Liberarnos del miedo - Alfa y Omega

En los últimos tiempos, hay realidades humanas que se nos han hecho más evidentes. La COVID-19 nos ha situado en un panorama que quizás nunca antes habíamos experimentado: la incertidumbre, la sensación de no conocer lo que nos hace daño y un mundo emocional de angustia y ansiedad que, para muchos seres humanos del mundo occidental, han podido ser novedad. Aquí el miedo ha ocupado un espacio significativo.

Dentro del mapa emocional humano, el miedo ocupa un lugar privilegiado. Todas las personas padecen el miedo. Hay muchos agentes que provocan el miedo. Algunos de estos agentes son más evidentes y forman quizás un elenco más concreto. Por ejemplo, el miedo a la oscuridad, a estar encerrados, a la soledad o a la enfermedad. Esta emoción tiene la capacidad de registrarse de forma potente en nuestro cuerpo y en nuestra conciencia. Es inherente a la vida humana y alivia pensar que todos podemos sentirla, con manifestaciones diversas.

La complejidad del miedo es evidente. Puede que no sea tan evidente qué lo produce y cuáles son los efectos que tiene sobre nosotros. De ahí que lo haga una inminente experiencia subjetiva. Genera una honda experiencia que afecta a nuestro pensamiento, a nuestro cuerpo y a nuestro mundo más interno.

Desde esta realidad podemos descubrir una serie de miedos mucho más existenciales. El miedo a la muerte, a la vulnerabilidad y a la pérdida de sentido. La realidad que vivimos nos ha confrontado con estos tres elementos generando angustia y terror en muchos de nosotros. Es cierto que no son exclusivos de la pandemia. Hay enfermos que han vivido estos mismos miedos. Pensemos también en quienes atraviesan una fuerte crisis en su vocación. El miedo, por ser humano, es también espiritual.

Si contemplamos a Jesús de Nazaret entre los olivos del huerto de Getsemaní descubrimos un miedo angustioso y aterrador. El Evangelio nos sitúa ante la tristeza y la angustia que sintió el Señor cuando se acercó a la Pasión. Humanamente y espiritualmente nos podemos reconocer en Él una vez más. Jesús lo afrontó con oración y con abandono. El relato nos sitúa en una escena de soledad y de sueño. Los discípulos que acompañaron a Jesús quedaron agotados de la subida a Jerusalén. Dormidos en medio de la oscuridad dejan solo a Jesús que, hasta tres veces, se marcha apartándose a orar. En medio del miedo se hace necesario situarse junto al Padre. Encontrar explicación y acogida. El Señor, sintiendo tan terrible emoción, en soledad, vive que solo la confianza en un Padre bueno le abrirá a la capacidad de liberarse del miedo. Entregar su propia vida le permite atravesar el terror del miedo.

Cuántas veces en nuestra vida nos confrontamos con lo que nos gustaría vivir y lo que nos toca vivir. Y cuántas experimentamos un miedo terrible ante lo desconocido y lo nuevo. Nueva normalidad lo llaman ahora. Estoy convencido de que Jesús debió de sentir algo así. Se le abría un horizonte por delante que le disponía a recibir una voluntad con tintes de salvación y de plenitud para todos.

El miedo, si nos dejamos, tiene el poder de paralizarnos y de impedirnos seguir adelante. Es una emoción que, en su esencia, nos puede ayudar a adaptarnos a la vida y afrontar lo que nos toca vivir. Así sucede con la muerte. Katherine Neville decía que el miedo a la muerte es la afirmación a la vida. Es normal temer morir, porque nos enfrenta ante la finitud de nuestro existir. Sin embargo, ese miedo puede ayudarnos a que en vida no nos dejemos morir. La existencia, vivida con un lógico y normal miedo, puede ser garantía de profundidad, de cuidado y de totalidad. Lo mismo ocurre con la experiencia de la vulnerabilidad –referida a la herida existencial, a la fragilidad y debilidad–; tememos descubrirnos tremendamente frágiles. Es verdad que nadie quiere sufrir ni que le hagan daño. Lo contrario no es sano psicológicamente. San Agustín nos revela, una vez más, una clave esencial. Nos dice: «No salgas de ti, vuelve a ti, que dentro del hombre está la verdad». No es cierto que solo seamos vulnerabilidad. La herida es una parte más de nuestra frágil humanidad. Temer la herida puede impedir que descubramos lo bueno que hay en cada uno y la esencia divina que nos hace ser a imagen y semejanza de un Dios amor.

La mirada creyente al miedo nos posibilita contemplar una evidencia en nosotros: la confianza, la oración, el abandono y la propia entrega de la vida nos liberan de todo miedo. En muchas ocasiones no podremos hacer que desaparezca ni superarlo, pero podremos atravesarlo si nos sabemos acompañados por un Jesús que vivió sus propios miedos.

Liberarnos del miedo. Una voluntad entregada
Autor:

David Cabrera Molino, SJ

Editorial:

Sal Terrae

Año de publicación:

2021

Páginas:

256

Precio:

13,30 €