La primera santa vasca, canonizada junto a una sudanesa, una americana y 120 mártires chinos - Alfa y Omega

La primera santa vasca, canonizada junto a una sudanesa, una americana y 120 mártires chinos

Miguel Ángel Velasco
Un momento de la ceremonia de canonización en la plaza de San Pedro.

Que el ejemplo y la intercesión de Santa María Josefa del Corazón de Jesús ayuden al pueblo vasco a desterrar para siempre la violencia, y Euskadi sea una tierra bendita y un lugar de pacífica y fraterna convivencia, donde siempre se respeten los derechos de todas las personas y nunca más se derrame sangre inocente.

Era la primera vez que un Papa pronunciaba en Roma unas palabras en la noble y vieja lengua vasca, el euskera. La ocasión las merecía. Las pronunció con fuerza, al concluir la parte de su homilía dedicada a la primera santa vasca canonizada por la Iglesia: Santa María Josefa del Corazón de Jesús Sancho Guerra (1842-1912), virgen, fundadora del Instituto de las Siervas de Jesús de la Caridad. Previamente, el Papa había recordado el luminoso ejemplo de fe, esperanza y caridad de esta mujer vasca universal. Dijo: En la vida de la nueva santa, se manifiesta de modo singular la acción del Espíritu. Éste la guió al servicio de los enfermos, y la preparó para ser Madre de una nueva familia religiosa. Vivió su vocación como apóstol auténtico en el campo de la salud, pues su estilo asistencial buscaba conjugar la atención material con la espiritual, procurando por todos los medios la salvación de las almas. A pesar de estar enferma los últimos doce años de su vida, no ahorró esfuerzos ni sufrimientos, y se entregó sin límites al servicio caritativo del enfermo en un clima de espíritu contemplativo, recordando que, «la asistencia no consiste sólo en dar las medicinas y los alimentos al enfermo; hay otra clase de asistencia, y es la del corazón, procurando acomodarse a la persona que sufre».

Un aplauso interminable acogió las palabras de Juan Pablo II. La Plaza Mayor de la Cristiandad era como una multicolor alfombra de paraguas abiertos, para protegerse de la lluvia inmisericorde, por los casi 100.000 fieles que la llenaban. Fue una ceremonia singular: era como si el Papa, en la recta final ya del Año Jubilar 2000, hubiera elegido este domingo, 1 de octubre, adrede, para subrayar, de modo insuperable, la catolicidad de la Iglesia, es decir, su universalidad. Algún periódico italiano, con sospechosa parcialidad, ironizaba y criticaba como inoportuno elegir la fiesta china, (establecida por Mao), para canonizar también a 120 mártires chinos. No había caído en la cuenta, probablemente, de que el calendario por el que se rige el Papa es otro, y en éste, el 1 de octubre —L’Osservatore Romano lo destacaba en la portada de su número de esa mañana— es la fiesta de Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las Misiones. Nada, pues, de inoportunidades, ni de recovecos políticos sectarios o ideologizados. El propio Juan Pablo II, afirmaba explícitamente que la Iglesia desea únicamente reconocer que estos mártires son un ejemplo de coraje y de coherencia para todos nosotros, y que hacen honor al noble pueblo chino. Sus tumbas están allí, como queriendo significar su definitiva pertenencia a China.

Junto a los 120 martirizados en China entre 1648 y 1930 —entre ellos seis dominicos españoles: el palentino Francisco Fernández Capillas, protomártir; el obispo tarraconense Pedro Sans; el obispo granadino Francisco Serrano; el sacerdote turolense Joaquín Royo; el sacerdote granadino Juan Alcober; y el sacerdote ecijano Francisco Díaz del Rincón, todos ellos misioneros en Fukien (China)—, eran canonizadas además la hija de un banquero americano, Katharine Drexel (1858-1955), y Josefina Bakhita (1869-1947).

Así pues, un mosaico maravilloso de universalidad: la hija del millonario americano, que, pese al dinero de su padre, prefirió a los indios, y la esclava sudanesa desde los siete años, pero pionera de la verdadera liberación de la mujer; los mártires chinos, y la primera santa vasca de la Historia, a la que aplaudían emocionados especialmente sus hijas, las Siervas de Jesús, y miles de españoles, entre ellos la Delegación Oficial presidida por el ministro Mayor Oreja, e integrada, entre otras personalidades, por el Lehendakari y su esposa. Monseñor Taurán, Secretario vaticano para las Relaciones con los Estados, recibió a la Delegación española y, según declaración del Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, mantuvieron conversaciones que permitieron un amplio intercambio de puntos de vista sobre la situación local (vasca). Además de expresar una enérgica condena del terrorismo de ETA y de cualquier otra forma de violencia, analizaron útilmente las prospectivas, presentes y futuras, relativas a la deseada solución pacífica, así como a la contribución que a ella puede continuar ofreciendo la Iglesia católica.

En el momento de las ofrendas, la plaza de San Pedro se convirtió en una rítmica acción de gracias africana, con una bellísima danza, y con los increíbles amarillos, rojos y azules de los tocados, que contrastaban, cuando un tímido rayo de sol se colaba entre las nubes, con el verde de las vestimentas litúrgicas del Papa y de sus concelebrantes, entre ellos el cardenal Rouco, arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española. Otros muchos miles de fieles se apiñaban bajo la prodigiosa Columnata de Bernini, y seguían la ceremonia gracias a las pantallas gigantes de la televisión. En la oración de los fieles, la emoción subía al máximo con el grito de la cristiana china —un grito como de Iglesia de catacumbas que, por fin, pudiera respirar la fe a pulmón lleno—. Al concluir la Eucaristía, pasó a mi lado un anciano chino, vestido de fiesta, con su gorra roja y el nombre de su país en la frente. Sólo le tendí la mano. No nos dijimos una palabra, pero yo sé que nos entendimos perfectamente…

Previamente al rezo del ángelus, que ponía a los pies de la Virgen tan intensa mañana eclesial, Juan Pablo II pronunciaba, bien significativamente, las palabras claras y esclarecedoras que, sobre la Declaración Dominus Iesus, pueden encontrar nuestros lectores en la sección Habla del Papa, de este mismo número. Y volvía a decir en lengua castellana: Al concluir esta celebración, en la que han sido canonizados un numeroso grupo de testigos de la fe, saludo a todos los peregrinos de lengua española, especialmente a los provenientes de las tierras de origen de los nuevos santos mártires dominicos: Palencia, Tarragona, Granada, Teruel y Sevilla, y del País Vasco, cuna de Santa María Josefa del Corazón de Jesús Sancho Guerra. Que su ejemplo luminoso os ayude a ser también testigos valientes de Jesucristo en la noble y siempre querida tierra española.