Los cinco consejos de monseñor Munilla para confesarse bien - Alfa y Omega

Los cinco consejos de monseñor Munilla para confesarse bien

María Martínez López

• Examen de conciencia: «Estamos llamados a buscar no solo el elenco de nuestros pecados, sino sus causas últimas», que son «lagunas de Dios en mi vida». Por eso, hay que «conocer mi vida a la luz de la mirada de Dios, no hacer una mera introspección». Por eso, se puede hacer de muchas formas: con las bienaventuranzas, con las obras de misericordia, con el Evangelio… También «pueden ayudar las celebraciones comunitarias» con confesión individual.

• Dolor de los pecados: «Debemos ponernos en la presencia de Dios y tomar conciencia de que la esencia del pecado es que el Amor no es amado. El signo de que está bien hecho es que coincide una gran alegría por el amor de Dios y un gran dolor» por haberlo ofendido. «Solo es consciente de la gravedad del pecado el pecador que ya ha sido perdonado».

• Propósito de enmienda: Sin él, «es imposible que la contrición sea perfecta. No parte de la seguridad en nosotros mismos», de que no se va a repetir ese pecado, «sino en la disposición a seguir adelante en lo que Dios nos ilumine, abiertos al discernimiento sobre qué puede indicarme Él para poner a buen recaudo su gracia».

• Confesar los pecados al sacerdote: «Satanás es vencido en la firme decisión de hacer luz en nuestra vida y poner todo encima de la mesa con transparencia. Recuerdo a una catequista que de pequeños nos aconsejaba decir primero lo que más cuesta y a lo bruto».

• Cumplir la penitencia: «Primitivamente, se cumplía antes de recibir la absolución. En los sucesivos cambios, la Iglesia va intentando facilitar las cosas para mostrar el rostro misericordioso de Dios». Por eso hoy las penitencias son muy livianas, y por ello «corremos el peligro de perder de vista la importancia de la purificación que hace falta en nuestro corazón». Por eso, sugirió que aunque se reciba una penitencia suave, «se puede sugerir al sacerdote alguna concreta» en relación con los propios pecados, «y también tomar en serio que en la vida cristiana tiene que haber cierto nivel de mortificación».