«Hija, tu fe te ha salvado»
XIII Domingo del tiempo ordinario
Con el objetivo de mostrarnos que el Reino de Dios está presente entre nosotros, Marcos nos sitúa ante dos episodios concretos que revelan cómo actúa el Señor: la curación de una mujer que padecía hemorragias y la resurrección de la hija de Jairo, jefe de una sinagoga. Se trata de dos acciones entrelazadas en las que el evangelista quiere destacar el poder de Jesús sobre la enfermedad y sobre la muerte. Y poder implica señorío o dominio: Jesucristo es Señor de la Vida; y de una vida plena en la que la enfermedad y el sufrimiento no tienen la última palabra.
El texto está en línea con la primera lectura de la Misa de este domingo, tomada del libro de la Sabiduría. De entre las afirmaciones que ahí aparecen destacan que «Dios no ha hecho la muerte», sino que esta entró en el mundo por envidia del demonio. Un poco más abajo, subraya que Dios ha hecho al hombre a imagen de su propio ser. Este relato nos recuerda al Génesis, cuando señala al crear los distintos seres de la tierra que «vio Dios que era bueno». Al mismo tiempo, anticipa la gloria definitiva de Cristo, que ha triunfado sobre el mal y la muerte. El hombre, al ser imagen de Dios, está también llamado a la vida definitiva y verdadera.
«Para que se cure y viva»
Conforme va pasando por los distintos lugares de Galilea, Jesús aparece especialmente atento a las necesidades concretas de las personas que se acercan a Él. El pasaje refleja con claridad los dos planos a los que afecta la salvación traída por Jesucristo: la salud física y la espiritual, algo que en la historia del cristianismo ha estado durante mucho tiempo unido por la utilización del término latino salus, entendido unas veces como salud física y otras como salvación espiritual. Con ello se nos muestra que la acción de Jesucristo en nuestra vida no se restringe a aspectos parciales de la existencia, sino que busca el bien completo del hombre.
Una fuerza ha salido de Él
A la vez que se muestra el alcance de la salvación de Dios a través de Cristo, el evangelista se detiene en el modo a través del cual el Señor concreta esta salvación. En varios detalles, tales como la imposición de manos, el contacto con el manto de Jesús o el hecho de coger de la mano a la niña, se manifiesta que Jesucristo realiza un acercamiento total hacia las personas beneficiarias de sus milagros. El episodio de la hemorroísa ha tenido gran influencia en el modo en que la Iglesia ha comprendido y administra esta salvación, especialmente a través de los sacramentos. Por ello, el Catecismo presenta los sacramentos como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante. Y también a lo largo de los siglos, la imagen de la hemorroísa ha servido en la iconografía para explicar la fuerza de los sacramentos que manan del poder de Cristo. No obstante, el pasaje insiste en que no basta con ver o tener contacto físico con Jesús. De hecho, junto a esta mujer había mucha gente que lo seguía y apretujaba, pero la diferencia entre ella y el resto es la fe que manifiesta, ya que ni se atreve a dirigirle la palabra, puesto que esa enfermedad implicaba impureza legal y, por lo tanto, gran vergüenza. Del mismo modo, Jairo se postra ante el Señor convencido de que puede curar a su hija.
Cuando Marcos escribe este Evangelio pretende que sus lectores crezcan en fe y se acerquen a Cristo, dado que tiene el poder de curar y de resucitar. «Levántate» es la orden que da Jesús a la hija de Jairo, tras lo cual la niña echó a andar. Por ello, a nosotros también se nos pide confiar en el poder absoluto de Dios para sanar cualquier circunstancia de nuestra vida y saber que por muy profunda que sea nuestra situación, con fe es posible escuchar de Jesús las mismas palabras que escuchó la hija de Jairo.
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva». Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con solo tocarle el manto curaré». Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba: «¿Quién me ha tocado el manto?». Los discípulos le contestaban: «Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: «¿Quién me ha tocado?». Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe». No permitió que le acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga, y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida». Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: Talitha qumi (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»). La niña se levantó y echó a andar; tenía 12 años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.