La Hispania cristiana en las historias de Orosio
Paulo Orosio, presbítero de Braga, cuando huye de los vándalos en el 414 se refugia en Hipona y se encuentra con san Agustín, que está redactando La Ciudad de Dios. El gran maestro le encarga un relato de las catástrofes habidas en la humanidad antes de Cristo porque quiere responder a la objeción y crítica de los paganos, que acusan al cristianismo de todas las desgracias que hay en el Imperio motivadas por las invasiones bárbaras. Orosio se pone manos a la obra y escribe los siete libros de las Historias contra los paganos. Para muchos es la primera historia universal y desde luego la primera escrita desde la fe cristiana, o también, una teología de la historia. Si Dios es único, creador y providente, habrá de dejar su huella en los acontecimientos históricos. ¿Cómo interpretarlos? ¿Ocupa Hispania un papel relevante en su historia? Destacamos estos cuatro pasajes.
De Alejandro a las invasiones bárbaras
Cuando Alejandro Magno regresa a Babilonia desde la India le están esperando delegaciones aterrorizadas de todas las partes del mundo. El temor que había generado en el Extremo Oriente había llegado a los pueblos de Occidente. Entre estos se encuentran los hispanos (III, 20, 1). Orosio se lamenta de las grandes desgracias que sufrieron los pueblos conquistados por Alejandro. Fijándose en el tiempo que le ha tocado vivir, los pueblos han sufrido también mucho a causa de las invasiones bárbaras. Pero a pesar de todo, y esta es una de sus tesis principales, los males del pasado fueron mucho mayores que los males del presente porque ahora nos encontramos en una época cristiana en la que las leyes del Imperio romano, unidas a las cristianas (III, 20, 13), inspiran clemencia y paz.
El Imperio romano
Orosio hace la historia de las desgracias anteriores a la llegada del cristianismo. Muchos ponderan la grandeza de Roma cuando se fijan en sus victorias y el sometimiento de muchos pueblos. Pero, ¿qué pasa con las víctimas de esas guerras? Que pregunten a los pueblos vencidos por la grandeza de Roma. Orosio se pone en el lugar de las víctimas escribiendo una historia que tiene actualidad. «La misma felicidad que sintió Roma venciendo, fue infortunio para los que, fuera de Roma, fueron vencidos» (V, 1, 3). ¿Qué pensaría Hispania de las victorias de Roma cuando, a lo largo de 200 años, regaba con sangre todos sus campos y ponía fin a sus vidas para escapar de su castigo? (V, 1, 6).
Las víctimas y el sufrimiento causados por la Roma pagana tenía como objetivo el lujo. Las cosas han cambiado tras el gobierno de Augusto y la venida de Cristo. Ahora aquel sufrimiento ha dado como resultado la existencia de un estado común donde todos sus habitantes, bajo el derecho y la justicia, pueden disfrutar de una paz y estabilidad que antes no existían. Un hispano como Orosio no se siente extranjero en Africa. «Yo… tengo en cualquier sitio mi patria, mi ley y mi religión» (V, 2, 1). «El Dios único… amado y temido por todos» (V, 2, 5), garantiza las mismas leyes. «Por la ley puedo recurrir al estado, por la religión a la conciencia humana, por la idéntica comunidad de naturaleza, a la naturaleza» (V, 2, 6).
La pax de Augusto
Tras 200 años de luchas entre romanos e hispanos, César Augusto decidió por sí mismo completar la conquista de Hispania sometiendo a los cántabros y astures en unas campañas que duraron cinco años (VI, 21, 1). Después regresó a Roma. Había logrado la paz en todo el Imperio y cerrado por tercera vez las puertas del templo de Jano (VI, 22, 1). «En aquella época, pues, concretamente en el año en que César consiguió establecer, por disposición de Dios, una paz estable y auténtica, nace Cristo. Esa paz tuvo por objeto favorecer la venida de Cristo, en cuyo nacimiento los ángeles hicieron oír a los hombres su canto de júbilo: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”» (VI, 22, 5). Augusto ordenó que se hiciera un censo de todas las personas del Imperio y Cristo fue inscrito en el censo romano. «Aquel que había creado a todos los hombres, quiere darse a conocer como hombre y hacerse contar entre los hombres». Y es que el mismo Señor Jesucristo es el que hizo crecer a esta ciudad y la ha llevado al culmen de su poder, pues Él mismo será considerado ciudadano de Roma (VI, 22, 6-8).
La conversión de los godos
Después de la conversión de Constantino, Orosio cuenta la dramática incorporación al Imperio de los godos. El historiador es testigo de los acontecimientos y contempla las guerras que provocan, así como la crítica que los paganos hacen al cristianismo, acusándolo de la caída del Imperio. La narración concluye con la invasión de Hispania (VII, 43, 1). Orosio es partidario de que los godos se integren en el Imperio una vez lograda su conversión. Todos los imperios pasan, también Roma; su tiempo se ha cumplido. Lo que vendrá después es una sociedad de pueblos cristianos que continuará la civilización romana. Orosio piensa en la fusión del cristianismo y el Imperio, de la romanitas y la christianitas. La unión entre el Imperio monárquico y el monoteísmo cristiano, que hicieron posible la encarnación de Cristo, consagra al Imperio mismo y lo proyecta hacia la sociedad cristiana. Esta nueva realidad social se ensaya en Hispania.
Los godos llegaron pronto a acuerdos con los hispanos y se dedicaron a cultivar la tierra pacíficamente. «Los romanos quedaron allí poco menos que como aliados y amigos» (VII, 41, 7). Las invasiones de godos, suevos, vándalos y alanos en Hispania ofrecen la posibilidad de que estos pueblos abracen el cristianismo. Orosio plantea así una propuesta de enorme calado para la posterior historia de la Iglesia y de Europa como es la integración y la evangelización de unos pueblos que, junto con los romanos, están llamados a formar el sustrato de la Europa medieval: una sociedad compuesta de pueblos diversos pero unidos por la fe cristiana común.
La simbiosis entre godos y romanos está representada por el matrimonio de Ataulfo y Gala Placidia. La expulsión de los godos de las Galias y su instalación en Hispania es protagonizada por Ataulfo, casado con Gala Placidia, hija de Teodosio y hermana de Honorio y Arcadio. Orosio recoge un juicio muy favorable a Ataulfo, al que se le ofrece la alternativa de acabar con el Imperio o ayudar con su ejército a recuperarlo, optando por esta segunda posibilidad: «Prefirió buscar su gloria mediante la recuperación total y el engrandecimiento del Imperio romano con la fuerza de los godos y ser considerado por la posteridad como el autor de la restauración de Roma» (VII, 43, 7). El texto dice claramente que la política de Ataulfo, primer rey visigodo de Hispania, no supuso la destrucción del Imperio romano sino su restauración.