Latín, lengua viva
Con una iniciativa de relevancia para toda la Iglesia, Benedicto XVI ha creado una Academia Pontificia de Latinidad con el objetivo no sólo de promover este idioma en las instituciones educativas católicas y en los seminarios. Frente al imperio de la técnica, «el Papa desea recuperar la humanitas, ese armonioso conjunto de valores éticos y espirituales elaborado a través de los siglos, desde el mundo antiguo hasta la época humanística», explica Roberto Spataro, primer secretario de la nueva Academia
«Nos interrogamos, con frecuencia, inadecuadamente, sobre la actualidad de los clásicos: está claro que los clásicos son actuales: preguntémonos más bien si lo somos nosotros». Con esta sentencia, tomó posesión el presidente de la Academia Pontificia de Latinidad, Ivano Dionigi, rector de la Universidad de Bolonia, que disputa a Salamanca el título del ateneo universitario más antiguo de Europa. La Academia constituye la última de las novedades introducidas por Benedicto XVI en el seno de la Santa Sede.
Al Papa teólogo le preocupa profundamente la ignorancia cada vez más extendida de la lengua de Cicerón. Esta laguna tiene repercusiones particularmente graves entre los seminaristas y sacerdotes, pues les impide acceder de primera mano a los documentos de referencia de la teología, la liturgia, la patrística y el Derecho canónico. De hecho, en latín, están redactados los libros litúrgicos del Rito romano, los documentos más importantes del Magisterio pontificio y las actas oficiales más solemnes de los Papas.
En la Iglesia… y fuera de la Iglesia
Por este motivo, el Santo Padre instituyó, el día 10 del pasado mes de noviembre, esta Academia con dos objetivos declarados. En primer lugar, «favorecer el conocimiento y el estudio de la lengua y la literatura latina…, en particular en las instituciones formativas católicas, en las que tanto los seminaristas como los sacerdotes son formados e instruidos». Algunos podrían pensar que la promoción del latín va en contra del espíritu del Concilio Vaticano II. El primer Secretario de la Academia nombrado por el Papa, don Roberto Spataro, sacerdote salesiano, profesor de Literatura Cristiana Antigua en la Universidad Pontificia Salesiana de Roma, aclara a Alfa y Omega que «la reforma litúrgica no quiso abolir el latín: lo afirma la Constitución del Concilio Vaticano II Sacrosanctum Concilium». De hecho, recuerda que las disposiciones actuales de los Sumos Pontífices sugieren, en las liturgias internacionales de fieles, que se utilice el latín como lengua común en las partes ordinarias de la Misa.
El segundo objetivo que el Papa ha dado a la Fundación es quizá más sorprendente. Joseph Ratzinger no busca que la Academia promueva el latín sólo dentro de la Iglesia. Con esta iniciativa pretende, según establece la Carta apostólica fundacional, Latina lingua, escrita por su propia iniciativa (motu proprio), «promover en los diversos ámbitos el uso del latín, ya sea como lengua escrita o hablada». Y es que el Papa constata una curiosa paradoja. Mientras decae el latín en los seminarios de la Iglesia, custodia desde siglos de esta lengua como vínculo de comunión en el orbe católico, en nuevos horizontes culturales el latín está de moda. En China, por ejemplo, cada vez es más elevado el número de universidades que han creado cátedras para la enseñanza del latín, y tiene mucho éxito la organización interuniversitaria Latinitas sinica.
«Precisamente en nuestro mundo, en el que tienen tanta importancia la ciencia y la tecnología, se constata un renovado interés por la cultura y la lengua latina, no sólo en los continentes cuyas raíces culturales se hallan en la herencia greco-romana –constata el Papa en la Carta de creación de la Academia–. Tal atención se ve aún más significativa dado que no involucra sólo los ambientes académicos e institucionales, sino que se refiere también a los jóvenes y estudiosos procedentes de naciones y tradiciones muy diversas».

Don Roberto Spataro explica que «el Papa desea recuperar la humanitas, ese armonioso conjunto de valores éticos y espirituales elaborado a través de los siglos, desde el mundo antiguo hasta la época humanística, fruto de la razón y de la fe en diálogo entre sí, que históricamente se ha forjado y comunicado en latín».
Tres motivos para aprender latín
En el discurso de investidura, pronunciado el 21 de noviembre pasado, Ivano Dionigi, insigne latinista, adujo en el Vaticano tres motivos para aprender hoy latín. En primer lugar –dijo–, «para tutelar la riqueza cultural». Y preguntó: «¿Cómo es posible entender o dar a entender nuestro patrimonio artístico y cultural sin conocer el idioma y la cultura de la antigüedad?».
En segundo lugar, explicó que aprender latín ayuda a «hablar bien». Y añadió: «En el período máximo de la comunicación experimentamos el mínimo de la comprensión». En definitiva, «hemos perdido el significado de las palabras», pues no comprendemos su origen.
En tercer lugar, Dionigi explicó que los clásicos «nos ayudan a pensar bien». La escuela, dijo citando a Nietzsche, no sólo debe formar «empleados útiles», sino «ciudadanos» cabales. En este sentido, los clásicos constituyen un fundamento y un «antagonismo respecto al presente».
¿Todos latinistas?
Alfa y Omega ha preguntado al Presidente de la Academia Pontificia de Latinidad cuáles son los objetivos específicos que se plantea en el desempeño del encargo que le ha conferido el Papa. «Ante todo –responde Ivano Dionigi–, hay que lograr que se reintroduzca el latín en los seminarios y en las universidades católicas: los sacerdotes no pueden dejar de conocerlo. Después, como alcance más amplio, la Academia puede construir un puente con el saber y el pensamiento laico, a partir de la universidad, para encontrar las raíces comunes».
Y ante la pregunta de si su objetivo consiste en que todos aprendan latín, Dionigi responde con una sonrisa: «Hoy se experimenta una gran necesidad de ecología lingüística, de regreso a la propiedad del lenguaje, pero no se puede pretender que todos estudien latín. La causa del latín es justa, pero con frecuencia encuentra abogados que querrían hacer revivir esta lengua muerta por doquier, corriendo el riesgo de ser anacronistas o incluso de hacer el ridículo. Es necesario más bien comprender cómo recuperar la dimensión que ofrece el latín y la cultura que respira».
«No se puede hacer estudiar latín a todos –reconoce el Presidente de la nueva Academia–. No se trata de imponer, sino más bien de proponer. Hay que redescubrir los textos; pienso, en particular, en Lucrecio, Séneca, san Agustín, y la riqueza del pensamiento que pueden revelar a quien es capaz de leerlos en su idioma original. El desafío consiste en demostrar la utilidad del latín, a pesar de su aparente inutilidad».
Un pensamiento que reconfortará a quien se enfrente con las completivas de infinitivo, el rosa, rosae y otros casos…
La grandiosa basílica del monasterio de El Escorial fue testigo de un interesante discurso que Benedicto XVI dirigió con ocasión de la JMJ de Madrid 2011 a un nutrido grupo de profesores universitarios. El Papa habló de la misión del profesor, una misión que, a veces, con una visión demasiado utilitarista de la educación, se tiende a reducir a un mero formar profesionales competentes y eficaces que satisfagan la demanda laboral en cada preciso momento, como si lo más importante fuera la simple capacitación técnica. Sin embargo, sabemos bien que, cuando la sola utilidad y el pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal en la educación, el resultado deja mucho que desear y las pérdidas pueden ser dramáticas.
La educación debe buscar la verdad propia de la persona humana, de su humanidad, y por eso las Humanidades son tan importantes, tan necesarias. El educador debe enseñar a buscar esa verdad sobre el destino y la misión del hombre. Los jóvenes necesitan maestros que sean auténticos, personas convencidas de la capacidad humana de avanzar en el camino hacia la verdad en las diferentes ramas del saber, siguiendo el sabio consejo de Platón: «Busca la verdad mientras eres joven, pues si no lo haces después se te escapará de entre las manos».
Esa aspiración debe hacerse presente personal y vitalmente en las aulas, que no deben quedarse simplemente en unas enseñanzas técnicas o instrumentales. Las enseñanzas técnicas o instrumentales deben estar presentes, y al máximo nivel, con el máximo rigor, pero sin perder de vista que la escuela, la universidad, la familia… deben educar en una incansable ilusión por conocer la verdad más profunda de las cosas, en una preocupación constante por no reducir la enseñanza a una mera comunicación de contenidos.
La verdad misma siempre va a estar más allá de nuestro alcance. Podemos buscarla y acercarnos a ella, pero no podemos poseerla del todo: más bien, es ella la que nos posee a nosotros y la que nos motiva. Las Humanidades deben estar presentes en la educación de toda persona, a lo largo de toda su vida, en un ejercicio intelectual presidido por la humildad, pues el orgullo y la vanidad cierran el acceso a la verdad. Por eso, el educador debe tener también la humildad de no atraer hacia sí mismo, sino hacia la verdad más profunda de las cosas. Debe ayudar a cada uno a descubrir su propio camino, a usar sus propios recursos, a enseñar a su vez a otros que ese encuentro es fundamental para la vida de cualquier persona.