Los cristianos «han de gozar de la plena ciudadanía» - Alfa y Omega

Los cristianos «han de gozar de la plena ciudadanía»

«No temas, pequeño rebaño». Esta cita evangélica se convierte, en boca del Papa, en mensaje lleno de ternura, dirigido a los probados cristianos de Oriente Medio. Pero Benedicto XVI no se limita a expresarles su cercanía. En la exhortación Ecclesia in Medio Oriente, el Papa les anima a perseverar y a ser fermento de convivencia, en uno de los rincones más convulsos del planeta. El documento quiere también contribuir a poner las bases para la convivencia en la región, desde el respeto a la libertad religiosa

Ricardo Benjumea
Momento de la firma de la Exhortación apostólica Ecclesia in Medio Oriente, en la basílica de San Pablo, de Harissa.

La Exhortación de Benedicto XVI se arranca con un diagnóstico sin paliativos sobre la dramática situación de Oriente Medio: «¡Cuántas muertes, cuántas vidas destrozadas por la ceguera humana!… ¡Qué triste es ver a esta tierra bendita sufrir en sus hijos, que se desgarran con saña y muerte!».

El Papa no entra en polémicas políticas, como el conflicto israelo-palestino. «Es sobradamente conocida la posición de la Santa Sede», afirma. Lo que ahora le interesa es lanzar un mensaje mucho más de fondo: «La paz no es sólo un pacto», sino «el estado del hombre que vive en armonía con Dios, consigo mismo, con su prójimo y con la naturaleza. Antes que algo exterior, la paz es interior». Por tanto, no habrá paz sin conversión.

Éste es un llamamiento especialmente dirigido a los católicos, a pesar de todas las dificultades. «La situación en Oriente Medio es en sí misma un llamamiento urgente a la santidad de vida», les dice. También se hace necesario un mayor impulso a la unidad, entre los católicos de los distintos ritos, y entre los cristianos de las diversas confesiones. El camino para esa unidad es la fidelidad y el «ejemplo de la primera comunidad de Jerusalén», un «modelo para la renovación de la comunidad cristiana actual». En ese sentido, «los santos y los mártires, de cualquier pertenencia eclesial, han sido —y algunos lo son todavía— testigos de esta unidad sin fronteras en Cristo glorioso».

La verdadera comunión de los cristianos —según el mensaje que lanzó la Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio, en 2010— es condición para un testimonio creíble. Comunión y testimonio son dos caras de la misma moneda. Escribe Benedicto XVI, en la Exhortación, que la comunión, «aun cuando atañe de manera imperativa a los cristianos, en razón de su fe apostólica común, no deja de estar menos abierta para nuestros hermanos judíos y musulmanes».

Ecumenismo, una prioridad

Le Exhortación hace repetidos llamamientos al diálogo ecuménico a todos los niveles, desde «el respeto por el otro, la disposición para el diálogo en la verdad, la paciencia como una dimensión del amor, la sencillez y la humildad de quien se reconoce pecador ante Dios y el prójimo, la capacidad de perdón, de reconciliación y purificación de la memoria». A un nivel, en la vida pública, el Papa pide esfuerzos, como el intentar «que se hable con una sola voz sobre las grandes cuestiones morales».

«Por otra parte —reconoce—, existe ya un «ecumenismo diaconal en el campo de la caridad y la educación entre los cristianos de las diversas Iglesias y comunidades eclesiales». Además, el Papa lanza una serie de propuestas concretas para reforzar esos lazos. «Para empezar, y con la ayuda de Dios, se podría llegar a acuerdos para una traducción común» del Padrenuestro.

Diálogo interreligioso

«Son muchos y profundos los vínculos entre cristianos y judíos», escribe Benedicto XVI. «Ambos están anclados en un precioso patrimonio espiritual común», y «también tienen la Biblia, que en gran parte es común». En el pasado, «ha habido numerosas y reiteradas incomprensiones», e incluso «persecuciones insidiosas o violentas». Pero, a la vez, «las aportaciones mutuas a través de los siglos han sido tan fecundas que han contribuido al nacimiento y florecimiento de una civilización y cultura conocida como judeo-cristiana».

Con respecto a los seguidores de Mahoma, afirma el Papa que la Iglesia «mira con estima a los musulmanes, que ofrecen un culto a Dios, especialmente mediante la oración, la limosna y el ayuno». Las relaciones no han sido fáciles. Las «diferencias doctrinales han servido de pretexto a los unos y a los otros para justificar, en nombre de la religión, prácticas de intolerancia, discriminación, marginación e incluso de persecución», reconoce.

Libertad religiosa

Pero, a pesar de todas las dificultades, el Papa percibe elementos de gran fecundidad en la relación entre los tres grandes pueblos que comparten «la misma vida cotidiana en Oriente Medio», y han configurado «una simbiosis peculiar. Ése es precisamente uno de los grandes retos que se proponía Benedicto con el viaje al Líbano y con Ecclesia in Medio Oriente: contribuir a cimentar la convivencia, desde la garantía del derecho de todos a participar en la vida pública sin exclusiones. La situación se ha vuelto particularmente difícil para los cristianos. «Los católicos de Oriente Medio, la mayoría de los cuales son ciudadanos nativos de su país, tienen el deber y el derecho de participar plenamente en la vida nacional, trabajando en la construcción de su patria. Han de gozar de la plena ciudadanía, y no ser tratados como ciudadanos o creyentes de segunda clase. Al igual que en el pasado, cuando, como pioneros del renacimiento árabe, eran parte integrante de su vida cultural, económica y científica» en sus países, también hoy desean contribuir al bien común. Lo hacen, por ejemplo, al construir «escuelas, hospitales e instituciones de todo tipo, donde se acoge a todos sin discriminación alguna».

Recibiendo al Papa a su llegada a Beirut.

Es posible el entendimiento entre todos. A los musulmanes y judíos, el Papa les lanza la misma propuesta que, en el pasado, ha presentado a los agnósticos o a las personas de otras confesiones en Occidente. Ese lugar de encuentro es la ley natural, que proclama «los derechos fundamentales de la persona humana», y a la que es posible llegar por la razón.

Frente a la suspicacia habitual entre los musulmanes, añade Benedicto XVI: «No es justo afirmar que estos derechos son sólo derechos cristianos del hombre. Son simplemente derechos exigidos por la dignidad de toda persona humana». Y en entre ellos está «la libertad religiosa», que el Santo Padre denomina «la cima de todas las libertades», puesto que «abarca tanto la libertad individual como colectiva de seguir la propia conciencia en materia religiosa». De entrada, «ha de ser posible profesar y manifestar libremente la propia religión y sus símbolos, sin poner en peligro la vida y la libertad personal».

Sana laicidad

En algunos países de Oriente Medio, es delito celebrar Misa en un domicilio privado, o poseer una Biblia. Benedicto XVI, sin embargo, no se conforma con pedir que se levanten este tipo de restricciones. «Es preciso pasar de la tolerancia a la libertad religiosa», afirma. El Papa pide un diálogo, en particular con el Islam, e invita a éste a valorar la bondad de la libertad religiosa, a partir de «una reconsideración de la relación antropológica con la religión y con Dios». Dicho de otro modo: «La verdad no es posesión de nadie, sino siempre un don que nos llama a un proceso que nos asimile cada vez más profundamente» a ella. «La verdad sólo puede ser conocida y vivida en la libertad; por eso, no podemos imponer la verdad al otro; la verdad se desvela únicamente en el encuentro de amor».

El problema es el fundamentalismo, pero también el laicismo, que excluye la dimensión religiosa de la vida pública. El justo equilibrio se encuentra en una «sana laicidad», que «garantiza que la política actúe sin instrumentalizar a la religión, y que se pueda vivir libremente la religión sin el peso de políticas dictadas por intereses, a veces poco conformes, y con frecuencia hasta contrarios a las creencias religiosas».

Forzados a emigrar

Son a menudo los cristianos quienes sufren «las consecuencias de los conflictos» en la región, dice el Papa. Viven sometidos a una gran presión. «Después de haber participado durante siglos en la construcción de sus respectivas naciones», a menudo hoy se les empuja a emigrar a lugares donde, con sus familias, «puedan vivir con dignidad y seguridad, y espacios de libertad donde puedan expresar su fe sin estar sujetos a tantas restricciones. Esta opción es desgarradora. Afecta gravemente a personas, familias e Iglesias. Mutila a las naciones y contribuye al empobrecimiento humano, cultural y religioso de Oriente Medio. Un Oriente Medio con pocos o sin cristianos ya no es Oriente Medio».

Benedicto XVI apoya los esfuerzos por evitar lo que califica como sangría fieles, y, al mismo tiempo, anima a los fieles a permanecer en sus países y a «no vender sus bienes». En cuanto a la diáspora, que conforman los varios millones de cristianos de Oriente Medio emigrados y exiliados, el Papa hace un llamamiento a las diócesis de acogida, para que se les reciba «con caridad y estima», y para que se les dé «la oportunidad de celebrar según sus propias tradiciones».

La Iglesia católica promueve la dignidad personal de la mujer. Dos mujeres chiítas, en los días de la visita del Papa.

La otra cara de la moneda son los nuevos trabajadores extranjeros en la región, «procedentes de África, el extremo Oriente y el subcontinente indio», fundamentalmente en las zonas petroleras. Su situación es muy dura, a veces cercana a la esclavitud. A menudo «explotadas y sin poder defenderse…, estas personas son a veces víctimas de transgresiones de las leyes locales y las convenciones internacionales». Por ello, «necesitan una delicada atención de sus pastores», pide el documento.

La familia cristiana

En la segunda parte de la Exhortación, el Papa se ocupa de los distintos segmentos que conforman la Iglesia en la región: Patriarcas, obispos, seminaristas, laicos… También se detiene en la familia cristiana, que «se ve más que nunca frente a la cuestión de su identidad profunda», puesto que «las características esenciales del matrimonio sacramental —la unidad y la indisolubilidad— y el modelo cristiano de familia, de la sexualidad y del amor, se ven hoy en día, si no rechazados, al menos incomprendidos por algunos fieles».

También hay referencias a la situación de la mujer. El Papa recuerda que «el primer relato de la creación muestra la igualdad ontológica entre el hombre y la mujer». Y afirma: «Quisiera asegurar a todas las mujeres que la Iglesia católica, fiel al designio divino, promueve la dignidad personal de la mujer y su igualdad con los hombres». Ciertas formas de discriminación «ofenden gravemente no sólo a la mujer, sino también y sobre todo a Dios».

Misión en Oriente Medio

Por último, en la tercera parte del documento, el Papa traza algo así como una hoja de ruta para el Año de la fe. También en entornos hostiles debe haber misión, ya que «dar a conocer al Hijo de Dios muerto y resucitado, el único Salvador de todos, es un deber constitutivo de la Iglesia y una responsabilidad imperativa para todo bautizado». Esto deberá hacerse, claro está, «con discernimiento» y sabiendo reconocer las expectativas y los límites.

El testimonio es el instrumento privilegiado para la evangelización. Sobre ello, el Papa cita algunos ejemplos, como «el servicio de acogida de los niños en las guarderías y orfanatos», o la atención «a los pobres» y a «las personas discapacitadas.

Otro ejemplo son «los centros educativos, las escuelas, los institutos superiores y las universidades católicas de Oriente Medio». Estas instituciones educativas, «sin hacer proselitismo, acogen a alumnos o estudiantes de otras Iglesias y de otras religiones». Es un servicio importantísimo al diálogo ecuménico e interreligioso, y también una contribución de gran peso a la convivencia civil. «Demuestran de manera palpable que, en Oriente Medio, es posible vivir en el respeto y la colaboración, mediante una educación en la tolerancia y una búsqueda continua de calidad humana», dice el Papa.

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