Recuerdo pocos días de otoño tan fríos como aquel. La verdad es que en Tenerife no suele hacer excesivo frío, aunque el Centro de Internamiento de Extranjeros esté en un lugar que se llame Hoya Fría. Pero había llovido mucho esos días y el alisio que venía del mar se te metía entre los huesos.
Los abrazos de dos marfileños de amplia sonrisa ponían algo de calor en aquel lugar. Hoy venían acompañados por otro joven compatriota, pero este escondía unos ojos tristes y húmedos como el frío y las hojas caídas de ese otoñal día. Después de presentarse me comenta que no es católico, pero sí cristiano, y me pide permiso para asistir a las celebraciones y rezar con nosotros.
—Estoy aquí para todos. Ven cuando quieras.
Cuando acabó la celebración, me contó que había salido de su pueblo natal hacia Abiyán hacía algunos años, y luego a Marruecos, donde reunió algo de dinero para dar el salto a Europa. Tenía un hijo pequeño al que tuvo que dejar con su madre. Y ahora se encontraba privado de libertad y sin poder enviarles dinero. Otra vida rota por el camino del sufrimiento que emprenden quienes se han quedado sin nada.
Después de casi dos meses en los que nos fuimos conociendo, intercambiamos muchas cosas. Libritos de oraciones o una Biblia en francés a cambio de su historia, su tiempo y su amistad. Rezábamos juntos y juntos nos animábamos. Cada fin de semana encontrábamos alguna frase en las lecturas de ese domingo que nos invitaban a la alegría y a la esperanza.
Tras salir del CIE, pasó por algunos recursos humanitarios hasta llegar a París, donde vivía un familiar. Al cabo de un tiempo, me llegó una foto donde me decía que estaba trabajando y le había enviado dinero a su hijo y a su mujer. ¡Estaba feliz!
Me emocioné cuando leí las últimas palabras de la carta: «Gracias por ser mi hermano y rezar conmigo. Cuando ya no tenía nada, ni ganas de vivir, descubrí que Dios no me había abandonado, que había estado conmigo todo el camino». Ahí entendí que a aquel que no tiene nada, solo le queda Dios. Y que ese Dios se colaba por entre los muros y las alambradas del CIE para consolar a sus hijos.