La pasión del impasible - Alfa y Omega

La pasión del impasible

Carlos Pérez Laporta

Cuentan que un empleado de la Fundación “la Caixa” sugirió destinar todo el presupuesto a investigaciones en materia de salud. Siendo una de las más importantes del mundo, la propuesta era suculenta. Los plazos para lograr vacunas y medicamentos se acortarían. Pero su presidente se negó: «Tenemos que atender a los niños pobres», dijo. No es que la fundación no se dedique también a esas investigaciones, que lo hace. Lo que ocurre es que el presidente, que es católico, no estaba dispuesto a sacrificar su atención al sufrimiento presente y concreto de tantos niños en aras de un supuesto planeta del futuro, en el que se eliminará todo sufrimiento.

Nuestro mundo nunca entenderá lo que pretende este hombre, porque el progresismo –ya sea en su ideal marxista, democrático-liberal o cientificista– no tiene otra respuesta al sufrimiento que la evasión. No hay un lugar de llegada, no existe ese paraíso indoloro en la tierra. Pero nuestro mundo fugitivo, presa del temor y del asco que el sufrimiento le produce, es incapaz de asumirlo. Y en su perpetua huida, no le importan los que queden en el camino. Como afirma Balthasar en Dios y el sufrimiento, recientemente publicado por Ediciones San Juan, «el verdadero problema de estos sistemas reside […] en el poco valor que da al individuo que sufre: este, sucumbiendo, ayuda a pavimentar el camino del progreso de la especie».

Pero el cristianismo tiene otra manera de ver las cosas, porque el cristianismo es la fe de Longinos y del buen ladrón. Es la fe que nace mirando al que traspasaron. De mucho mirar uno descubre que Dios mismo no ha huido del dolor. Que Jesús, que salvó a tantos, no los salvó a todos y mucho menos se salvó a sí mismo. Eso nos dice que curaba por la misma razón por la que moría: no para eliminar el dolor, sino para estar ahí presente donde el dolor resulta realmente exasperante.

Porque lo indignante del sufrimiento, como decía Nietzsche, no es el tormento físico, sino su sinsentido. El sufrimiento es el lugar en el que la vida es mordisqueada por la nada. Es el punto en el que la finitud se separa de Dios y se vuelve una afrenta para sí misma. Porque en el daño Dios no parece estar ni se le espera, y por eso el hombre cae en la desesperación. Y es justo en ese lugar desangelado donde ha querido presentarse Jesús; pues, en la cruz ha sido «abandonado por el Dios al que Él llama de una manera muy especial su Padre, con el que está unido como ningún otro y en cuyo seno siempre descansa». En la cruz Dios asiste a su propio abandono, se aísla de sí mismo, para estar con nosotros donde estábamos sin Él. Al hacerlo muestra que el dolor alcanza el «el interior de Dios», en su mismo centro, entre el Padre y el Hijo.

Desde entonces quedó demostrado que «todos los puños erguidos contra el cielo del hombre rebelde apuntan a una dirección falsa», porque «el que sufre, el que grita en agonía está en Dios». Dios ha clamado antes por él, y grita ahora con él y en él. Si el Hijo padeció, es porque el Padre había padecido antes por amor al asumir la separación humana. La cruz desvela que la impasibilidad de Dios consiste en una inquebrantable pasión por el hombre. Que Dios es amor. Que lo que duele del dolor nace de la raíz misma del ser. Que el sufrimiento es el dolor mismo de Dios cuando no nos tiene. Por eso Cristo no huye del dolor, sino que asiste a él. No viene después del dolor, no viene «simplemente como e algo segundo más allá del primer momento doloroso». Como le ocurre a la madre que se duele del parto cuando le traen al niño (Jn 16, 21), es Cristo que llena de sentido el sufrimiento. Por eso el cristiano cura, es decir, sobre todo cuida al que sufre, para hacer presente a Cristo allí donde solo había dolor.

Dios y el sufrimiento
Autor:

Hans Urs Von Balthasar

Editorial:

San Juan

Año de publicación:

2022

Páginas:

34

Precio:

5 €