Occidente se ha convertido en un gran supermercado donde lo sagrado queda excluido. En este aspecto, hemos abandonado la evangelización, hemos reducido el mensaje de Cristo a eslóganes blandengues o a liturgias de una horizontalidad lamentable. Hemos desfigurado el cristianismo dejando creer que todas las religiones son iguales. Nadie se conmueve por las cifras terroríficas de abortos o por el avance de la eutanasia. La tragedia de nuestra época clama por un retorno a la fe. ¿Hemos predicado a Cristo a aquellos que hoy habitan nuestros arrabales? ¿Y nos lo hemos predicado a nosotros mismos con toda su fuerza? Sólo el cristianismo afirma que Dios es amor. Hoy se muere por haberlo olvidado.