Gauguin en el Thyssen. Exotismo y paraísos lejanos - Alfa y Omega

Gauguin en el Thyssen. Exotismo y paraísos lejanos

El Museo Thyssen-Bornemizsa ofrece, hasta el 13 de enero, una gran exposición que lleva por título Gauguin y el viaje a lo exótico, centrada en tres aspectos: el primitivismo por la vía del exotismo que practicó el artista francés, el viaje escape de la civilización y retorno a un paraíso perdido, y la concepción moderna de lo exótico y sus vinculaciones con la etnografía

Antonio R. Rubio Plo
Parau api (¿Qué hay de nuevo?), de Paul Gauguin (1892). Staatliche Kunstsammlungen, Dresden.

La pintura de Gauguin no puede entenderse sin considerar su vida difícil, plena en sufrimientos y decepciones. Quizás su tardía vocación de pintor no habría llegado sin el despilfarro de la fortuna familiar y el fracaso final en sus actividades de agente de cambio y bolsa. El hombre que todo lo tuvo a su alcance, incluido una esposa y cuatro hijos, eligió una existencia de vagabundo al buscar, en lugares exóticos, lo que Francia, su país de origen, y Dinamarca, la tierra de su mujer Mette, le negaron. No encontró su reposo ni en Madagascar ni en la Martinica. En cambio, en Tahití y las islas Marquesas descubrió algunos retazos de felicidad entre sus paisajes y sus gentes, amables y risueñas.

Gauguin fue el mesías de los artistas rebeldes y solitarios, fiel heredero del anarquismo de su abuela, Flora Tristán, aunque siempre viviría preso de grandes contradicciones. Gran lector de la Biblia, Shakespeare y Balzac, que cualquier ácrata al uso hubiera despreciado, no le resultaba sencillo romper con la iconografía cristiana, que seguirá presente en algunas obras pintadas en la Polinesia. Allí desarrolló un sincretismo asociado a las costumbres y creencias de los indígenas, y el resultado fueron grandes creaciones del simbolismo, superador de un impresionismo que no era sino la evolución del realismo. Por lo demás, el arte de Gauguin representa el triunfo del subjetivismo, perfectamente compatible con un vocabulario plástico universal, y con precedentes en imágenes decorativas del arte egipcio, griego y japonés.

El artista francés no visiona, sin embargo, su paraíso exótico, tal y como es en la realidad, pues su percepción sigue siendo tributaria de sus lecturas, la de la relación de viajes del navegante Louis Antoine de Bougainville, que contribuyeron a forjar la leyenda del buen salvaje de Rousseau, o la de los libros de Pierre Loti, novelista de moda en su época. Con todo, el pintor parece haber encontrado en la Polinesia el paraíso terrenal perdido, al que nos invita a entrar en Haere Mai (Venid), pintado en 1891, visión de un valle idílico y primitivo, nuevo enfoque del mundo pastoril trasplantado a latitudes tropicales. En la misma línea se encuentra Mata Mua (Érase una vez), un paisaje con figuras de 1892, que es todo un canto a una edad de oro remota, y que aparece salpicado por grandes contrastes cromáticos. Los vivos colores armonizan con el trazado de las líneas, lo que nos demuestra que el pintor es, a la vez, un gran dibujante. Mucho más conocido es el lienzo Parau Api, ¿Qué hay de nuevo?, obra de 1892, variación sobre un cuadro precedente de dos mujeres tahitianas. En realidad, no se trata de dos mujeres diferentes, pues es la misma figura, dotada de un hieratismo melancólico, y representada con un enérgico grafismo y unas tonalidades llamativas. A la izquierda, aparece en actitud de reposo y meditación, y a la derecha está observando algo que los espectadores no podemos ver.

El Gauguin superador del impresionismo, aunque muy influenciado por los trazos sintéticos de Manet, abrió el camino al expresionismo alemán e incluso influiría en los primeros pasos de la abstracción. Algunos artistas de estas tendencias consideraron al pintor francés como una gran fuente de inspiración, incluyendo su interés por los lugares exóticos y, en consecuencia, aparecen en la muestra del Thyssen:

El ruso, naturalizado francés, Wassily Kandinski, que en su búsqueda de la perfección cromática llegará a la disolución de lo figurativo, pasó varios años en Túnez, y quedó fascinado por la belleza de los colores de su mar y de su cielo, tal y como se refleja en su paisaje de la bahía tunecina (1905). En la exposición, encontramos, además, a Emil Nolde, pionero del expresionismo y también atraído por los viajes exóticos, pues viajó al Pacífico con una expedición colonial alemana y visitó Asia y el sur del Pacífico en 1913. Al año siguiente, pintó Noche de luna, una imagen turbadora que recrea una luna en los mares del sur.