Es hora de alzarse del sueño - Alfa y Omega

Es hora de alzarse del sueño

Carlos Pérez Laporta

María es la niña más despierta a la que yo haya dado catequesis. Pese a sus 10 años, de las sentencias con que sintetizaba mis charlas bien podía hacerse un libro de aforismos. Comprendí cenando con la familia que la culpa era del padre, que le prohibía tener sueño. El cansancio era comprensible, pero la somnolencia, inaceptable. Esa ejercitación de la vigilia tras el postre, cuando los adultos avivan las conversaciones a base de gin-tonics, introdujo a la niña en el desvelo de la vida adulta.

Al escribir estas líneas me doy cuenta de haber omitido una catequesis de san Ireneo: el sueño no existía en el jardín del Edén. La anestesia adámica fue una recurso divino para operar la creación de Eva. Pero de por sí los hombres eran insomnes, como Dios, porque eran inmortales. La energía espiritual no decaía, y el hombre no necesitaba morir cada noche para recuperar las fuerzas vitales. El sueño, como las enfermedades o los terremotos, vinieron por causa del pecado. El insomnio fue un don preternatural.

De ahí la contradicción que nos descubre David Jiménez Torres en El mal dormir: si bien la ciencia afinca la creatividad en el sueño REM, la historia de la literatura habría emergido «contra el sueño». La explicación es sencilla: lo esencial del verdadero talento no se desarrolla con progresión natural; es disruptivo, porque es arrebato, pasión y fuego. Naturalmente que se entrena y mejora, pero su destello trasciende lo humano. Quizá solo el escritor insomne crea literatura capaz de sobrevivirle, porque la inmortalidad criba sus letras; «el estilo es también esto: la capacidad de desbrozar nuestros fatigados pensamientos y exhibir solo lo luminoso que hay en ellos».

Claro que el cansancio aflige al maldurmiente; porque el pecado no ha conseguido destruir la consanguinidad divina, pero lastra su efectividad. Por eso, el desvelo del paraíso tiene ahora la fuerza de «una injusticia cósmica»: soledades, angustias, aburrimiento… El tiempo transcurre entre la noche y el día en una «continuidad funesta», porque la inmortalidad sin eternidad se ahoga: «Lo que resulta específico del mal dormir es la combinación de todo ello con una conciencia particular del tiempo», una suerte de enemistad «porque se nos aparece como inmisericordemente finito».

Por eso el insomne fantasea con la posibilidad de remediar su castigo. Quisiera solventar la fatalidad de la finitud por medio de la fatalidad misma: se quiere mortal. El maldurmiente ansía ser como los demás, seguir sus ritmos, estar hecho para este mundo y fungir en su engranaje sin accidentes. Jiménez se «enamora del sueño», y envidia a su mujer porque «duerme como Fred Astaire bailaba». Le tienta «aprovechar la noche», «optimizar el uso del tiempo». Para ello prueba remedios naturales y farmacológicos, cambia hábitos y sacraliza sus rutinas. Pero «el maldurmiente veterano ya da por hecho el fracaso de cualquier estrategia» porque, «por el motivo que sea, los humanos somos capaces de ajustar nuestra incomodidad existencial a cualquier incremento de bienestar».

Por eso, resulta imposible cualquier «impulso estetizante» del desvelo. No obstante, quizá no sería tampoco necesario cargarse de estoicismo «aprendiendo a maldormir», reduciendo las propias posibilidades al «intento de sacar el día adelante sin molestar a los demás». Jiménez muestra con belleza que «la tradición cristiana ha otorgado una densidad especial a la vigilia del creyente», pero la agrupa entre las angustias. Quizá lo religioso es para él «algo remoto». Pero aún hoy el encuentro con el Eterno en la vigilia proporciona más consuelo que toda la sensibilización social que trata de promover, porque ahí la inmortalidad adivina la resurrección.

El mal dormir
Autor:

David Jiménez Torres

Editorial:

Libros del Asteroide

Año de publicación:

2022

Páginas:

160

Precio:

16,95 €