Haizam Amirah Fernández: «No hay voluntad para una solución política en Siria» - Alfa y Omega

Haizam Amirah Fernández: «No hay voluntad para una solución política en Siria»

María Martínez López
Amirah es analista del R. I. Encano. Foto: Real Instituto Elcano

El investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe del Real Instituto Elcano se muestra escéptico sobre los intentos de Bashar al Asad de presentarse como protector de los cristianos. «Si para ello se masacra a inocentes de otras comunidades, la situación no es sostenible», afirma. En general, en las intenciones de los principales protagonistas del conflicto tampoco «hay nada de religioso ni de proteger a las distintas comunidades»; solo «supervivencia, geopolítica y economía».

Diez años de guerra en Siria. ¿Seguirán otros diez?
No hay ningún indicio de que pueda haber una salida. Ya no se trata de un conflicto civil, hay muchos conflictos superpuestos con numerosos intereses incompatibles, y sin voluntad de alcanzar una solución política. Esto empezó en 2011 con protestas pacíficas pidiendo reformas del sistema político. No se pedía, por miedo, la caída del régimen socialista y autoritario del país, liderado primero por Háfez al Asad y desde 2000 por su hijo Bashar. Por aquella época en Siria circulaba un chiste que decía que los sirios solo se atrevían a abrir la boca en el dentista. Aquellas manifestaciones eran algo casi impensable. Pero el régimen de los Asad no hace concesiones, no comparte; al rival o al opositor se le elimina. Sus seguidores crearon el eslogan «O Asad o quemamos el país». Y a juzgar por lo ocurrido lo llevaron a la práctica hasta el extremo.

Asad hizo el cálculo de que si llevaba la revuelta al terreno violento tenía opciones de sobrevivir. Ahí sabe desenvolverse y podía hacer que la radicalización de la revuelta se viera en el exterior como una amenaza mayor que la supervivencia del régimen. Presentándose como un régimen laico que apoya a las minorías, liberó a los extremistas que tenía en las cárceles. Y desde el inicio no ha habido un solo día que no hayan matado a civiles. ¿Quién no se radicaliza así? El problema fue mayor cuando otros países de la zona empezaron a intervenir. En un momento dado, creo que con la coalición contra el Daesh había aviaciones de una docena larga de países bombardeando Siria. Las capas del conflicto llegan a unos niveles de complejidad elevadísimos.

¿Cómo se fueron añadiendo?
La alianza más estrecha que el régimen de los Asad ha mantenido es con Irán. Es paradójico: un régimen laico panarabista socialista que supuestamente protege a las minorías teniendo como principal aliado regional una teocracia chiita que no valora mucho precisamente la diversidad. Ahí queda en evidencia que es una alianza por tener enemigos comunes como Israel e Irak. Irán tiene capacidad de prestar apoyo, desde asesoramiento hasta armas, y además está presente en el vecino Líbano a través de Hezbolá, que envió a sus guerrilleros a batallas decisivas que impidieron el colapso del régimen.

A Israel, por su parte, le interesa mantener a un Asad debilitado. Formalmente nunca ha habido un alto el fuego entre ellos, pero es un enemigo que da poca guerra y no ha planteado dilemas estratégicos grandes. Y cada vez que quiere bombardear Siria lo hace y no hay respuesta; ni siquiera antes de la guerra.

¿Y en el otro lado?
Frente a esta alianza está Arabia Saudí, un sistema autoritario con tintes teocráticos y afán hegemónico. Siria no es de su cuerda, y por eso ha apoya a otros elementos, para ejercer su influencia. A los extremistas los permitió pasar Turquía, y los financian los países del Golfo, aliados de Occidente. Y entra en juego todo el conflicto con los curdos también.

Pero queda un tercer nivel, el internacional.
La relación con Rusia era estratégica para Siria desde la época de la URSS: apoyo militar, préstamos que luego hay que pagar… Y para Rusia era una forma de tener presencia en Oriente Medio y en el Mediterráneo. No podía dejar caer a este régimen aliado. Además, el régimen de Siria recurre al discurso de apoyo a las iglesias cristianas, que encuentra resonancia en Moscú. En septiembre de 2015 Moscú dio un apoyo que resultó decisivo para evitar la caída del régimen de Al Asad, con una intervención militar directa. También se dedicó totalmente a demonizar cualquier voz contraria a Asad, como los Cascos Blancos que rescataban gente; o para decir cosas como que un ataque químico con 1.200 muertos lo habían lanzado los propios rebeldes contra sí mismos.

¿Fake news?
Mucho de lo que luego se convirtió en ese fenómeno y el uso de las redes sociales para demonizar o sembrar dudas lo vimos mucho antes quienes seguíamos el tema sirio. Todos han hecho salvajadas, pero mucho más el régimen, que tiene más capacidad.

También el autoproclamado Estado Islámico ha usado las redes sociales con una capacidad enorme de llegar a todas partes. Apareció en 2014 aprovechando los escenarios de caos, sufrimiento, falta de ley y orden y crisis humanitaria, que es donde florece el extremismo. Ellos usaban las redes para atraer reclutas y generar terror. Y, por desgracia, tuvieron ayuda de los medios de comunicación internacionales y de los movimientos de extrema derecha en Europa, que buscaban asociar todo lo musulmán con esos cortacuellos.

Se muestras escéptico respecto a la protección de Asad a los cristianos.
El problema es que si para dar protección a los cristiano se masacra a inocentes de otras comunidades, a la larga la situación no es sostenible. No hay nada de religioso ni de proteger a las distintas comunidades. Es todo supervivencia, geopolítica, economía y beneficiarse de lo que se pueda. No hay valores ni moralidad.

¿Cuál ha sido el papel de Estados Unidos?
Ha tenido una política errática. Se espera que cuando una gran potencia pone una línea roja, haya un castigo severo si alguien la traspasa. Obama dijo que esa línea roja era utilizar, producir o transportar armas de destrucción masiva. Se han usado varias veces, la más grave en verano de 2013 contra población civil [por parte del Ejército sirio, N. d. R.], como forma de dar un vuelco a la situación generando terror entre la población. Y no pasó nada, salió impune con apoyo de Rusia. Luego decidió tener presencia militar apoyando a las milicias curdas. Más tarde Trump se retira y deja sin protección a sus antiguos aliados.

No ha hablado de Europa.
La UE está desaparecida. En junio de 2011, el ministro de Exteriores sirio dijo «vamos a olvidar que Europa existe en el mapa». Para desgracia de Siria, de la propia Europa y del Mediterráneo la UE se dedicó a poner sanciones, cada vez más amplias, y mirar hacia otro lado hasta que de repente nos dimos cuenta de que no hacer nada más también es una política y tiene consecuencias. Y de repente en verano de 2015 empezamos a hablar de la invasión de refugiados y del Daesh. ¿Qué se pensaba, que no iba a pasar nada? Había impunidad total, todos interfiriendo, sufrimiento, devastación física y humana… y la sorpresa es que eso tenga consecuencias. Al final, se hizo el acuerdo con Turquía para que no mandara refugiados, permitiéndole hacer de ellos moneda de cambio.

Buena parte de los sirios que quedan en el país siguen queriendo salir, aunque ya no caigan bombas.
El régimen de Al Asad interpreta que ha ganado porque ha sobrevivido y controla una parte del país. Otros actores controlan otras regiones. Ahora no se está moviendo mucho la situación, pero este mantenerse es sobre un país en ruinas, lleno de fosas comunes y con una ruptura del tejido social y unos daños enormes. El trauma colectivo es descomunal. No es un statu quo sostenible. Y la pregunta es cuánto pueden aguantar si la situación humanitaria va en deterioro. Las sanciones tienen la intención de hacer daño económico a las elites cortando sus fuentes de ingresos, sus negocios o los depósitos que tengan en el exterior. Pero como ellas tienen el poder absoluto, intentan suplir esa caída de ingresos a base de extraerlos de forma depredadora de los recursos nacionales.

Volvamos a la pregunta inicial: ¿cómo superar esta situación?
Ha habido varios intentos y foros de negociación, muchas veces con Rusia, Turquía e Irán como los países con mayor presencia. Es así como debería buscarse. Pero hay muchos actores que no quieren perder o ver que sus rivales ganan posiciones después de haber hecho una enorme inversión apoyando a sus bandos. Siria está muy lejos del escenario que parece que se está viendo un poco (con muchas cautelas) en Libia. Allí, la semana pasada se aprobó un nuevo Gobierno de unidad nacional, previendo elecciones en diciembre. Y los países que están dentro parecen que están dando muestras de apoyo.

Al menos, ¿por dónde podría ir una posible solución?
Un tema principal es qué pasa con Asad. Una figura asociada a la devastación del país no puede ser el presidente de una Siria reconciliada. Al régimen le interesa sobrevivir, y para ello está dispuesto a aliarse (y lo ha hecho) con todos los demonios. Pero sin el apoyo de Putin y de Irán Asad no seguiría ahí, ni como presidente… ni vivo. Eso sí, el apoyo no es por su persona ni porque sea imprescindible, sino porque es útil para garantizar los intereses de Rusia y de Irán. Que, por cierto, no siempre coinciden entre sí.

Cualquier salida requiere una negociación internacional, un reparto de influencias y de privilegios, acceso, negocios… A eso se suman todos los equilibrios inestables de la región. ¿Cómo encajaría la futura Siria en el rompecabezas de Oriente Medio, el Mediterráneo y el Golfo?

¿Se espera algún cambio con el nuevo Gobierno de Estados Unidos?
Hay mucha confusión porque muchos de los altos cargos vienen de la época de Obama y no es que precisamente tengan un historial de haber intervenido de forma constructiva. Al menos se podría decir que puede haber algunas certezas más. En la época de Trump amanecíamos con el tuit del día y ponía todo patas arriba. Alguna vez pasó con Siria.

Si la solución para salir del bloqueo es que desaparezca Asad, ¿hay en el país figuras capaces de unir al país y ofrecer una esperanza de reconstrucción y reconciliación?
Una de las cosas que pasan en las guerras es que se elimina físicamente a los que pueden ser alternativa; sobre todo a los más moderados, que podrían tener el carisma y el pragmatismo para unificar el país. Esos no interesan. Se ha asesinado a muchos posibles líderes. Y luego también ha habido una polarización, una radicalización de otros posibles candidatos. Ha habido gobiernos en el exilio, conferencias de opositores, pero al final no se ha traducido en nada. Aunque sí hay alguna iniciativa, gente trabajando en una futura constitución y en garantías para las minorías.