El director francés Boris Lojkine nos ofrece una historia llena de humanidad —pero también de dureza— que pone el foco en un joven africano que trata de empezar de cero su vida en Francia. Souleymane (Abou Sangaré) tiene 25 años y ha huido de Guinea Conakri buscando una vida mejor para él y para su madre, que se ha quedado en África. Trabaja ilegalmente subcontratado repartiendo pedidos en bicicleta por las calles de París, jugándose la vida a cada instante. Le quedan dos días para comparecer ante las oficinas que tramitan las peticiones de asilo político y tiene que aprenderse una historia coherente que convenza a las autoridades. Para ello, otro compatriota que hace negocio con los pobres inmigrantes le facilita un relato creíble a cambio de dinero. El futuro de Souleymane y de su madre pende de un hilo.
Otra película que engrosa la ingente cantidad de títulos recientes que abordan el tema de la inmigración ilegal. Como la mayoría, esta cinta adopta una perspectiva propia que le da frescura y originalidad. En este caso, el director opta por una estructura de guion que podríamos llamar de «angustia creciente», un estilo de cine social que tiene su referente clásico en Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica (1948). La vida cotidiana de nuestro protagonista es una auténtica yincana frenética: trabaja contrarreloj, con lluvia, sorteando autobuses y cruces, evitando controles. Entre reparto y reparto tiene que sacar tiempo para solicitar una cama donde dormir en los recursos sociales del Ayuntamiento. Y ello sin contar con los ocasionales problemas que surgen cada día: un cliente que rechaza el pedido, otro que no lo tiene preparado. Mientras va en bici trata de memorizar la historia que debe contar a la comisión de refugiados. Pero en medio de ese frenesí desesperante, Souleymane nunca pierde su dignidad, su nobleza, su humanidad. En ese sentido recordemos una brevísima escena genialmente concebida por el director y guionista. En uno de los innumerables repartos va a dar a casa de un anciano que le abre la puerta tambaleante y mareado. Souleymane entra para ayudarle, perdiendo parte de su precioso tiempo, y el hombre le pregunta por su familia, su país; y, sobre todo, quiere saber su nombre. Es quizá la escena más esperanzada de todo el filme. Un parisino blanco, que vive en un buen barrio, pero que es también un descartado, solo, enfermo y dependiente, es el único que ve a Souleymane. Porque el hecho es que entre el grupo de inmigrantes africanos con los que vive nuestro protagonista, existen relaciones interesadas, individualistas, del tipo «sálvese quien pueda».
La película fluye como la seda, sumerge al espectador en el mundo de Souleymane hasta empaparle y, sobre todo, le corrige la mirada. Enseña a ver al hombre tras el «sin papeles», a descubrir la verdad tras la mentira —el protagonista está urdiendo su mentira para sobrevivir—, a revelar el drama que se esconde tras una apariencia banal.
Boris Lojkine
Francia
2025
Drama
+12 años
