Jornada Mundial del Enfermo 2013. El médico no sólo cura físicamente - Alfa y Omega

Jornada Mundial del Enfermo 2013. El médico no sólo cura físicamente

Mantener a una población crecientemente envejecida supone un gran coste económico para los Gobiernos. El ministro de Finanzas de Japón ha dicho en voz alta lo que cínica y seguramente otros muchos realmente piensan: que los ancianos deben darse prisa en morir. En un contexto cultural marcado por el materialismo, la Iglesia advierte frente a la deshumanización de la Medicina. «Sed como el Buen Samaritano, derrochad amor por el ser humano, especialmente cuando experimenta la enfermedad y el dolor», ha pedido el Papa a los médicos

Cristina Sánchez Aguilar
Animados por la figura del Buen Samaritano, el Papa pide que «reconozcamos en el rostro del hermano enfermo el rostro de Cristo».

El próximo lunes, 11 de febrero, memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, se celebra la XXI Jornada Mundial del Enfermo, con un acto central en el santuario mariano de Altötting, en la región alemana de Baviera. Con el lema Anda y haz tú lo mismo, el Papa ha presentado, en su Mensaje para este día, la figura del Buen Samaritano como ejemplo «de actitud que todo discípulo ha de tener hacia los demás», especialmente hacia «los necesitados de atención» y «los heridos en el cuerpo y el espíritu».

En la parábola evangélica de Lucas, Jesús «nos enseña el amor profundo por todo ser humano, especialmente cuando experimenta la enfermedad y el dolor», asegura Benedicto XVI. El Mensaje, aunque está dirigido «a todos los fieles y a los propios enfermos», señala, especialmente, a los cuidadores y a los agentes sanitarios, los buenos samaritanos portadores de ese derroche de amor.

«Desde el punto de vista de la pastoral de la salud, procuramos que se preste gran atención a los enfermos, pero también a sus cuidadores», afirma monseñor Rafael Palmero Ramos, obispo emérito de Orihuela-Alicante, responsable del Departamento de Pastoral de la Salud, en la Conferencia Episcopal Española, y miembro del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud. Y recuerda el caso de un hombre que fue a la consulta del médico, donde pidió ser atendido rápidamente, porque tenía que ir corriendo a ver a su mujer, enferma de alzheimer. «Su esposa no se entera de si usted va o no, le respondió el médico. Y él contestó: Es cierto. Mi mujer no se entera de nada, pero yo soy plenamente consciente, y quiero estar allí con ella», cuenta monseñor Palmero.

«Ésta es la actitud que, desde nuestra pastoral, tenemos que ayudar a despertar y mantener en los cuidadores», afirma el obispo.

Los agentes sanitarios son los otros señalados por el Mensaje del Papa. «El papel de los médicos es fundamental para quienes sufren una enfermedad, y no sólo porque curen físicamente», afirma monseñor Palmero. «Ahora, los médicos están obsesionados por tratar con eficacia a los pacientes, y el trato humano que conocíamos en otros momentos, con mayor pobreza de medios, es mucho menor», reconoce el obispo emérito de Orihuela-Alicante, quien recuerda cómo, «antes, el médico se sentaba junto al enfermo, le animaba…, y aquello curaba también. A veces, los medicamentos no son lo único que cura», afirma. «Un médico, una enfermera…, con conciencia de Iglesia, son los que tienen que dar el testimonio», sostiene monseñor Rafael Palmero. «Más que una orientación, hay que fomentar una praxis», concluye.

Esta práctica la ejercita, cada día desde hace 12 años, don José Ignacio Martínez Picado, capellán de la Fundación Jiménez Díaz, de Madrid. «Es muy terapéutico sentarse en la cama del paciente –señala–, y hay muchos médicos que lo hacen, que dan un testimonio de calidad humana impresionante», sobre todo en plantas concretas, como la de oncología. Pero, de un tiempo a esta parte, la masificación supone un verdadero problema, a la hora de atender, de forma integral, a la persona: «Veo a los médicos –que cada vez son menos– ir corriendo de un pasillo a otro. Hasta se tienen que marcar la norma de no estar más de 10 minutos con cada caso», denuncia el capellán.

«Así, sólo se consigue que el paciente, al final, se sienta instrumentalizado, y que los trabajadores sanitarios estén agobiados. Ése no es el fin de la Medicina», recuerda, y cita a don Carlos Jiménez Díaz –fundador de su hospital–, cuya obsesión era «que el médico atendiese a la persona, en su totalidad». De hecho, una de sus frases, que quiso que presidiera la capilla del hospital «y ha marcado a muchos médicos», cuenta el capellán, es: «Si poseyera toda la ciencia y no tuviera caridad, no sería nada».

La deshumanización avanza

Para José, médico en un hospital de la costa mediterránea, el problema va más allá de la masificación de los pacientes:

«La Medicina está deshumanizada». José se retrotrae a la enseñanza universitaria como uno de los fundamentos de esta deshumanización, porque «no estudiamos ninguna asignatura sobre cómo ayudar al moribundo, sobre cómo asistir a las familias…, en ningún momento te enseñan que nuestros pacientes son personas con una dimensión espiritual», afirma. «A mí, lo que me hizo cambiar el trato con los enfermos fue estar al otro lado, en el del familiar», reconoce José, «cuando mis abuelos estuvieron enfermos y ví cómo los trataban». Y recuerda comentarios como «Mire, su familiar tiene 85 años, ya ha vivido bastante. Eso es poner a la persona muy lejos del centro de la Medicina».

La Iglesia pide a los médicos que «pongan la ciencia al servicio de la persona».

Según Denise Hunnell, miembro de Human Life International, esta deshumanización no sólo procede de un mal aprendizaje universitario: «Los médicos están siendo instados a considerar el coste económico de la atención a cada paciente», denuncia en un artículo publicado por la agencia Zenit. Denise Hunnell reconoce que «esto es cada vez más habitual en la profesión médica». Y añade: «En lugar de tratar de proporcionar consuelo y compasión auténtica en el final de la vida, hay un aumento del apoyo para acelerar la muerte», como una solución más barata que mantener el sufrimiento.

Cuando estar enfermo es caro

Resulta caro, ciertamente, atender a una persona al final de su vida. En el Reino Unido, existe un protocolo de cuidados paliativos que, según recientes investigaciones, se podría estar utilizando para aplicar prácticas eutanásicas a mayores y enfermos, incluso a niños y personas con discapacidad –cuyas enfermedades, a largo plazo, tienen un alto coste de tratamiento–.

El nuevo Viceprimer Ministro y responsable de finanzas japonés, Taro Aso, se ha atrevido a decir públicamente lo que cínica y seguramente muchos de sus colegas piensan: que los ancianos han de darse prisa en morir, porque suponen un gran coste para el Gobierno. Si tenemos en cuenta que, aproximadamente, el 80 % del gasto sanitario de una persona se concentra en los últimos 6 meses de su vida, un sistema avanzado de protección social resulta insostenible en un país como Japón, con una bajísima tasa de natalidad desde hace décadas –hoy la tasa de natalidad española es más baja todavía que la japonesa– y una elevada esperanza de vida.

La tentación de la eutanasia y el suicidio asistido se entiende en este contexto. Prueba de ello «es el creciente número de artículos en respetadas revistas médicas –como British Medical Journal, o Journal of the American Medical Association–, que apoyan la aprobación» de estas prácticas, sostiene Hunnell en su artículo.

La mentalidad va calando en la opinión pública en los países occidentales. Según una encuesta de la empresa suiza Isopublic en 12 países europeos –Austria, Gran Bretaña, Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Grecia, Irlanda, Italia, Portugal, España y Suecia–, la gran mayoría de los europeos están hoy a favor de la legalización del suicidio asistido –excepto Grecia, que rechazó, con más de la mitad de respuestas en contra, cualquier propuesta de muerte artificial–. Los españoles encabezan el ránking, con el 78 por ciento de los encuestados, seguidos por los alemanes, con un 77 por ciento, y los franceses, con un 75 por ciento.

Y eso que todavía no ha llegado a su punto álgido el grave problema demográfico que nos conduce, sin miramientos, a «un grave suicidio económico», tal y como señalaba Alejandro Macarrón, autor del libro El suicidio demográfico en España (ed. Homolegens), en una entrevista a este semanario.

«Cada vez hay más gente mayor soportada por menos gente joven –en los últimos 14 años, hay una tercera parte menos de personas con edades comprendidas entre los 18 a los 35 años–», lo que hará que el gasto sanitario crezca de forma exponencial. «Se trata de un proceso lento, que no se nota mucho a corto plazo, porque siguen naciendo niños y se muere menos la gente, pero que tiene un fin catastrófico. El proceso es imparable», afirmaba Macarrón. Y ya estamos viendo los primeros coletazos.

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