La Ciudad Eterna - Alfa y Omega

La Ciudad Eterna

Carlos Pérez Laporta

Ya sé que Juan Claudio de Ramón ha dicho que en Roma el presente y el pasado se tocan. Pero ha mentido. Lo ha hecho —si quieren— sin mala intención, porque quiere que vayamos a Roma y que Roma nos guste, y hace bien. Visitar Roma es posible, y magnífico. Pero los que tratamos de sobrevivir allí algún tiempo duradero de nuestra historia sabemos que en Roma no hay quien viva, porque en ella no hay presente. La vida allí es imposible. Roma es puro pasado. Elevada a la perpetuidad, a la perennidad… todo lo que quieran, pero pretérita, al fin y al cabo. Es un pasado absoluto, infranqueable desde este lado del tiempo.

Roma ha sido soñada mil veces, y reconstruida con cada ensoñación. Por eso, ella siempre fue, incluso mientras nacía. Como todos los sueños, es un pasado al que uno asiste sin llegar a estar presente. Por eso, siempre se tiene la sensación de llegar tarde a Roma. Lo cual explica por qué en Roma siempre se llega tarde. «Cansado de perder el humor en los achacosos autobuses de Roma, empecé a ir a pie a todas partes», dice nuestro autor. A esa conclusión todos llegamos allí. Pero quejarse del mal funcionamiento del transporte es un error. El sistema sirve con precisión germánica a la idea metafísica de Roma. Miles de funcionarios coordinados a la perfección trabajan por introducir en la vida diaria de cada persona esa incómoda tardanza que permite a Roma seguir siendo inhabitable y, por ende, eterna. Nadie puede vivir en Roma. Condenados a vivir siempre después de ella, solo podemos ser su posteridad.

Lo mismo ocurre con los boquetes en el asfalto. En Roma no hay mantenimiento del pavimento, sino de su degradación. Las quejas decimonónicas de Leopardi demuestran este empeño secular por hacer de Roma un lugar intransitable. Idéntica lógica siguen los erbacci, la «hemorragia de basura» y los problemas de iluminación. Con la comida es cierto que no son tan radicales; no tratan de matarte de hambre, sino de aburrir tu apetito con el eterno retorno de lo mismo: «En Roma se come bien. Bien, siempre que a uno le guste la rutina […]. Porque los romanos, adaptando la advertencia de Pascal, han concluido que todos los problemas le vienen al hombre de cambiar el menú. La pastoral culinaria romana ordena que 400 cocinas sirvan cada día los mismos platos del mismo modo y casi al mismo precio, conforme a un recetario de fijeza coránica». Unos años comiendo en Roma han servido para incluir en mis oraciones una cláusula para salvar a todos los chefs españoles del purgatorio, en vistas al banquete eterno.

Por último, contra Juan Claudio de Ramón me permito blandir su propio libro Roma desordenada (Siruela, 2022), cuyo interés está precisamente en su elusión del presente. Los coetáneos en el libro son accidentales. Él disfruta de la ciudad de la mano de Goethe, Stendhal, Chateaubriand… Roma no puede ser visitada de otra manera: «A veces pienso si no debería dejar de literaturizar y dedicarme a herborizar. Hay muchos libros escritos sobre Roma, pero sigue faltando una Contribución al estudio de las zarzas que crecen en el Quartiere Trieste».

Literatura o botánica, no hay tercera vía. De la fitografía a mí me salvó Cristina Sánchez cuando nos conocimos en Roma, dejándome escribir estos artículos. Juan Claudio se salvó poblando Roma de fantasmas. El salvoconducto a la eternidad romana son los clásicos. Por ello, solo podrán acceder a la Ciudad Eterna si tienen la cultura de Juan Claudio de Ramón, la suerte de gozar de su amistad o el tiempo de leer su delicioso libro antes de subir al avión. De lo contrario no llegarán nunca a Roma: serán solo un idiota extemporáneo más, colgados de un palo de selfi.

Roma desordenada
Autor:

Juan Claudio de Ramón

Editorial:

Siruela

Año de publicación:

2022

Páginas:

344

Precio:

22,95 €