Quebec fue incorporado a Canadá en 1763, al término de las guerras anglo-francesas. Primero, con estructuras coloniales, y después, federales. En ningún caso es hoy Quebec una colonia, ni el quebequés un pueblo oprimido. La Constitución canadiense, por otra parte, nada dice que autorice o prohíba la secesión de una Provincia.
Tras dos referéndums (1980 y 1995), fracasados, sobre la independencia, y que han reducido hoy a mínimos al partido independentista de Quebec, la famosa ley de la Claridad (Clarity Act, 1999) del Parlamento canadiense, tras la sentencia del Tribunal Supremo, precisó minuciosamente el tipo de preguntas legítimas, el porcentaje de votos necesario, la negociación posterior con el resto de la Federación, los bienes comunes que repartir, o las variaciones que pueden introducirse sobre la integración de una Provincia en el Estado federal. Si el principio democrático implica que debe reconocerse legitimidad a una opinión provincial expresada de un modo cierto y claro, implica también que las minorías territoriales no pueden imponer su voluntad para que se reforme la Constitución conforme a sus deseos. Los referenda de independencia en los Estados democráticos consolidados sólo parecen legitimar, por tanto, el inicio de una negociación respecto a la reforma constitucional.
Escocia no fue una colonia como Quebec, ni un conjunto de condados, una parte de un reino, o una comunidad autónoma, como Cataluña, sino todo un reino importante e independiente durante siglos, hasta su unión con el reino de Inglaterra en 1707 para formar el Reino Unido (United Kingdom) de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Sin Constitución común y sin norma alguna sobre la unión y la separación. Lo que sí puede reprochársele, entre otras cosas, al Primer Ministro conservador Cameron -a quien, como se sabe, no le importa demasiado la suerte de la Unión Europea- es que se jugara el todo o nada, en un órdago apasionado, con sólo una mayoría de la mitad más uno, ¡cuando cualquier Parlamento democrático del mundo, a la hora de votar una reforma importante de la Constitución o de las leyes, exige una mayoría cualificada de dos tercios o tres quintos de los votos!
Cataluña ni se parece a Quebec ni se parece a Escocia. Compararlos en serio es demostrar ser poco serios. Aquí hay una Constitución democrática y federalizante votada también por la inmensa mayoría de catalanes. Aquí ha habido una Reforma democrática ejemplar, en la que ha participado Cataluña tanto como cualquiera otra Comunidad, y aquí hay una Unión Europea, en continuo progreso, de la que Cataluña ha querido hasta hoy formar parte. Sólo una serie de disparates de algunos políticos, que prefiero no nombrar, comenzaron en el 2006 la deriva, que era la suya propia, hasta acercarnos a la catástrofe.
España entera no se merece tal deslealtad, tal injusticia, tal desprecio. La Unión Europea, de la que, quieran o no quieran, estos independentistas son muy eficaces enemigos, no se lo merece tampoco.