El descubrimiento de los manuscritos del mar Muerto tuvo lugar en 1947 y está considerado el hallazgo arqueológico más importante del siglo XX. Como sucede con los grandes descubrimientos, fue fruto de la casualidad. Unos jóvenes pastores beduinos intentando recuperar una cabra extraviada, se toparon con una gruta en la que había unos pergaminos con letras hebreas de tiempos de Herodes (siglos I a. C. – I d. C.), del tiempo de Jesús. Tras el hallazgo de aquella primera gruta, varias campañas arqueológicas localizaron hasta once cuevas con manuscritos y otras 56 con otros objetos. El dominico Roland de Vaux fue uno de los primeros directores de las campañas que se fueron sucediendo. A mediados de los años 50, se habían encontrado más de 800 manuscritos, en su mayoría pergaminos, y algunos papiros. Aunque buena parte de ellos estaban fragmentados y deteriorados, otros se habían conservado casi íntegros.
La comunidad de Qumrán
Unas décadas antes del nacimiento de Jesús, un grupo de judíos que se decían fieles a la tradición mosaica y se denominaban los hijos de la luz, rompieron con el judaísmo institucional del templo de Jerusalén, convencidos de que las injerencias helenistas primero, y romanas después, traicionaban la tradición de sus antepasados –modificación del calendario, alteración de las normas de pureza, revisión de los rituales religiosos…–. Aquellos judíos ortodoxos, varones procedentes del movimiento esenio, decidieron abandonar Jerusalén y retirarse al desierto, a la región de Qumrán, a orillas del mar Muerto, y fundar allí una comunidad dedicada a la oración y al estudio de la Biblia.
En el año 70 d. C., el Ejército romano destruyó el templo de Jerusalén y comenzó un proceso de persecución hacia los judíos. Los hombres de Qumrán, autores de los manuscritos, convencidos de que tenían que prepararse para el final y que la llegada de los romanos era cuestión de tiempo, escondieron los rollos que formaban su gran biblioteca en vasijas que ocultaron en las grutas que rodeaban la zona escarpada del desierto, a unos metros de la ribera del mar Muerto.
Entre los 800 manuscritos encontrados por los arqueólogos hay tres tipos de escritos. Los textos bíblicos, toda la Biblia hebrea, básicamente el Antiguo Testamento cristiano. Los textos parabíblicos, más de 200 manuscritos que contienen comentarios a los textos bíblicos (pesharim, midrasim, targumim…) y una gran colección de textos apócrifos del Antiguo Testamento. Los textos extrabíblicos, una serie de obras de carácter legal, histórico y litúrgico que describen quiénes eran, legislan la vida del grupo y organizan la comunidad.
Los manuscritos del mar Muerto reflejan el contexto social, político y religioso que se vivía en la ciudad de Jerusalén en el siglo I. El Documento de Damasco, la Regla de la Comunidad, el Rollo del Templo, el 4QMMT y otros textos extrabíblicos, describen la situación en la que se encontraba el judaísmo en tiempos de Jesús. A través de ellos conocemos los grupos que habían surgido en un judaísmo dividido y descubrimos las razones que llevaron a los romanos a iniciar un proceso de persecución hacia los judíos. El Nuevo Testamento alude de manera superficial a la situación que se vivía en el entorno del templo y nombra a grupos como los fariseos, saduceos, escribas, celotas o sicarios… No olvidemos que la intención de los evangelistas no era contar la historia de lo que estaba pasando, sino anunciar la buena noticia del mensaje de Jesús.
Desde su hallazgo, los manuscritos del mar Muerto han sido objeto de especulación y de una buena dosis de ficción. Su presencia en los medios de comunicación no ha cesado siete décadas después de su descubrimiento. Afirmaciones sensacionalistas como que Jesús formó parte de la comunidad de Qumrán, que Juan Bautista era el líder del grupo, que el Vaticano oculta unos manuscritos que cambiarían la historia de los orígenes del cristianismo… Nada más lejos de la realidad. El mensaje de apertura que Jesús transmite a sus discípulos contrasta con la mentalidad cerrada del grupo del desierto. La interpretación de la ley que hace Jesús se opone a la lectura literal que se hace en los rollos. Ojalá el Vaticano tuviera alguno de los 800 manuscritos que hoy se custodian en las cámaras acorazadas del Museo del Libro, en Jerusalén.