Cristianos en Siria: expulsados de su tierra
Minoría entre musulmanes, los cristianos son el eslabón más débil de la sociedad siria y el objetivo de ataque de los rebeldes yihadistas, que aprovechan el conflicto para amedrentarlos. Unos han optado por refugiarse en países limítrofes. Otros permanecen en el país, sostenidos por los religiosos: «La oración es nuestra arma más poderosa», afirma una religiosa
La tierra que cabalgó san Pablo cuando cayó para ver la Luz, se queda sin hijos. Cerca de un millón de cristianos sirios, minoría entre musulmanes, pero sempiternos testigos del Evangelio en la cuna de la fe, son y serán expulsados de su casa a consecuencia de un conflicto «abiertamente sectario» –como lo definió una comisión investigadora de la ONU en 2012–, que enfrenta a chiítas y sunitas desde 2011.
«Son el eslabón más débil de la sociedad», explica a Alfa y Omega el padre Nawras Sammour, sirio y director regional del Servicio Jesuita al Refugiado, desde Damasco. Su único futuro es huir. Lo llevan haciendo desde que empezó la revuelta entre los rebeldes sunitas, que, apoyados por yihadistas, se enfrentaron al bastión chiíta (es más, a la rama minoritaria chiíta alauí) de Al Assad. Hasta que empezó el conflicto, los cristianos han gozado de cierta libertad de movimientos con el régimen alauita, pero, ahora, ser cristiano en Siria es ser sospechoso de complicidad con el régimen del Presidente o de traidor a la causa chií, dependiendo de con quién se topen. Y la intolerancia de los radicales islamistas, que aprovechan la excusa del enfrentamiento para sus propios intereses, termina materializada en amenazas, violencia, robos e, incluso, la muerte. «Cuando un grupo armado invade una población, los cristianos se marchan. Porque saben que, si son yihadistas, ellos serán su principal objetivo», señala el padre Nawras.
Homs y Maaloula, abandonadas
Claro ejemplo de este éxodo es la ciudad de Homs, donde vivían más de 10.000 cristianos antes del conflicto. «Ahora sólo quedan 60 cristianos», cuenta el jesuita. El motivo es que un grupo del rebelde Ejército Libre de Siria fue, casa por casa, expulsando a las familias cristianas para apropiarse de sus viviendas. Otro ejemplo es Maaloula, un pequeño pueblo cristiano al norte de Damasco, símbolo de la convivencia pacífica entre religiones y donde se habla en arameo, la lengua de Jesús. El pasado jueves, cayó en manos del Frente Al Nursa –grupo rebelde ligado a Al Qaeda– y del Frente de Liberación de Qalamon, según ha confirmado el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. Los rebeldes entraron con metralletas en dos iglesias y recorrieron las calles de la que llaman la Lourdes siria, obligando a sus habitantes a convertirse al Islam si querían salvarse. Tras la llegada de las tropas gubernamentales, la población lleva varios días siendo el escenario del mini conflicto: «Ahora es un pueblo fantasma», afirmaba al Observatorio Sirio un vecino contactado telefónicamente, que también aseveró que la mayoría de los invasores eran extranjeros, principalmente tunecinos, marroquíes, chechenos y libios. Y es que, curiosamente, los extremistas más radicales, que apoyan la revolución sunita y atacan a los cristianos, han llegado de Egipto, Palestina, Rusia, e incluso de Europa. «Me han contado que hay belgas en los grupos armados», afirma el padre Nawras, mientras señala, con tristeza, que «su llegada ha puesto fin a la convivencia pacífica en Siria entre cristianos y musulmanes».
¿Dónde están los cristianos?
Están en campos de refugiados de Líbano, Jordania, Turquía, Irak… Pero también permanecen en Siria, necesitados de ayuda humanitaria urgente: «Viven en campos de batalla, y tratan de sobrevivir, en el miedo, mientras todo se destruye a su alrededor. Todo esto tiene graves repercusiones en la salud, y también en la educación de los niños», afirma el cardenal Antonio María Veglió, Presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes en una entrevista, este fin de semana, en L’Osservatore Romano. Aunque, de momento, «ni siquiera Naciones Unidas puede responder adecuadamente a las necesidades materiales, porque no hay fondos disponibles», alerta Veglió, algunos cristianos permanecen en su tierra, soportados por la oración incansable de los religiosos y religiosas que se quedan en la región cuna de san Pablo.
En un pequeño pueblo cerca de la frontera con Líbano, de mayoría alauí, hay un monasterio de religiosas trapenses que permanece sin ser atacado, aunque catorce pueblos de los alrededores han sido destruidos, y sus mujeres y niños secuestrados. Su superiora, la Hermana Marta Luisa Fagnani, contaba a L’Osservatore Romano, el pasado fin de semana, que los cristianos tienen una misión muy clara en el conflicto sirio: «Hemos tomado, generalmente, una posición neutral en el enfrentamiento. Por eso, nuestra labor es tratar de sanar las divisiones, ser signos de unidad, y mantener la convivencia pacífica con los musulmanes, como hemos hecho hasta ahora». El padre Nawras es más escéptico: «A la mayoría de la población le gustaría una Siria unida, sin discriminación ni intimidación de las minorías, pero esta mayoría no tiene medios para que se escuche su voz. La voz la tienen los extremistas».
Para lo que sí tienen voz es para rezar. Y bien alto. Según la Hermana Fagnani, «la única forma real de contrarrestar esta locura desenfrenada es la oración y el ayuno» que ha propuesto el Papa. «Son armas poderosas», recalcaba la religiosa. El padre Nawras también asevera que «el lado positivo de todo esto es que muchos cristianos han ratificado su vocación de trabajar por los demás, han encontrado una fuerza mayor para comprometerse». Esto también ha provocado, añade el jesuita, que «estemos, de alguna manera, mucho más unidos. Y no sólo entre cristianos».