Los jóvenes, con Cristo, protagonistas del siglo XXI
Quienes son sucesores de los Apóstoles, pastoreando a la Iglesia en nuestro país, esperan entusiasmados la llegada del sucesor de Pedro. Saben bien lo que la alegría profunda y los momentos de intensa oración de una JMJ pueden hacer en el corazón de un joven: arraigarle en Cristo para que, con Él, sea protagonista del siglo XXI
El escándalo de la Cruz y su sentido salvador
+ José Delicado Baeza, Arzobispo emérito de Valladolid
Los jóvenes vais a ser actores y protagonistas de las relaciones sociales en el siglo XXI. ¿Con Cristo, o sin Cristo?
Ésta es la cuestión. La Cruz que habéis portado os ha acompañado en vuestro camino por las diócesis para celebrar esta Jornada Mundial de la Juventud, en la que va a participar el Papa Benedicto XVI, con particular y sacrificada entrega. El madero parece el símbolo, pero la historia humana tiene como escudo gráfico un corazón humano tal como lo certifica san Juan en su evangelio, un hombre crucificado con los brazos abiertos y el corazón traspasado. Parece un acontecimiento trivial. Pero san Juan recuerda que la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron». Y en otro lugar de este mismo evangelio recuerda el que iba a ser crucificado: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Desde la cruz, Jesús pide perdón al Padre por todos los pecadores, «porque no saben lo que hacen». Todo parte del amor de Dios. ¿Por qué ama Dios a los hombres? Porque su ser es así: no sólo ama sino que es Amor. Pura gracia y misericordia, referidas al hombre. La manifestación inicial de su amor hecho ternura y benignidad extremas es la Encarnación: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único». Por eso, la benignidad de Dios tiene un nombre entrañable: se llama Jesús. Toda su vida fue una epifanía de esa bondad y amor, desde su nacimiento hasta su crucifixión. Pasó haciendo el bien. La concentración máxima de ese amor es el Misterio Pascual, que en sí mismo comprende esa doble dimensión: muerte y resurrección: «Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo».
Si el hombre acoge este amor de Dios en el Espíritu Santo de una manera dócil, descubre el panorama completo de su existencia y del sentido de la vida; se siente integrado en una familia de hermanos en Cristo y, por eso, con todos los hombres, porque no se puede amar a Dios sin amar al prójimo.
Así comienza el Papa Benedicto XVI su primera encíclica: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él»: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Y prosigue la encíclica: «Hemos creído en el amor de Dios. Así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». Subrayemos esta definición de la fe, que implica, como ya escribió el Beato Juan Pablo II ante el nuevo milenio, la conversión, y «se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la Historia».
El Papa Benedicto XVI insistirá especialmente en esta disposición de fe y corazón abierto para vivir con Cristo. Y testimoniarlo como el Buen Samaritano de la parábola, porque «la caridad cristiana es, ante todo, y simplemente, la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los prisioneros visitados, etc. El programa del Buen Samaritano, el programa de Jesús, es un corazón que ve». Este corazón va donde se necesita amor y actúa en consecuencia.
Y los jóvenes estáis particularmente abiertos a estas necesidades, si vuestro espíritu está entregado dócilmente en la fe y el amor a Cristo, el Señor.
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No es un festival de rock
+ Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo de Toledo y Primado de España
Viene el Papa; llega a Madrid para una JMJ. Que venga Benedicto XVI a España ya es un suceso extraordinario y siempre con un valor añadido; que el motivo de su Viaje sea un encuentro con jóvenes de todo el mundo nos llena de alegría, porque a ellos les ha invitado a vivir firmes en la fe, arraigados en Cristo, el Señor. Se trata de Cristo, centro de nuestra vida; sí, de Él que atrae a los jóvenes no a una especie de festival rock modificado en sentido eclesial con el Papa como estrella. No es un gran espectáculo que, aunque hermoso, sería en el fondo de poco significado para la cuestión de la fe y de la presencia del Evangelio.
Ya he vivido unas cuantas JMJ, como obispo, en diferentes diócesis; con otros muchos miles y millones de jóvenes protestaríamos por considerar este encuentro mundial con el Papa una simple fiesta con fuegos artificiales. Claro que una JMJ tiene un carácter peculiar de alegría. Pero no nos equivoquemos: la alegría llega y nos rodea porque Cristo vivo está en medio de nosotros, está en su Iglesia con la fuerza de su Evangelio. A eso viene a servir Benedicto XVI, en su ministerio petrino.
Esa alegría -lo dijo el Papa- no es comparable con el éxtasis de un festival de rock. Explicaba Friedrich Nietzsche que el arte no consiste en organizar una fiesta. Eso es relativamente fácil. El arte consiste en encontrar personas capaces de alegrarse en ella. Y esa capacidad de alegrarse viene de Cristo, que hace a los jóvenes encontrarse unos con otros, pero juntos con Cristo.
¡Bienvenido, Santo Padre! Le esperamos con el corazón henchido de paz y de deseo de encontrar en Cristo la alegría que no se agota.
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Más que unas Jornadas
+ Fernando Sebastián, Arzobispo emérito de Pamplona y Obispo emérito de Tudela
La experiencia de las JMJ es desbordante. Desde fuera se puede teorizar si son o no eficaces, desde el punto de vista pastoral y apostólico. La opinión es libre. Pero cuando se viven por dentro, con buena voluntad, lo que allí ocurre tiene una fuerza espiritual que le lleva a uno en volandas como la fuerza de los vientos a los veleros del mar.
Como es natural, una reunión de tantas personas requiere mucha preparación, muchas previsiones, mucha intendencia. Pero, una vez que las Jornadas comienzan, todo eso pasa a segundo plano y lo que se vive son los encuentros, las catequesis, las Eucaristías, las confesiones, la solidaridad entre todos, la visibilidad y la práctica de la fe que te envuelve y te penetra haciéndote sentir lo que en la vida normal queda demasiado escondido y excesivamente silencioso, por la frialdad del ambiente y por las mismas ocupaciones de nuestra vida ordinaria.
El encuentro del Papa con los jóvenes está precedido de unos días de intensa oración, en los que los jóvenes viven experiencias espirituales fuertes que les preparan para vivir intensamente las horas de la Vigilia y de la gran Eucaristía final. La figura del Papa, sus gestos, sus palabras tienen una fuerza especial para mostrar y hacernos vivir la realidad de la Iglesia en su verdad sociológica y en su misterio profundo.
La verdad sociológica de la Iglesia, entre otras cosas, son esos miles y miles de jóvenes limpios, tranquilos, contentos, que rezan y cantan y se sienten felices porque sienten cercana la presencia de Jesucristo, la gran esperanza y la gran riqueza de la Humanidad. El Papa es el signo viviente de la continuidad de Jesús en nuestro mundo. Son los mismos jóvenes quienes dicen que esa experiencia de verse con tantos amigos que viven su misma fe y ver ante ellos la figura venerable del Papa como testigo de la fe apostólica y católica les entusiasma y les llega a lo más hondo de su corazón.
Y, a la vez, en estos días se siente el latido espiritual y profundo de la Iglesia, que no es nada exterior ni nada de este mundo, sino la cercanía de Jesús dentro de nosotros, como una luz que ilumina, como un viento que empuja, como un espíritu que vivifica. El estar allí, fuera de sus ambientes normales, junto con tantos otros jóvenes del mundo entero, favorece la escucha de la palabra de Jesús, ayuda a percibir su verdad y su fuerza. En las Jornadas hay muchos cambios de vida, muchas decisiones importantes, renovaciones espirituales y verdaderas conversiones. Por todo ello tenemos que dar gracias a Dios y a cuantos trabajan en su preparación y realización.
ón el recuerdo dolorido de los que no están, de los que no se enteran o no se interesan, de los que no han descubierto en su vida la grandeza del Señor. Esto es responsabilidad nuestra. Los primeros testigos de la resurrección del Señor fueron pocos. Pero de ellos, unos cuantos entregaron la vida para anunciarla por la anchura del mundo. Eso mismo tiene que ocurrir ahora. A quienes creemos en Él y gozamos de su presencia, el Señor nos pide que anunciemos a nuestros hermanos el Evangelio de la salvación con la sencillez de la verdad y la fuerza del convencimiento y del amor.
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La fe hace amigos de Dios y crea fraternidad
+ Ricardo Blázquez, Arzobispo de Valladolid
El lema de la JMJ habla de arraigar en Jesucristo por la fe. Es una celebración de la fe, presidida por el Papa y abierta a la anchura del mundo y al futuro insondable. Quien dice joven dice futuro y dice esperanza; Cuatro Vientos será un templo abierto a los llegados de los cuatro puntos cardinales para compartir gozosamente la fe en el Señor y la disponibilidad a ser sus testigos.
Al creer decimos Sí a Dios y acogemos confiadamente su Palabra. Creer significa entrar en la compañía de Dios, que rompe radicalmente nuestro aislamiento. Por la oración, que es como la respiración de la fe, comunicamos amigablemente con Jesucristo que se convierte en el confidente de nuestro corazón con sus temores y esperanzas, con sus aspiraciones e incertidumbres. En el santuario del corazón y en la comunidad cristiana nos dirige su palabra de Amigo y podemos dialogar con Él sobre todo lo que nos ocupa y preocupa.
Además, por la fe cruzamos el umbral de la casa que es la Iglesia, la familia de los creyentes. El que cree nunca está solo; tiene a Dios como Padre y a los demás cristianos como hermanos. Vivimos en una sociedad en que el individualismo y la incomunicación profunda campan a sus anchas a pesar de todos los instrumentos de comunicación social; pues bien, la fe nos arraiga en Jesucristo y nos da hermanos, nos introduce en la compañía de Dios y en la fraternidad de la Iglesia. Sin Dios no hay luz para el camino, ni horizonte de largo respiro, ni meta como norte de la vida. Sin hermanos, la vida padece una dura soledad; y sin Dios acogido confiadamente se esfuma el sentido de la vida y quedamos a la intemperie. La fe en Dios es una gracia incomparable: ¡no es lo mismo creer que no creer!
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La sencillez del sabio y la humildad del santo
+ Santiago García Aracil, Arzobispo de Mérida-Badajoz
Con estas palabras podría trazarse el dibujo espiritual del Papa Benedicto XVI. Hombre de gran sabiduría teológica y de vastísimos conocimientos, muestra el perfil de un destacado humanista y el rostro de un verdadero hombre de Dios. Así abre su corazón a la Humanidad del mismo modo que extiende sus brazos ante quienes le saludan y le acogen. Su actitud espiritual y su buen hacer pastoral se vuelcan en un gesto de paternal abrazo al mundo que el Señor le ha encomendado evangelizar. La profunda y manifiesta humildad que le caracteriza le lleva a manifestarse como profundo admirador del Papa que le precedió, y como un entusiasta continuador de las obras principales que Juan Pablo II inició y consolidó en su largo y renovador pontificado. Por la finura de su corte intelectual y por la destreza de su probado estilo pedagógico está regalando, a quienes le escuchan y leen, la riqueza de profundos mensajes y el agrado de una fácil comprensión. Podríamos decir que ha sido enviado por el Señor para ofrecer el Evangelio como alimento para todos los que desean aprender, y para propiciar el gozo de encontrarse con las maravillas del Señor a cuantos temían quedar ajenos a ellas por temor a la dificultad de entender.
El Papa Benedicto XVI, ante el comentado temor de encontrar un sucesor de Pedro capaz de ejercer airosamente el pontificado, tras el impacto arrollador del Papa Magno, ha manifestado, con la sencillez del sabio y con la humildad del santo, que la obra del Señor se cumple en cada tiempo y en cada circunstancia mediante la entrega fiel y confiada de sus elegidos. Benedicto XVI es el elegido del Señor para conducir la nave de la Iglesia surcando las embravecidas olas a través del agitado mar de nuestro mundo. El Papa que gobierna hoy la Iglesia, con la asistencia del Espíritu Santo, es una muestra elocuente de la Providencia de Dios que todo lo hace bien para provecho y salvación de quienes le buscan con sincero corazón. Por tanto, le auguramos un feliz encuentro, verdaderamente evangelizador, con los jóvenes con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud.
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¿A qué viene el sucesor de Pedro a España?
+ Carlos Osoro, Arzobispo de Valencia
Nos narra el evangelista san Juan, en los relatos posteriores a la Resurrección, que, cuando Pedro vio al Señor en el lago Tiberíades mientras estaban asombrados por la abundancia de la pesca, se lanzó corriendo a buscarlo: «Se ató la túnica y se echó al agua». Sin duda alguna habría que ver la prontitud y el afán que manifestaría Pedro en búsqueda de su Señor. ¡Sin pensarlo se lanzaría para abrazarlo! Traigo a la luz este pasaje evangélico porque estoy convencido de que, con el mismo ímpetu que se lanzó el Apóstol para encontrar al Maestro, se lanza de nuevo el sucesor de Pedro, en la persona de Benedicto XVI, para compartir unos días con nosotros, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud. Quiere comunicarnos la misma experiencia que Pedro tuvo con el Señor: ¿qué le diría al Señor y qué le diría el Señor? Viene en su nombre para hablarnos al corazón y seducirnos con el amor de Dios, invitándonos a vivir cada jornada de nuestra vida a la luz del «encuentro renovado con Cristo, Verbo del Padre hecho carne». Estoy convencido de que van a ser días de gracia y bendición para la Iglesia española, donde podremos experimentar la misma gracia que fortaleció la fe y lanzó a la misión a Pedro y a los demás apóstoles.