Entrevista al dramaturgo Juan Mayorga, autor de La lengua en pedazos. Sólo el amor habla...
… cuando la lengua está en pedazos. Bien lo sabe Juan Mayorga, Premio Nacional de Literatura Dramática por la obra sobre la vida de santa Teresa de Jesús. Después de un encuentro con ella a través del Libro de la Vida, el autor nos presenta el diálogo de un Inquisidor con la santa —en la cocina del convento de San José—, en el que intenta que regrese al convento de la Encarnación. Tema poco común en las tablas españolas
Loada sea su humildad por confrontarse con santa Teresa. Usted se ha atrevido a ponerse frente a ella, y preguntarle quién es. ¿Qué le ha respondido?
En soledad al escribir la obra, o en compañía de los actores durante los ensayos, me repetí que más importante que lo que nosotros pudiésemos decir sobre Teresa era lo que ella pudiese decir sobre nosotros y, finalmente, sobre los espectadores. Sus palabras y acciones nos interrogan.
¿Por qué eligió a Teresa?
Primero, por su palabra. Sentí que llevar esa palabra al teatro, darla a escuchar, podía despertar lo que llamo nostalgia de lengua —aunque también podría hablar de envidia de lengua—. Luego, me fue arrastrando el ser humano capaz de tal palabra, tan poderoso y complejo.
Defínamela en pocas palabras.
No podría hacerlo. Teresa es un misterio y La lengua en pedazos una obra que rodea ese misterio sin pretender resolverlo. Pero si busco palabras para hablar de Teresa, diré amor, diré valentía, diré imaginación.
Una monja desobediente que, cansada de la tibieza de su Orden, funda un nuevo convento y un inquisidor le lee la cartilla. Un tema, de primeras, un poco atrevido para el gran público, ¿no?
El teatro da a ver posibilidades de la vida humana para que el espectador las examine y, haciéndolo, se examine a sí mismo. La fe es una posibilidad de la vida humana. No puede no interesar al teatro.
Visto el resultado de su Premio y el éxito de la obra, estamos más preparados de lo que parece, a priori, a escuchar un diálogo tan fuerte sobre espiritualidad. ¿Qué es lo que más ha calado en el espectador?
Hay espectadores que han visto en la obra un conflicto entre dos formas de vivir la fe. Otros espectadores, la lucha de una mujer por conquistar un espacio en un mundo dominado por hombres. Otros, la pelea de un pequeño ser humano por defender su libertad frente a enemigos enormes. Cada espectador hace suya la obra desde su propia experiencia, y es bueno que así sea.
¿Se imaginó usted la buena aceptación de la obra? No es un secreto que un tema así no suele predominar en las tablas.
Sospechaba que la obra podía interesar a alguna gente, y por eso me empeñé en escribirla y ponerla en pie, pese a que muchos me desaconsejasen intentarlo. Pero, desde luego, no preveía que iba a ser recibida con tanto respeto.
Por cierto que, si Teresa es subversiva y rebelde —como usted se refiere a ella—, y hoy es santa y Doctora de la Iglesia, podría ser que la subversión no esté tan mal vista por la Iglesia.
El mensaje evangélico es subversivo. No conozco nada más subversivo que el No matarás y el Amaos los unos a los otros. Teresa está entre los que han sostenido ese mensaje. Pero si Teresa es historia de la Iglesia, también lo es Torquemada. En la Iglesia hay rebeldes, hay conservadores y hay reaccionarios.
¿Por qué crear a un Inquisidor sin nombre? ¿Quizá sea el espejo del hombre de hoy, o quizá es usted mismo?
El Inquisidor tuvo nombre, pero lo perdió durante el proceso de ensayos, que también lo fue de reescritura. Poco a poco, se convirtió en un personaje más abstracto, intemporal. Hay quien ha querido ver en él el representante del espectador. De hecho, la pieza se plantea como un doble juicio a Teresa, desde su tiempo y desde el del espectador, y el Inquisidor vive en ambos.
Usted dice que el ateo se siente interpelado por el ser humano que hay en Teresa. ¿De dónde cree, después de conocerla, que viene su fuerza infinita?
Creo que ella siente que sólo en el camino de Cristo alcanza la vida un sentido pleno. Y que, fuera de ese camino, la vida no vale nada. Su apuesta por Cristo es un todo o nada. De ahí nace, me parece, su coraje, su desprendimiento.
¿Usted es más Inquisidor, o más santa Teresa?
Yo soy todos mis personajes, los que admiro y los que detesto.
Termino ahora de leer su guión, y se refuerza mi fe. ¿La santa ha tenido alguna palabra específica para usted?
Teresa —yo la llamo así, a secas— no deja de hacerme buenas preguntas.
Le dedica este texto a sus padres. ¿Nostalgia de lo enseñado?
Mis padres están muy unidos a Ávila. Se conocieron en un pueblecito llamado Villatoro, de donde proceden tres de mis abuelos, y, desde luego, tienen un afecto especial hacia Teresa de Jesús. Además, mi madre se llama Teresa. Era una dedicatoria obligada.
También usted afirma que la recuperación del lenguaje es otro de los pilares básicos por los que se enfrentó a la vida de la santa. ¿Qué son para usted las palabras?
Creo que el del lenguaje es el asunto político por excelencia, y que la lucha por la libertad empieza siempre por las palabras: por la rebeldía ante las palabras que otros nos imponen. Como ciudadano y como escritor, yo me pregunto cada día quién escribe mis palabras.
¿Y qué son las palabras en La lengua en pedazos?
La obra puede ser vista como un duelo en la lengua en torno a la lengua misma. El Inquisidor llega con el objetivo de domesticar la salvaje palabra de Teresa, a indicarle qué puede decir y qué no puede decir. Finalmente, la lengua queda hecha pedazos, abierta.
¿Habrá pronto un san Juan de la Cruz?
Desde luego, Juan de la Cruz es un formidable personaje para el teatro de nuestro tiempo.