Forever young - Alfa y Omega

Hace muchos años, cuando era apenas un junior recién incorporado a mi primer bufete, una compañera de despacho me propuso que la acompañara a pasar la tarde en casa de un viejo abogado, ya jubilado. Se trataba de un programa del Colegio de Abogados para promover la relación entre compañeros mayores y jóvenes y luchar contra la exclusión social de aquellos. Por inmadurez, estupidez o ambas cosas, no saqué partido alguno de la experiencia: el anciano era un cascarrabias que no paraba de quejarse y maldecir y no supe ir más allá de tan evidente límite. Decidí no repetir y me centré en otros programas de voluntariado con niños y adolescentes.

Me ha vuelto a la memoria esta historia tras ver recientemente las estupendas películas Indiana Jones y el dial del destino (James Mangold, 2023) y Top Gun: Maverick (Joseph Kosinski, 2022). Las dos comparten el mismo punto de partida dramático: tanto Indiana Jones como Pete Mitchell, Maverick, mitos de la arqueología y la aviación de combate, respectivamente, parecen haber quedado obsoletos; su experiencia y conocimientos adquiridos durante toda una vida dedicada a su oficio no encuentran acogida ni eco en un mundo que se ha echado en brazos del progreso tecnológico y el culto a lo nuevo. Incluso sus valores —amistad, patriotismo, fin público del trabajo— han sido desplazados por un cinismo soft que solo busca el propio beneficio a toda costa.

¿Qué pueden aportar dos viejas glorias, cuyos mejores tiempos ya pasaron, en un contexto donde lo único que se valora es la capacidad de adaptación al constante y cada vez más acelerado desarrollo tecnológico? ¿Qué sentido tiene saber de historia antigua cuando la humanidad acaba de conquistar la Luna? ¿Qué probabilidad de éxito pueden tener la mera intuición, el olfato, frente a sofisticadísimos algoritmos y programas de inteligencia artificial que pueden predecir en milésimas de segundo respuestas a cualquier situación inimaginable?

Todo el mundo lo tiene claro: ninguna. Ya no son útiles; lo más que se puede hacer por ellos es darles un reloj a modo de recuerdo en su fiesta de jubilación, como a Indiana Jones, o un destino en medio del desierto donde no molesten, como a Maverick. Por su parte, sendos protagonistas son dos fantasmas; han interiorizado su apartamiento social y dimitido del presente, del que no esperan que les depare nada significativo. Han llegado, en palabras del ensayista Antonio García Maldonado, a su personal «final de la aventura».

En este punto, cuando su destino parece escrito, de repente sucede algo impensable que los sustrae de su solipsismo y vuelve a colocarlos en el tablero de juego. El desencadenante no es un reconocimiento oficial, o un acto público de homenaje o desagravio, sino la inesperada aparición de la hija de un viejo amigo que quiere usar a Indy para un lucrativo negocio con una pieza arqueológica a la que ella no da más valor que el económico; o la oculta y benévola presencia de un antiguo camarada que, contra viento y marea, nunca ha dejado de confiar en la verdadera estatura humana de Maverick, tan obcecado en autosabotearse.

Indiana Jones en su última entrega. Foto: Lucasfilm Ltd. & TM.

Ya sea desde el vicio o desde la virtud, esta segunda oportunidad que se les regala permite a ambos poner en juego unos saberes, relegados al trastero de la historia por la soberbia del poder y la técnica. La maquinaria de seguridad del Estado (la CIA, en Indiana Jones 5) es incapaz de ni siquiera vislumbrar a quién se está enfrentando, y los novísimos superaviones de la Marina no pueden por sí solos superar los límites físicos de la misión a ejecutar, abocando a los mandos a una dialéctica estéril del todo o nada que está a punto de llevarlos al fracaso, en Top Gun: Maverik.

Pero en el momento crítico, las limitaciones de la edad, físicas y psicológicas, se terminan imponiendo: ni Indy ni Maverick pueden completar solos la misión. En esta encrucijada es cuando se produce el a priori imposible encuentro entre el pasado y el ahora, la experiencia y el ímpetu, la prudencia y la fuerza. Indy y Maverick son traídos al presente por el reconocimiento de los jóvenes, que durante la misión han visto cómo los dos vejestorios iban dando con las claves de salida del embrollo en el que les habían metido sus prepotentes superiores, o cómo con su honestidad y arrojo redescubrían la posibilidad de vivir la vida como una gran aventura más allá del estrecho y estéril egoísmo.

Me alegra ver cómo estas dos películas plantean tan inteligentemente el problema del estigma de la obsolescencia laboral y social, cada vez más temprana, y el empobrecimiento económico, político y cultural derivado de la decisión colectiva de prescindir del gigantesco caudal de experiencia que atesoran nuestros mayores; quizá una de nuestras más relevantes misiones generacionales sea la de descubrir juntos las formas de contar con ellos para afrontar los grandes retos que tenemos por delante.