La imagen de España en estos últimos meses es la de la reaparición de antiguos pueblos en embalses secos, o los camiones cisterna en calles y plazas públicas abasteciendo de agua. Lo que antes solo pasaba en alguna localidad andaluza o manchega se ha convertido en algo frecuente en muchos puntos de la península. La escasez de agua se ha instalado, provocando alarma en la ciudadanía, especialmente entre los agricultores que temen perder parte de sus cosechas. Todos miramos al cielo, esperando el milagro de la lluvia que nos aleje de este infierno. Pero no es únicamente un problema español. De manera inusitada, nos hemos acostumbrado en los últimos años a ver imágenes de otras grandes sequías, igual o más duras, en América Latina, África o Asia, que han provocado enorme desolación: cosechas arruinadas, ganado muerto, huida masiva de poblaciones que llamamos refugiados medioambientales.
Mirar al cielo para ver si llueve nos puede llevar al autoengaño de pensar que el agua es un bien infinito que tarde o temprano llegará de manera además abundante. Pero en realidad, el agua, recurso imprescindible para toda forma de vida conocida es, sin embargo, muy escaso. Menos del 2 % del agua del planeta es dulce y directamente accesible para el ser humano. Además de escaso, se trata de un recurso repartido de manera desigual. Mientras en el norte casi toda la población tiene acceso al agua, según un informe de Naciones Unidas de 2015, unos 663 millones de personas aún no tienen acceso al agua potable en los países del sur.
¿Qué hacer ante esta escasez que se agrava año a año? No existe una receta mágica sobre este complejo problema. Pero cabría pensar en algunos ejes de actuación que, combinados, pueden llevar a una mayor disponibilidad de agua.
Moderar el consumo
En primer lugar, parece evidente una llamada a la moderación en el consumo, de manera especial en determinados sectores de la economía. Se sabe que nuestro consumo del agua se reparte entre la agricultura (70 %), la industria (20 %) y el uso doméstico (10 %). Esta moderación tendría la doble virtualidad de racionalizar el consumo del agua disponible y, sobre todo, adaptar y mitigar los efectos del cambio climático que dependan de la acción humana. Creemos que detrás de los manantiales, ríos o lagos que se están extinguiendo por el cambio climático está la acción humana: la deforestación de la agroindustria, la explotación de la madera, la construcción de grandes obras de ingeniería, las explotaciones mineras, etcétera.
En segundo lugar, precisamente por ser un recurso escaso, resulta incomprensible su contaminación. Los principales focos de contaminación son conocidos: la agraria, a través del uso incontrolado de pesticidas y fertilizantes; la pecuaria, por las explotaciones industriales del ganado; la minera, por el vertido de metales pesados, y la urbana por la gestión inadecuada de residuos. Es nuestra responsabilidad como ciudadanía exigir un desarrollo económico que permita a la humanidad minimizar la contaminación del agua y preservar los ecosistemas.
Indicador de desarrollo humano
Finalmente, tanto en España como en el resto del mundo, el agua es antes un derecho para las personas que un negocio para el lucro. En 2010, la ONU reconoció como un derecho humano fundamental el acceso al agua potable precisando que era fundamental para la materialización de los demás derechos. Disponer del agua potable se ha convertido en un indicador del desarrollo humano. Tiene importantes implicaciones en aspectos como la mortalidad infantil, la salud materna, el control de enfermedades infecciosas, la reducción de costes sanitarios o la preservación del medio ambiente. Tiene también una importante implicación en torno a la cuestión de género, ya que, en los países en desarrollo, las mujeres son las encargadas de realizar la dura tarea de traer agua.
Por todo ello, el acceso a este bien debería quedar fuera del libre mercado. Pero curiosamente, sabemos que habitantes de los suburbios de Yakarta, Manila o Nairobi pagan de cinco a diez veces más por el agua que quienes viven en zonas de altos ingresos de las mismas ciudades y más que los consumidores de Londres o Nueva York. Estamos ante la peligrosa deriva economicista del agua que denuncia el Papa Francisco en la Laudato si.
El agua es un recurso esencial para toda persona. Por eso, iniciativas como los Objetivos de Desarrollo Sostenible nos convocan a unir esfuerzos para alcanzar en 2030 el acceso universal a los servicios básicos de agua y saneamiento. Para ello, será necesario encarar seriamente el problema del clima y las desigualdades entre ricos y pobres, poblaciones rurales y urbanas, o grupos desfavorecidos frente a la población general.