Javier Cercas: «He querido restituir al Papa toda su complejidad» - Alfa y Omega

Javier Cercas: «He querido restituir al Papa toda su complejidad»

María Martínez López
El autor con el Pontífice durante su viaje a Mongolia
El autor con el Pontífice durante su viaje a Mongolia. Foto: Penguin Random House.

Ningún periodista ha preguntado al Santo Padre por una cuestión esencial como la vida eterna. Es lo que se propuso hacer este escritor, ateo y anticlerical, cuando un representante del Vaticano le ofreció acompañar a Francisco a Mongolia y escribir un libro con total libertad. El resultado es El loco de Dios en el fin del mundo (Random House).

Ha dicho que conoció a muchos Bergoglios. Él mismo hablaba de una realidad poliédrica, unitaria pero con muchas caras diferentes. ¿Fue capaz de vislumbrar el conjunto, el verdadero Francisco que los englobaba a todos?
Eso debe decidirlo el lector. Yo, en todo caso, he tratado de acercarme al máximo al personaje y describirlo con la máxima honestidad y complejidad. Y lo mismo con la Iglesia. Como persona, yo definiría a Bergoglio como un hombre en lucha consigo mismo, alguien muy consciente de sus propios defectos y flaquezas que ha luchado a muerte por ser el mejor que podía ser; por eso creo que de él puede decirse lo mejor que se puede decir de un Papa, que es lo que dijo Hannah Arendt de Juan XXIII (no en vano el modelo de Bergoglio): que fue un cristiano sentado en la silla de san Pedro. Por otra parte, como Papa creo que todo lo que hizo fue tomarse muy en serio el Vaticano II y su principal enseñanza, que consiste en volver al cristianismo primitivo, al cristianismo de Cristo. ¿Se quedó a medias? Mucho menos que a medias: para realizar esa revolución la Iglesia necesita muchos Papas que se tomen al menos tan en serio como este el Vaticano II.

¿El mundo, que se ha volcado estos días en despedirlo, llegó a conocerlo?
Por supuesto que no: la imagen que los medios ofrecían de él era totalmente simplificada, plana, elemental, lo cual por otra parte es lógico. En este libro yo he querido, como decía, restituirle toda su complejidad (y también toda la complejidad de su Iglesia y su cristianismo).

¿Qué es lo que más le rompió los esquemas de este «loco de Dios» que estaba al frente de la Iglesia?
Este libro transcurre en Mongolia y en el Vaticano, y le aseguro una cosa: Mongolia es muy exótico, pero el Vaticano lo es mucho más. Me refiero, claro está, al Vaticano de verdad —que es el que yo he conocido e intento describir—, no al de los clichés de las malas películas y las malas novelas, que no tiene nada que ver con el de verdad. ¿Qué me ha sorprendido en este Vaticano? Todo, desde el principio hasta el final: las casi 500 páginas que he escrito tratan en gran parte de eso.

Con su cariño a los mayores, las madres y los «santos de la puerta de al lado», a él debió de agradarle la pregunta de si su madre vería de nuevo a su padre al morir. ¿Le ha cambiado a usted, no ya la respuesta, sino poder formularle la pregunta a él?
Lo que me ha cambiado por completo es escribir este libro. Lo cual por otra parte es lógico: escribir un libro es siempre una aventura, y una aventura de verdad te cambia por completo, y la de este libro ha sido excepcional, entre otras razones porque a ningún escritor le había permitido el Vaticano emprenderla. Por eso me he sentido un privilegiado. Mi propósito principal ha sido estar a la altura de ese privilegio.

Investigó y habló con todo el mundo en el Vaticano durante un año y medio solo para llegar a esa conversación clave con Francisco en el avión. ¿Cómo fue ese momento?
Extraordinario. Pero no me pida que se lo cuente. Este libro es a su modo una novela policíaca —aunque una novela sin ficción—, en cuyo centro está el enigma fundamental del cristianismo y, por lo tanto, el enigma o uno de los enigmas fundamentales de nuestra civilización: la resurrección de la carne y la vida eterna. Quien no cree en eso no es cristiano. No lo digo yo: lo dice san Pablo. Y yo quería preguntarle por ese asunto al Papa; un asunto por el que, increíblemente, nadie le ha preguntado. Quería preguntarle si mi madre iba a ver a mi padre después de muerta, como ella aseguraba tras la muerte de mi padre (porque eso es lo que asegura el cristianismo, o lo que promete, más bien); quería formularle esa pregunta al Papa, quería escuchar su respuesta y llevársela de vuelta a mi madre. Eso es lo esencial de este libro. Y también es lo esencial del cristianismo.

¿Fue difícil el ejercicio de desprendimiento, de intentar mirar la Iglesia con ojos limpios, sin «racionalismo supremacista», como ha dicho?
Eso fue lo más difícil de todo: llegar al Vaticano, al centro de la Iglesia católica, sin prejuicios —ni a favor ni en contra—, con los ojos limpios, como dice usted, para ver qué es lo que de verdad ocurre ahí, qué hacen y qué piensan y qué dicen y qué buscan quienes dirigen la Iglesia; empezando, claro está, por el Papa Francisco; en qué se ha convertido una institución que ha sido absolutamente decisiva en los últimos 2.000 años de historia de Occidente. ¿He conseguido lo que buscaba? Créame: lo he intentado por todos los medios y con todas mis fuerzas; pero, como es natural, solo el lector puede decidir si lo he conseguido o no.