Ya desde la primavera de 2013, pero todavía más ahora, en medio de tres crisis globales –sanitaria, económica y ecológica–, mucha gente se pregunta cómo puede el Papa seguir sonriendo a pesar de la sobrecarga de trabajo, la acumulación de problemas y el peso de la edad a los 84 años.
El programa de su primer viaje internacional, a Río de Janeiro, fue un desafío a su salud. Pero ha mantenido y aumentado el ritmo en otros 33 viajes, incluido el último, a Irak.
¿Cuál es su secreto, si apenas se cuida y no hace deporte? Sencillamente, reza cada día cuatro horas y media, sumados el tiempo del breviario, la Misa, el vía crucis, 15 misterios del rosario, la lectura espiritual y una hora de oración silenciosa ante el sagrario.
El 6 de mayo de 2020, empezó a compartir su secreto en una serie de catequesis sobre la oración en las audiencias generales. Comenzó por los fundamentos y continuó, semana a semana, con «la oración de los justos»: Abrahán, Moisés, David… hasta llegar, pasando por los salmos, a la oración de María y la de Jesús.
Después vinieron los tipos de oración: la súplica, la intercesión, la acción de gracias, la alabanza…, para seguir con los grandes apoyos, como las Escrituras o la Trinidad y entrar en la oración en la vida cotidiana, o a rezar en comunión con los santos.
La semana pasada, Francisco dedicó la catequesis al modo de rezar «con la Iglesia», advirtiendo de que en algunos grupos muy mediáticos que urgen reformas eclesiales «la oración no se ve; no se reza». Es una carencia grave, pues «la oración es lo que abre la puerta al Espíritu Santo, que es quien nos inspira para avanzar».
El Papa añadió que «las mujeres y los hombres santos no han tenido una vida más fácil que los demás. Tienen que afrontar también sus problemas, y además son, con frecuencia, objeto de oposición. Pero la plegaria es su fuerza».
Francisco, como vemos, se vuelca en ayudar a personas necesitadas en cualquier lugar del planeta. Pero considera prioritaria la oración. Amar a Dios y al prójimo van de la mano.