La esmeralda de Kapurthala: Exotismo de lentejuelas. Un homenaje a los cómicos de la legua - Alfa y Omega

«Pues sabed que hay ocho maneras de compañías y representantes, y todas diferentes. (…) Habéis de saber que hay bululú, ñaque, gangarilla, cambaleo, garnacha, bojiganga, farándula y compañía». Con estas palabras puestas en boca de uno de los personajes de El viaje entretenido, Agustín de Rojas, a principios del siglo XVII, tipificaba las distintas categorías de grupos de teatro ambulantes que recorrían los pueblos en carretas y desplegaban sus escenarios y su arte ante la mirada fascinada de los espectadores ávidos de historias, de canciones y de carcajadas. Eran los cómicos de la legua, gente de mala reputación que recibía ese nombre porque estaban obligados a permanecer a una legua de distancia de los muros de la ciudad.

Siglos después, estas compañías ambulantes y sus cómicos continuaban siendo la esencia del teatro patrio. Vidas miserables y fabulosas, marginales y encumbradas, penosas y sublimes, que transformaban la plúmbea realidad de una España resignada en magia: la magia del teatro.

La esmeralda de Kapurthala es ante todo un homenaje. Un homenaje a esos cómicos que, a principios del siglo XX, deambulaban por el país con sus espectáculos de varietés, con ese teatro que mezclaba el cuplé con el ilusionismo y las historias exóticas con la comedia costumbrista. Y algo del halo fascinante y mítico de aquellos tiempos parece resonar aún hoy, apenas mencionamos los evocadores nombres de aquellas cupletistas: La Goya, Raquel Meyer, La Chelito, La Fornarina, Mata-Hari, Manolita Chen… Y Anita Delgado, nuestra heroína, quien acabaría convertida nada más y nada menos que en la maharaní de Kapurthala.

Historia fascinante ésta de Anita Delgado, que sirve de base argumental a la obra. Una historia que ha entrado ya de lleno en el mundo de la literatura de manos de su biógrafa Elisa Vázquez de Grey (Anita Delgado, maharaní de Kapurthala, El sueño de la Maharaní, La Princesa de Kapurthala) o de la más reciente novela de Javier Moro, Pasión India, novela que (si se me permite el cotilleo cinematográfico) quiere ser llevada al cine por Penélope Cruz en su primera aventura como productora, aunque al parecer se encuentra con las barreras legales que le están poniendo los herederos del maharajá de Kapurthala.

La historia de una humilde malagueña que viene a hacerse un hueco como cupletista en los escenarios del Madrid de principios de siglo, llegando a codeare con los artistas e intelectuales que poblaban el café-concierto Central Kursaal en la Plaza del Carmen: Julio Romero de Torres, Ricardo Baroja, Valle-Inclán… Hasta que un día el Maharajá de Kapurthala, que se encuentra en la capital para asistir a la accidentada boda de Alfonso XIII, se queda prendado de ella. Y ella de él. Así lo cuenta la propia Anita en su diario:

“Al llegar al palco mi primer movimiento fue de sorpresa al ver al Príncipe sin turbante y vestido de esmoquin, ahora parecía portugués en vez de cubano. Luego aproveché para observarle de cerca por primera vez, pero siempre que lo intentaba, por curiosidad, encontraba sus ojos clavados en mi persona, aunque ahora su mirada era dulce y me sonreía de tal manera que me maravillé de ver en su cara una expresión tan amable”.

No me negarán que la historia tiene su aquél, sobre todo si termina en una boda de alto copete en París, por lo civil, y en la India, por el rito sij, con la novia presentándose ante el novio a lomos de un elefante.

Pero seamos sinceros, esta historia, por muy embelesadora que sea, no deja de ser un pretexto en manos de su directora, Marta Torres (premio Max al mejor espectáculo infantil de teatro 2013 por la obra Alegría. Palabra de Gloria Fuertes) para ofrecernos un espectáculo que nos sumerge en la atmósfera hechizante de esos cómicos, charlatanes, artistas y vendedores de sueños capaces de subastar una esmeralda falsificada, hacer desaparecer un billete de veinte euros de uno de los espectadores o hipnotizar al público con el sugerente y sicalíptico baile de una danzarina exótica. Y todo ello mientras te cuentan una historia de miseria, amor y lujo oriental.

Y apetece en estas tórridas noches estivales de Madrid, y teniendo en cuenta la escasez de cines de verano que van quedando, sentarse en una de las mesas al aire libre del Teatro Galileo, tomarse una copa y unos pinchos, contemplar el escenario Art Nouveau (con aires de teatro chino de Manolita Chen) y dejarse llevar por los personajes variopintos que te acompañarán desde las tablas o entre el público. Personajes encarnados por unos magníficos actores que dan vida a estos parias embaucadores, arquitectos de castillos en el aire. Y no se pierdan los maravillosos números musicales, en los que se combinan los cuplés de toda la vida (La violetera, Las tardes del Ritz, La vaselina, Si vas a París papá) con la salsa, la zarzuela o la música oriental. Todo ello con una variedad instrumental propia de este espectáculo cajón de sastre: guitarra española, banjo, ukelele, charango, caja, armónicas, kazús, sin olvidar los cachivaches propios del hombre orquesta, o el theremín para crear la atmósfera orientalista que impregna la obra.

En definitiva, una hermosa recreación de ese teatro de siempre, de cartón piedra, de exotismo de lentejuela, de hambre y sueños, de carcajada y lágrima contenida, de sinvergüenzas y héroes, de vida, en suma. Y de caminos emprendidos y por emprender, caminos que, como en la novela de Fernando Fernán Gómez El viaje a ninguna parte, «se entrecruzan, se revuelven sobre sí mismos antes de llegar a ningún lado».

La Esmeralda de Kapurthala

★★★☆☆

Teatro:

Teatro Galileo

Dirección:

Calle Galileo, 39

Metro:

Quevedo

ESPECTÁCULO FINALIZADO