La verdadera normalidad - Alfa y Omega

La palabra normalidad está de moda últimamente y muy a pesar nuestro. La pandemia nos está dando donde más duele, nos está trastocando vida, costumbres, proyectos, realidades… pero también nos está aleccionando mucho. Ahora hablamos de anormal normalidad, de anormalidad normal y todo ese juego de palabras que, en definitiva, viene a poner en evidencia que la normalidad no existe o, por lo menos, va variando de contenido semántico y real en función de las circunstancias.

Para muestra, un botón. Un buen amigo sacerdote con una dilatada experiencia en la pastoral con personas con discapacidad me dijo una vez que le gustaría tener una de las características que las definen, que es la incapacidad de hacer daño. Me pareció tan interesante y profunda esta afirmación que la hice mía. Es verdad, las personas con discapacidad no se programan para hacer daño porque no saben, no hacen cálculos siniestros para el mal, porque son incapaces. Sin embargo, los que nos creemos normales somos muy capaces de todo eso y de más… a la vista está.

Con el tiempo y la experiencia ha ido creciendo en mí la convicción de que el término normalidad es un cajón de sastre donde cabe casi todo, y se emplea para acallar las conciencias y evitar un análisis en profundidad. Y no tengo claro que ser normal sea exclusivamente tener un coeficiente intelectual superior a 100 y muchas habilidades. No creo que todo lo que está escrito en los libros sobre normalidad sea verdadero, porque la persona va más allá de un tanto por ciento, de una estadística, de un límite.

En nuestro centro es normal ser bueno, es normal tener una sonrisa profunda y pura, es normal expresar sentimientos sinceramente y sin tapujos –aunque sean políticamente incorrectos–, es normal ser normal. Porque la normalidad es ser como uno es, y ser respetado y querido por ello. Nuestras chicas y chicos son perfectamente normales. Que se entere el mundo.