Los hombres no mienten. ¿El amor te ata o te libera? - Alfa y Omega

A la salida del teatro, mi novio y yo iniciamos un debate serio —muy serio—, acerca de Los hombres no mienten. Coincidimos ambos en una cosa: Arturo Fernández sigue siendo merecedor y digno de aplausos como los que está recibiendo en el Teatro Amaya. Por su interpretación no pasan los años. Así transcurrió nuestra escena:

–Cariño, el teatro ha muerto, ya no se tratan los problemas existenciales del hombre.

–¡Cómo que no! ¿Te parece poco existencial la infidelidad matrimonial?

–Existencial es hablar del origen de la infidelidad. Y no tratar de excusarla o justificarla. Existencial sería ahondar en la soledad que produce sentirse engañado.

–La protagonista, Silvia, se siente sola y engañada y lo demuestra. Te estás pasando de listo…

–Sí, es cierto, pero ella sostiene y defiende a duras penas una fidelidad que no sabe ni para qué sirve, ni por qué hay que procurarla. Entiendo que al ser una comedia, algo tan delicado como el adulterio se trate de manera superficial…

–Hombre, superficial, superficial… acuérdate de Luis, el tercero en cuestión. En la obra vemos que su vida es un fracaso por culpa, una vez más, de los cuernos. Y aquí creo que hay un debate acerca de las consecuencias del adulterio.

–No queda claro. Constantemente se recurre en la obra a la expresión «tu matrimonio estaba abocado al fracaso» y, así, se trata de escurrir el bulto… no justifica la infidelidad que un matrimonio ya estuviera abocado al fracaso. Es ahí donde está la frivolidad.

–Pues mira, para mí, la frívola es ella. Silvia. Que por cierto, está sobre actuada. Por encima de todo, le importa el dinero y la apariencia, y con su marido ¡negocia el número de veces que le ha sido infiel! Pero volvemos al género de la comedia… el humor tapa lo que de verdad están viviendo los personajes.

–Mira, el humor deja ver de lo que adolece nuestra sociedad. A día de hoy, nos encontramos con cientos de matrimonios así: si no se han divorciado, mantienen una especie de pacto en el que hay de todo menos amor; y la relación entre Pablo y Silvia lo deja ver. Creo que aquí, la cuestión que se plantea realmente es la del amor: el amor conyugal, con el que dos personas buscan la felicidad, la propia y la del cónyuge.

–Sí, claro, se presupone que cuando dos personas se casan es porque han descubierto que van a ser felices así…

–Pues bien, si dos personas se aventuran a casarse es porque han descubierto que el mejor bien que existe en el mundo es la otra persona. El otro, siempre es lo mejor para mí. Entonces aquí creo que la libertad está mal entendida.

–Vaya, ¿pasamos del amor a la libertad?

–Es que están muy ligados. De hecho, pueden ir realmente de la mano estas dos experiencias ¿El amor te ata o te libera? Con frecuencia oímos decir a la gente que «no soy libre» al referirse a «estoy casado». Y decía que la libertad está mal entendida, porque no se trata de hacer lo que uno quiere entre varias opciones… o sea, elegir entre serle fiel a mi mujer o no, sino que el acto mayor de libertad es poner en juego la propia libertad, entregarla otra persona y casarse con ella. Y porque es un acto tan noble y tan profundo –o debiera serlo–, genera tantas crisis el adulterio. Y volvemos a Silvia. Ella es una mujer guapa, inteligente, que se ha casado con un hombre al que ama pero, después de 25 años parece que está justificado echar una canita al aire. Ha llegado a un punto en el que sostiene una fidelidad social y no real, plena de sentido. Serle fiel a alguien significa amar y respetar a una persona.

–Ya sé por dónde vas, cariño… ¿me estás pidiendo matrimonio?

Los hombres no mienten

★★★☆☆

Teatro:

Teatro Amaya

Dirección:

Paseo General Martínez Campos, 9

Metro:

Iglesia

OBRA FINALIZADA