Los migrantes acogidos en familia «hablan mucho de sus madres»
El proyecto de familias de acogida de emergencia de Sercade, cuenta la coordinadora de Afrique, María Seco, fue heredero de algo similar que se hacía antes de la pandemia
Lassana fue uno de los miles de migrantes que llegaron a la isla de El Hierro en la campaña de 2024. Tiene 20 años, y huyó de su Malí natal.
—¿Qué te llevó a subirte a un cayuco?
—No quería seguir siendo esclavo.
Como lo fueron sus padres. «Sigo teniendo miedo porque el amo, el mismo que mató a mi madre, me pegaba». Lassana apenas habla el español. Se maneja en francés, y expresa lo estrictamente necesario. Después de un periplo que le llevó hasta Francia, pisó Madrid hace un mes y cinco días. Los lleva muy contados. Los dos primeros días los pasó en la calle; después, alguien le habló de Sercade (Servicio Capuchino para el Desarrollo y la Solidaridad). La primera semana estuvo con una familia de acogida de urgencia, «muy bien». Después pasó a los recursos de la Mesa por la Hospitalidad, iniciativa de la diócesis de Madrid también de acogida de urgencia, con derivación a recursos de la Administración.
A Lassana le asoma una amplia sonrisa a la cara cuando le preguntamos por su sueño: «Ser jugador de baloncesto». Aunque, de momento, se conformaría con «quedarme aquí y tener protección internacional».
Hablamos con él en la sede de Sercade, donde a primera hora de la tarde hay un ir y venir constante de subsaharianos participantes del programa Afrique. Allí está también Tidiane, de Guinea Conakri, que igualmente fue acogido al llegar a Madrid después de otra ruta de año y cuatro meses por España. Ya en la capital, «busqué en Google y vi muchos sitios, entre ellos Sercade, y me dije “me arriesgo y voy”».
Este chico de 22 años —que a pesar de su juventud dejó en su país un bebé— huyó de la violencia entre etnias, en la que estaba inmersa su propia familia. «Ha habido peleas, muertos… Mataron a mi hermano mayor y tuvimos que acabar saliendo del pueblo, pero al final la situación es tan difícil…». Duda si volver o no, «por miedo». Mezcla mientras habla el francés, aunque poco, y sobre todo el wólof, lengua que se habla en Senegal, y el fulani, también ampliamente extendido en África. En este idioma nos dice «muchas gracias», que suena «onyarame».
La primera semana, al igual que le sucedió a Lassana, Tidiane la pasó, gracias a Sercade, en casa de «la señora Miriam», también familia de acogida de emergencia, con la que a día de hoy se sigue mandando mensajes. Después fue a «una casa de la Iglesia» en la zona de Antonio Machado. «Sin la ayuda de esa gente, hoy estaría en la calle». Y resume: «Lo que necesito ahora es tener futuro aquí; porque al fin y al cabo yo estoy en vuestras manos». De nuevo, un gracias enorme, esta vez en francés: «Merci beaucoup».
«Se nos quedaban todas las noches chicos en la calle»
El proyecto de familias de acogida de emergencia de Sercade, cuenta la coordinadora de Afrique, María Seco, fue heredero de algo similar que se hacía antes de la pandemia. Se retomó en 2022 para dar respuesta a una necesidad. «Se nos quedaban todas las noches chicos en la calle». En la actualidad tienen a 12 familias de un perfil muy variado: sin hijos, con cinco hijos, con hijos ya mayores fuera de casa… Hasta un soltero que vivía en un estudio de 40 metros «pero echaba un colchón al suelo». Se comprometen a acoger a un chico una noche.
«No es fácil», reconoce la coordinadora, porque a la gente, en abstracto, «le parece muy buena idea, pero cuando hay que abrir las puertas de tu casa…». Sin embargo, una vez que han traspasado la barrera del miedo, «luego están muy contentas». «Con qué poco —se dicen—, unas sábanas y un plato más en la mesa, al chico le das tanto». Y los chicos, aunque al principio están tan despistados que no saben si esta acogida es lo usual en este país y lo viven con «sorpresa», después «están muy agradecidos a las familias, hacen esfuerzos por aprenderse sus nombres…».
«Lo ideal sería que las familias acogieran una vez al mes», pero para eso se necesitan más. Bastaría con que «en cada parroquia o comunidad surgieran una o dos familias». Sobre todo en este tiempo, que en Sercade están al nivel de año pasado, con «muchas llegadas de Canarias» y muchos «muy jóvenes recién salidos de centros de menores no acompañados».
En casa de Fernando y Blanca
Fernando y Blanca (imagen principal) son familia de acogida desde hace poco más de un año. Él ya era voluntario en Afrique cuando se puso en marcha el proyecto, y lo comentó en casa. Fernando teletrabaja, viven a escasos 20 minutos andando de los capuchinos de Medinaceli y su hijo mayor está independizado, con lo que había una habitación disponible. Que todo estuviera de cara no resta mérito, porque el ejercicio de desinstalarse lo ha tenido que hacer igualmente la familia. Cada día —de lunes a viernes— están disponibles para acoger a jóvenes que esa noche no tengan donde dormir. Cada día renuevan su sí —aunque les vuelva el mismo chico— en el grupo de whatsapp que tienen con el resto de familias acogedoras. «¿Quién puede esta noche…?». Y se ofrecen.
Para eso, siempre están dispuestos con cena, cama (sábanas y pijama limpios) y desayuno, que es el compromiso, al que ellos añaden ducha. «Siempre se lo ofrecemos», afirma Blanca. «En casa siempre hay algo más de arroz y algo más de pollo», que son estrella entre sus comidas, aunque en general no suelen cenar demasiado. En este tiempo, Fernando y Blanca han aprendido a respetar sus deseos: cenar o no cenar juntos, hablar o no hacerlo, contar o no… «Si dan pie, preguntamos», dice Blanca, y entonces, «me hablan mucho de sus madres».
Al principio, esta madre de acogida tenía sus reparos, «pero el primer chico fue tan majo, tan majo, que luego ya…». Así que de todo esto, lo «más complicado», apunta Fernando, es cuando algún día, «por lo que sea», no pueden acoger y «sabes que igual ese chico va a dormir en la calle». Ya les pasó en una ocasión (en la imagen superior, Fernando, sus dos hijos, el chico acogido y un sobrino, viendo un partido de fútbol después de cenar).
¿Qué mueve a Blanca y Fernando? El problema de la inmigración en términos globales les sobrepasa. Blanca lo aterriza: «Evitar que alguien duerma en la calle; podrían ser mis hijos». Además, «aprendemos mucho de ellos, son tranquilos, el tiempo para ellos es otra cosa distinta, te enseñan que todo es mucho más sencillo». Fernando, por su parte, afirma: «Yo no concivo ser creyente de otra forma que no sea estar comprometidos con la gente que lo está pasando peor». Y añade: «Mi forma de creer es mucho de hacer», por eso para él este voluntariado es como un sueño. «Qué manera más fácil y mejor de hacer algo que esto, dándole un sentido al día, estando cerca de lo más frágil y débil. Nos humaniza».
Siguiendo el alma maternal de santa Joaquina de Vedruna
Y de una familia a otra, la de las hermanas vedrunas de la Ciudad de los Poetas, en la zona de la Dehesa de la Villa. Trasladadas desde Pan Bendito (imagen inferior, de archivo) hasta allí, donde otra congregación religiosa les cedió una casa más grande para su proyecto con migrantes en situación de calle, estas «madres» siguen la estela de su fundadora. Efectivamente, Santa Joaquina de Vedruna (Barcelona 1783-1854) fundó la congregación de las Carmelitas de la Caridad tras enviudar de Teodoro de Mas, con quien había formado una familia de nueve hijos.
Por eso, como cuenta la hermana Dolors —una de las dos religiosas que forman la comunidad de los Poetas—, ellas llevan en su ADN la acogida. La colaboración con Sercade les viene de su época de Pan Bendito, donde veían «la necesidad de tantos chicos en la calle». La nueva casa, que inauguraron el 20 de octubre de 2020, en plena pandemia, cumple dos objetivos: acoger a estos chicos y vivir como comunidad religiosa. De hecho, su idea siempre fue que pudiera haber una joven voluntaria compartiendo su vida y misión, siguiendo los pasos de su fundadora: santa Joaquina abrió su casa familiar de Vic, donde residió con su marido y sus hijos, para «abrazar» a todas aquellas muchachas con vocación religiosa que, por los motivos que fueran, no pudieran entrar en clausura. «Así, podían desahogar su amor en Jesús», subraya Dolors.
«Se sienten cuidados y nos cuidan a nosotras», sostiene la hermana. «Aportan mucha ternura, dignidad, son tan agradecidos… ¿Cómo habiendo pasado tantas cosas les nace tanta bondad?». Y eso que, a veces, «nos entendemos por el cariño» más que por el idioma.
No es raro que vayan a verlas los fines de semana, cuando ya han salido de la casa, o que se esperen toda una fila en Sercade para decirle a las técnicos lo bien que están allí… Y esa familiaridad hace que, por ejemplo, en Navidad hasta el propio rey Baltasar les haya pedido ayuda a los chicos para entregar los regalos en su nombre.