Idolatría económica - Alfa y Omega

La doctrina social de la Iglesia es una amplia, rigurosa y siempre actualizada reflexión que, según los obispos norteamericanos, «mide a la economía no sólo por lo que produce, sino también atendiendo a la medida en que afecta a la vida humana y así protege o socava la dignidad de la persona».

Las encíclicas sociales de los últimos Papas han criticado todo sistema económico en cuanto conduce a una desmesurada concentración de poder, a una competencia desenfrenada, a la especulación y a otras prácticas que provocan el olvido o la vulneración de los derechos del trabajo, anomalías en la sociedad de consumo y desinterés por el medio ambiente.

En la memorable encíclica de Juan Pablo II Centesimus annus, se reconoce prudentemente la eficacia del mercado, pero se lo limita a los bienes comerciables, excluyendo, por ejemplo, las armas o los órganos humanos. Se observa sagazmente que sólo los participantes con poder adquisitivo tienen acceso a los mercados. Se hace hincapié en que existen necesidades fundamentales que no son satisfechas por el mercado y que deben ser resueltas por la justicia social. Se exige que las inversiones financieras de los medios de producción sirvan al trabajo útil, lo que en el pensamiento del Papa polaco denota la creación de empresas, donde unos trabajan con otros, para el bienestar de unos terceros, mediante la producción de bienes de calidad.

La reciente encíclica de Benedicto XVI Caritas in veritate rompe una lanza a favor de una inversión socialmente responsable o ética, en la cual el uso especulativo de los medios financieros en orden a obtener beneficios a corto plazo queda inequívocamente rechazado.

Con todos los matices distintos, exigidos por los tiempos y las situaciones, para la doctrina social de la Iglesia el mercado es lo contrario de ese ídolo o fetiche, revestido del mitologema moderno de Progreso, en que se ha convertido en la sociedad global de hoy; ídolo que todo lo promete, todo lo asegura, todo lo consigue, todo lo satisface; que, haciendo las veces del amor cristiano, exige una fe inquebrantable y una esperanza a toda prueba; que opera en todo el mundo, como parte esencial de la dictadura de la Moda, por medio de la mística cruel del rendimiento y la eficacia, fascinando a los hombres más activos como poder invisible y omnipotente, omnisciente y omnipresente.

Es un falseamiento radical de las relaciones económicas entre los hombres. Sabemos bien que el fetichismo -la idolatría, en términos bíblicos- hace de las cosas, sujetos; y de los sujetos, cosas. Cuando el mercado, parte sustancial de la economía política, ciencia social práctica y no exacta, es, como toda economía, tan sólo un medio que tiene como fin la producción, el consumo y el intercambio de bienes y servicios al servicio de las necesidades de las personas y de la sociedad de todos los hombres.