Lucila Rodríguez-Alarcón: «Las acciones comunitarias de odio producen soledad»
Directora general de la Fundación porCausa, aborda en su primer libro, Activistas del amor (La Imprenta) cómo las personas, inmersas en un ajetreo comunicativo constante, no somos capaces de salir de un sistema que no nos hace bien. El texto propone alternativas al modelo imperante a través de la reivindicación del amor, entendido como un acto político conscientemente elegido.
—Este libro aboga por ser activistas del amor, pero deconstruye la idea de que el amor es algo ñoño.
—No es una cuestión de debilidad ni de fragilidad, ni de romanticismo. Es un modo de estar en el mundo. Evangélico.
—Ahora vamos a mirar a nuestro alrededor. Vivimos en un contexto utilitarista. ¿Aquí funciona esta deconstrucción?
—Por un lado, no tenemos que convencer a nadie de que estamos emocionalmente peor que nunca. Yo abro el libro con esos datos, pero todo el mundo lo sabe. El tema es cómo salimos de aquí. Propongo una forma que se basa en estudios sociológicos, antropológicos, neurológicos. La neurociencia nos permite ahondar en cosas que intuitivamente ya sabíamos. Tú puedes elegir otro camino. Y mi misión no es convencerte, sino aportarte los datos que te permitan a ti elegir. El problema es cómo deconstruimos esa animadversión que hay contra el amor, que es un constructo que viene de la capacidad transformadora que tiene y del miedo del sistema a esa capacidad transformadora.
—¿El miedo al amor significa el miedo a la entrega?
—No, el miedo al amor es el miedo al poder de construcción del amor, porque es indivisible. Cuando la sociedad está unida con un objetivo constructivo, eso no se puede manipular. Es como las comunidades cristianas. Son una fuerza brutal. Y eso, al sistema, le da mucho miedo, porque hay una cohesión que no hay con el odio. Una de las características de la sociedad actual es que hay muchísima soledad. Porque todas las acciones comunitarias, de odio a un tercero o a un sistema, lo que producen es soledad. Y, ahí, somos absolutamente manipulables.
—¿Es solo una manipulación ideológica o social, o también hay económica?
—Es cien por cien económica, es un problema del capitalismo. Si tú te sientes triste y solo, te puedes comprar una cosa y que, aparentemente, se te quite la tristeza. Pero eso lo que hace, en realidad, es que te hundas en un espacio de consumo infinito en el que nunca vas a conseguir llenar el vacío. Para eso hay que tener una estructura en la que te encuentres sin necesidad de producir y de recibir por producir. Que es la familia, es la comunidad.
—En su carrera ha podido vivir todo tipo de procesos. ¿Cómo se ha enfrentado a la propuesta de vivir desde el amor y cómo lo ha recibido la gente?
—Creo que hace falta muchísima fuerza y convicción para mantener sistemas basados en el amor. Hay que recordar que es un contrapoder brutal y hay que ser capaz de no tener miedo. No tener miedo a perder el poder.
—A lo mejor tiene que destruirse todo para poder construir algo de cero.
—No, qué va. Hay muchísimos sistemas que han cambiado por sustitución. No por destrucción. Yo soy muy de construir cosas alternativas.
—Póngame un ejemplo de amor.
—El amor es cualquier decisión que tú tomas en la que el objetivo primigenio es la comunidad. Con la convicción de que, si la comunidad está bien, tú vas a estar bien. A partir de ahí, la creación de espacios comunitarios a través del amor puede ser cualquier espacio… Por ejemplo, espacios vecinales que han conseguido crear sistemas de cogestión. Y no todos los vecinos son simpáticos. Lo que pasa es que, en lugar de pegarse y perder el tiempo denunciándose unos a los otros o no llegar a un acuerdo de cómo se utiliza el parterre, luchan, trabajan desde la convicción de que hay que llegar a un acuerdo de cómo se usa el parterre, porque así podrán disfrutarlo todos.