Enviados de dos en dos
XV Domingo del tiempo ordinario
Iniciamos una nueva etapa en la misión de Jesús, en la cual envía a los Doce a su primera tarea. En el nombre de Jesucristo anunciarán el Reino de Dios a través de la predicación, la expulsión de demonios y la curación de enfermos. En este punto se pone de manifiesto una novedad: se trata de una iniciativa sin paralelo en el Antiguo Testamento, puesto que los profetas eran llamados por el Señor, pero, a su vez, ellos no elegían discípulos para enviarlos a predicar. ¿Cuál es, entonces, el sentido de esta novedad? Desde luego, sería erróneo afirmar que Jesús busca colaboradores por necesidad. Más bien, ha querido implicar a personas concretas en esta tarea, para así hacerlas partícipes no solamente de una misión, sino también de su misma existencia. En efecto, no se trata de conocidos de Jesús, a los cuales un determinado día encarga una tarea precisa; la misión nace desde un hondo conocimiento mutuo previo entre Jesús y sus discípulos más allegados. De este modo surge el mandato apostólico. De hecho, apóstol significa enviado.
La identidad de la misión
Marcos incide en que los Doce salieron «a predicar la conversión». Esta concreción del contenido del anuncio apostólico no sirve únicamente para conocer sin más que los discípulos invitaban a los pecadores a un cambio radical de vida. El evangelista trata, sin duda, de subrayar también el estrecho vínculo entre el inicio del ministerio apostólico y el comienzo del anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús, que había tenido lugar con las palabras «convertíos y creed en el Evangelio» (Cf. Mc 1, 15). Con ello, se pone de relieve no solo una continuidad en la misión, sino además la idéntica misión. Junto con la predicación, Marcos afirma que «echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban». No basta, por tanto, con anunciar el Evangelio. El cometido apostólico requiere realizar determinadas acciones que pongan de manifiesto que el Reino de Dios ha llegado. Uno de los aspectos que hoy destaca es que Jesús «los fue enviando de dos en dos», conforme a la costumbre habitual entre los judíos. El anuncio en grupos de dos concuerda con una tradición anterior, pero también es un estímulo y ayuda para la evangelización. Pocas cosas materiales son necesarias para comenzar: un bastón, sandalias y ni siquiera túnica de repuesto. El desprendimiento caracteriza la disposición de quien se encamina a la misión. Los apóstoles no deben estar apegados a los bienes materiales ni a las comodidades. Por eso, este pasaje del Evangelio es claro en la presentación de un panorama bastante austero para quien es llamado a esta tarea en la Iglesia. El Señor quiere fomentar en sus discípulos el desapego no solo de los bienes materiales, sino de los propios intereses, ya que quien vive preocupado por sí mismo se incapacita para transmitir el amor de Dios a los demás. La llamada a vivir de esta manera es, en definitiva, una concreción del «bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Cf. Mt 5, 3).
Dispuestos a sufrir contrariedades
El relato que escuchamos refleja ilusión, optimismo y éxito, dado que se insiste en la gran cantidad de exorcismos y curaciones que los apóstoles realizan. No obstante, Jesús no garantiza la aceptación incondicional hacia quienes hablen y actúen en su nombre. La primera lectura de este domingo manifiesta, en el caso del profeta Amós, que los enviados de Dios no reciben a menudo una buena acogida; el mismo Señor fue rechazado en múltiples ocasiones, y la vida de la Iglesia testimonia las incontables muestras de rechazo que a lo largo de los siglos han sufrido quienes han hablado y actuado en nombre de Dios. El Evangelio nos ayuda, naturalmente, a ser conscientes de la posibilidad del rechazo pero, ante todo, trata de ofrecernos ánimo y esperanza en una encomienda que, por su misma naturaleza, transmite la salvación de Dios a los hombres, más allá de las circunstancias específicas de tiempo o de lugar con las que a lo largo de la historia se encuentren quienes son enviados por la Iglesia en el nombre del Señor.
En aquel tiempo Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y decía: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos».
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.