Gracias, vacaciones - Alfa y Omega

Disponer de vacaciones es —como una puesta de sol en verano, o como un gorrión que nos hurta la patata frita del aperitivo en la terraza— algo que agradecer. No a la empresa ni a las leyes. No a los clientes ni a la universidad o al colegio. No al mercado ni al capitalismo, ni a la lucha obrera. Porque no se trata de que debamos las vacaciones a alguien, o a una institución, o a una ideología o doctrina. Quizá, de niño, sí debía a alguien mis vacaciones: a mis padres y a mis abuelos. Pero ellos no eran una institución, ni lograban que yo disfrutara de dos o tres meses de vacaciones en la playa porque estuvieran obligados, o porque se lo hubieran propuesto, a guisa de plan de negocio.

En este año tórrido, como de novela de Baroja ambientada en el Madrid miserable —ese Madrid polvoriento, de navajas oxidadas, aguardiente seco, prostitutas tuberculosas—, y con ese buitre de la pobreza sobre nuestras cabezas, disfrutar de vacaciones es un don. Y el don nos lleva al agradecimiento.

Todo agradecimiento hondo solo requiere de una cosa: disfrutar del don recibido —sabiendo que no es merecido— y sonreír. También conlleva una responsabilidad, alguna manera de corresponder. Aunque no se trata de igualar guarismos en una cuenta de debe y haber.

Para disfrutar no se necesita subir el volumen. Ya lo decía Gene Hackman a Denzel Washington al comienzo de Marea roja (Tony Scott, 1995): «¡Bravo! Usted ha preferido disfrutar de este paisaje, en vez de estropear el momento soltando alguna ocurrencia». Algo de esto debe de haber en el consejo evangélico: «Si no sois como niños, no podréis entrar en el reino de los cielos». La Modernidad —de manera particular, la Ilustración— nos ha enseñado lo contrario, y por eso tratamos a Dios no como un pequeñuelo que es feliz comiendo una gominola de peseta, sino como un hijo adulto y emancipado.

Pero las vacaciones no son un mero recreo. Ni siquiera un pasatiempo que nos sugiere que todo el año debiera transcurrir así. Las vacaciones tienen algo de retiro espiritual. Aunque acontezca un cierto enfriamiento de la piedad, e incluso supongan algún despiste placentero. En las vacaciones tenemos la oportunidad de vivir sin lo prescindible, de ensayar quién queremos ser de verdad. Y eso hay que agradecerlo.