«Estos muertos pesan en mi conciencia y en la de toda la Iglesia»
La pederastia no es solo un pecado, sino «una enfermedad», una desviación que no puede ser tratada únicamente con retiros espirituales. Palabra de Francisco a los religiosos, a quienes pidió afrontar con determinación los abusos contra menores a manos de clérigos, una «monstruosidad absoluta». El Papa ha firmado también de su puño y letra el prólogo a un libro de una víctima superviviente a las agresiones de un sacerdote. Las secuelas –lamenta– han llevado a muchas víctimas al suicidio. «Estos muertos pesan en mi corazón, en mi conciencia y en la de toda la Iglesia». Gesto de cercanía del pastor, ejemplo para quienes todavía dudan
Hace unos días la revista romana La Civiltà Cattolica difundió el texto completo de un coloquio privado entre Jorge Mario Bergoglio y superiores mayores. Un encuentro informal de tres horas de duración que tuvo lugar el 25 de noviembre de 2016. Las respuestas improvisadas del Pontífice las preguntas de los religiosos no habían salido hasta ahora a la luz.
«Sobre los abusos sexuales: parece que de cuatro personas que abusan, dos habrían sufrido también abusos. Se siembra el abuso en el futuro. Es devastador. Si hay sacerdotes implicados está claro que está en acción la presencia del diablo que estropea la obra de Jesús a través de aquellos que deberían anunciar a Jesús», señaló Francisco cuestionado sobre el particular.
El Papa pidió hablar claro y lanzó una recomendación específica: pidió a los superiores tener mucho cuidado al recibir en la propia comunidad a candidatos sin comprobar bien su adecuada madurez afectiva. Y les instó a no recibir en la vida religiosa o en una diócesis a candidatos que hayan sido expulsados de otro seminario o instituto sin pedir información muy clara y detallada sobre los motivos del alejamiento.
Lo perdono, padre
Consideraciones de una claridad meridiana, que contrastan con los ataques lanzados desde diversas tribunas mediáticas en el pasado reciente contra Francisco, acusándolo de tener un discurso y actuar de manera distinta en el combate a los abusos sexuales. Ese es el objetivo del libro Lujuria, del periodista Emiliano Fittipaldi y publicado en Italia hace algunas semanas atrás. Un intento, sin mucho éxito, de «manchar la sotana de Francisco», según lo definió a Alfa y Omega una acreditada fuente vaticana.
En este contexto resulta por demás sugerente el gesto inédito del obispo de Roma de escribir el prólogo del libro Lo perdono, padre, del francés Daniel Pittet y cuyo lanzamiento en diversos países europeos ha tenido lugar esta semana.
Francisco conoció a Pittet en 2015, durante el Año de la Vida Consagrada. Aquel hombre le hizo entrega de otro texto escrito por él: Amar es darlo todo, una compilación de singulares historias de religiosos. Jamás hubiese imaginado que él, «un entusiasta de Cristo» –como lo calificó–, fuese un sobreviviente del infierno.
El Papa escuchó su historia y se conmovió. Entonces decidió adoptar su primer libro. Lo hizo distribuir en la plaza de San Pedro y promovió su publicación en 12 idiomas, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia, en julio de 2016. Ese gesto ya había sido demasiado para Pittet, un católico francés de 59 años que hoy es bibliotecario en Friburgo, donde vive con su mujer y sus seis hijos.
Pero el Papa no se quedó ahí y quiso prologar su segundo libro, un conmovedor relato en primera persona de las vicisitudes de un sobreviviente. El descenso a los infiernos de la violencia humana y la capacidad de la fe de curar sus heridas. Desde sus primeras líneas el texto resulta estremecedor.
Contra el muro del silencio
«El 10 de junio de 1959, mi padre intenta matar a mi madre. Tiene en su mano un gran cuchillo y se lo apunta a la garganta. Ella le suplica que la deje, bajo la mirada de mi hermana mayor paralizada por el miedo. Inútilmente. Mi padre deja ir el cuchillo, toma una navaja y le forja una cruz de san Andrés en el vientre. Ese vientre en el cual me encuentro en ese momento, en el cual me muevo. Mi madre está embarazada de ocho meses. Su vientre soy yo. Esa agresión me marcará de por vida».
En su escrito, el Papa destaca que la historia de Daniel Pittet puede ayudar a descubrir hasta qué punto el mal puede entrar al corazón de un servidor de la Iglesia. Y se cuestiona cómo puede un sacerdote provocar tanto mal, cómo es posible que en lugar de conducir a los niños a Dios los termine «devorando» en un «sacrificio diabólico», que destruye tanto a la víctima como la vida de la Iglesia.
«Algunas víctimas han llegado hasta el suicidio. Estos muertos pesan en mi corazón, en mi conciencia y en la de toda la Iglesia. A sus familias ofrezco mis sentimientos de amor y de dolor y, humildemente, pido perdón. Se trata de una monstruosidad absoluta, de un pecado horrendo, radicalmente en contra de todo lo que Cristo nos enseña», señala.
Francisco advierte de que la Iglesia debe cuidar y proteger a los más débiles e indefensos. Por eso debe actuar con «severidad extrema» contra los sacerdotes que traicionan su misión, y con su jerarquía, obispos o cardenales, que los hubieran protegido, como ya sucedió en el pasado.
El Papa da las gracias al autor porque –asegura– testimonios como el suyo derriban el «muro del silencio que sofoca los escándalos y los sufrimientos», arrojando luz sobre «una terrible zona de sombra en la vida de la Iglesia. Además de abrir el camino a una reparación justa y a la gracia de la reconciliación, y ayudar también a los agresores «a cobrar conciencia de las terribles consecuencias de sus acciones».