la Virgen María, y desde los cuatro años era la encargada de dirigir el Rosario que rezaban en familia. Siguiendo su ejemplo, en este mes de la Virgen y de Primeras Comuniones, también nosotros podemos pedirles a Jesús y a la Virgen que nos ayuden a ser santos.