Javier va de campamento para ser misionero - Alfa y Omega

Javier va de campamento para ser misionero

Obras Misionales Pontificias ha organizado por primera vez un campamento en Navarra para alimentar el espíritu misionero en niños de toda España. Se acabaron las plazas rápidamente

María Martínez López
El lunes los niños conocieron a san Francisco de Asís y viajaron a América. Foto: Fernando González.

Hace unas semanas, Javier recibió una carta en su casa de Teruel. San Francisco Javier, de quien lleva el nombre, le invitaba a celebrar con él su cumplesanto. Es decir, que «hace 400 años que me hicieron santo». Pero había algo más. «Estoy preocupado por el rumbo que está tomando el mundo, y necesitamos reunirnos para buscar soluciones». Así animaba a este niño de 8 años, y a su hermana Haydée, de 10, a participar en el primer campamento de Infancia Misionera que se organiza en España.

Junto con otros 50 niños de sitios como Salamanca, Madrid o Valencia, llegaron a Javier el domingo. Ellos ya lo conocían porque han ido a las javieradas. «Vamos andando durante dos horas hasta un castillo, que es donde nació san Francisco Javier, y luego comemos y entramos a rezar en la capilla». Pero esta experiencia está siendo muy diferente: una semana entera llena de actividades, como una visita guiada y con disfraces al castillo, una excursión al monasterio de Leyre, piscina y hasta un taller de cocina mexicana.

Con todas estas actividades, Javier y sus nuevos amigos están viajando a todos los continentes. Y, allí, conociendo a grandes misioneros, además de san Francisco Javier: san Juan Bosco, santa Teresa de Lisieux, san Daniel Comboni y santa Teresa de Calcuta. Pero lo más interesante es que conviven con misioneros de verdad que han estado en países como Perú y Togo, y con jóvenes que han ido algún verano de misiones. Cuando se enteró, Javier sintió mucha curiosidad por saber «si se lo pasan bien».

Así me hice misionera

La respuesta de una de ellos, la hermana Ángela, es claramente que sí. «Cuando eres misionero tu vida cambia, eres más feliz porque aprendes que hay muchas realidades fuera de tu propio mundo». Ella es de Veracruz, en el sur de México. Y sabe perfectamente lo importante que es la Infancia Misionera, porque gracias a ella descubrió su llamada a entrar en las Esclavas Misioneras de Jesús.

El domingo, al llegar, los niños hicieron juegos para conocerse entre todos. Foto: Fernando González.

«Crecí participando en todas las cosas de mi parroquia y de un movimiento que se llama Renovación Carismática», nos cuenta. «Luego conocí a las hermanas» porque iban a su pueblo a dar charlas y llevaban el grupo de Infancia Misionera. «Nos reuníamos para rezar el rosario misionero, ese que tiene un misterio de cada color para rezar por cada continente». Además, «visitábamos a los enfermos, o comprábamos un kilo de arroz y lo llevábamos a una familia necesitada; cosas que podíamos hacer siendo niños». También iban a actividades misioneras en otros lugares cercanos. Pero sobre todo a Ángela le llamó la atención «la alegría que transmitían las hermanas y cómo vivían».

Con 15 años, decidió entrar en las esclavas. Se formó como religiosa a la vez que terminaba la educación secundaria y el Bachillerato. Cuando hizo los primeros votos la mandaron a trabajar con jóvenes de zonas muy alejadas. «Tardábamos ocho o nueve horas desde la ciudad, porque había que ir primero en bus y luego en moto, a caballo y al final a pie». En esa zona del país, a algunas chicas sus padres «las vendían para casarse a cambio de una vaca». Las religiosas «les explicábamos a ellas y a los chicos las distintas vocaciones que hay en la Iglesia: el matrimonio, el sacerdocio, la vida religiosa». Y si alguno tenía interés o quería continuar sus estudios, los invitaban a ir a la ciudad.

Una oportunidad única

Hace siete años vino a España, a un pueblo de Navarra llamado Milagro, donde se fundó su congregación. Fue su anterior superiora la que tuvo la idea de hacer un campamento misionero. «Vimos que era una oportunidad única para que los niños no vayan a uno solo para divertirse, sino para aprender que la misión es parte del cristianismo», cuenta Ángela. A los compañeros de Obras Misionales Pontificias les encantó la idea. Ángela se ofreció en seguida para ayudar porque le parece «muy bonito» que puedan vivir la misión «desde pequeños a través de juegos y dinámicas».

El campamento se iba a haber organizado en 2020, pero hubo que cancelarlo por la pandemia. Cuando este año se lanzó la idea, gustó tanto que en solo tres semanas se llenó y hasta había lista de espera, cuenta Fernando, el coordinador. Así que si sale bien, «quizá el año que viene tengamos que hacer más de uno», y en sitios diferentes de España.

Una visita muy especial

Una sorpresa de este campamento ha sido la visita de Roberta Tremarelli, responsable de Infancia Misionera en todo el mundo. Después de la pandemia, «estoy muy contenta de volver a tener encuentros con niños misioneros», y de «conocer a los que han respondido a esta invitación de san Francisco Javier». Espera que se empapen de «su espíritu», y sobre todo que «descubran a Jesús y el amor de Dios por cada uno». Un campamento es un gran lugar para hacerlo, porque convivir con otros niños nos enseña a compartir y a superar el egoísmo. Y si además es como este, los niños pueden «confirmar su espíritu misionero y descubrir cómo lo viven otros».