La función por hacer. Habían nacido vivos, y querían vivir - Alfa y Omega

Que levante la mano quien no haya soñado alguna vez con esto de vivir. Pero no a cualquier precio, ni de cualquier manera, sino simplemente de vivir como ha pensado: sin apartar dolores ni renunciar a momentos felices. Que levante la mano quien no se haya contemplado en un espejo y le haya devuelto una imagen multiforme donde apenas se reconoce, o que pretende cambiar porque no se asemeja ni en la silueta. Que levante la mano quien no haya descubierto que tiene muchas voces dentro de él mismo; que se disfrazan de forma sorprendente para enamorar, cautivar, impresionar, decepcionar… Que levante la mano quien esté vivo. Quien nazca a la vida. Quien nazca personaje.

En La función por hacer hay mucho de vida y de drama. Pero —conste— que no los planteo como contrarios, se trata más bien de una unión tácita. Porque, ¿qué es para un personaje su propio drama? Hay que volver la mirada sobre la obra de Pirandello, quien inspira, amable y generoso, a partir de su Seis personajes en busca de autor, el ingenio brillante de Miguel del Arco y Aitor Tejada. Y hablo de ingenio donde podría decir lucidez, en el sentido de que ambos guionistas —y el primero director— rescatan la máxima de convulsionar el universo, la apuesta por abrirse a nuevas formas de pensar, de ver y mirar, de estar y ser; en resumen.

La obra comienza. Dos actores interpretan una escena. Risas y besos por los cuatro costados. Entra la tragedia. Irrumpen en escena cuatro personajes. Son una familia, resquebrajada, al fin y al cabo. Arrastran una tragedia que se renueva constantemente. A partir de ahí surge el conflicto. Los personajes quieren presentar (que no representar) su vida. Custodios de sus palabras y emociones, están dispuestos a exponerse ante los ojos atónitos de los dos actores. En esto radica su drama, la realidad del personaje no se puede cambiar. El actor, en cambio, puede malearlo a su antojo. El personaje repite la historia para vivir.

Foto: Emilio Gómez.

Pero no vayan ustedes a pensar que se trata, además, de una historia cualquiera. La vida que calzan estos personajes es atroz. Golpeados por la pena, ni la literatura es suficiente para justificar la tragedia que los devora. Dos matrimonios que comparten algo más que la consanguinidad y algo menos que las sábanas —ya me entenderán esto cuando acudan con prisa a ver y vivir la obra—. Cuatro sombras interpretadas por un lado, por Israel Elejalde, el hermano mayor, vendedor de palabras, y Manuela Paso, su mujer y madre, sufridora y amortajada; y por el otro, Raúl Prieto, el hermano menor que pierde la fuerza por la boca y por los puños, a partes iguales —mágico, estremecedor— y su mujer, Teresa Hurtado de Ory, amante, semiclandestina, animal herido. Los actores Cristóbal Suárez y Miriam Montilla, quienes sin saberlo también buscan un autor, demandan esa función vital para vivir, que no es otra cosa que el drama. Aunque les cueste saberlo. Aunque pierdan en esa búsqueda. Porque ciertamente menos real es más verdadero. Porque como se vierte sobre escena el personaje consigue ser alguien, mientras que la persona sólo es nadie. Bravo por la dirección de Miguel del Arco. Bravo por la versión de ambos —recuerden a Aitor Tejada—. Bravo por esos siete Premios Max (buena carta de presentación sin duda). Bravo por la energía vibrante que recorre toda la sala. Por la celeridad de los acontecimientos. Por las prisas y las pausas. Por las lágrimas. Bravo también porque la obra gana a medida que avanza. Porque te exige. Quiere de ti que tú seas el director. Busca que te detengas y que reflexiones. Escuchen la voz del teatro, de la literatura y de la vida. No hagan oídos sordos.

La función por hacer

★★★★★

Teatro:

Teatro Abadía

Dirección:

Calle Fernández de los Ríos, 42

Metro:

Quevedo

OBRA FINALIZADA