Encontrarse con Jesús - Alfa y Omega

Jesús no fue un gurú ascético ni un listillo que iba dando lecciones a diestro y siniestro. Jesús vivía intensamente una relación profunda con Dios, al que llamaba Abba (Papá) y que transformaba todo sur ser, su forma de mirar a los demás, de relacionarse con todos, de estar con los marginados, de no temer el qué dirán de los hombres. Esta intimidad con Dios lo hacía a la vez tan humano que era conocido como «hijo del Hombre». Y quienes se acercaban a Jesús eran transformados cuando se encontraban con Él cara a cara.

En los Evangelios se nos narran esos encuentros de Jesús con diversas personas: hay un antes y un después de estar con Él. Por eso, cuando alguien nos pide conocer a Jesús y a su comunidad, utilizamos esos encuentros evangélicos para que se acerquen, poco a poco, a la Luz que ilumina toda la vida. Ya sea con Zaqueo, que se abre a la justicia y a la generosidad; con la samaritana, que dilata sus miras espirituales; con la viuda del templo, que sabe ofrecer a Dios todo lo que tiene. Ya sea con el ciego, que intuye una luz interior; con el endemoniado, al que hace testigo entre los suyos, o con las mujeres junto a la tumba vacía, que descubren la alegría de la Resurrección. En todos esos casos, y en más, el encuentro personal con Jesús transforma las prioridades personales y nos hace cambiar al descubrir que Dios es, en sí mismo, buena noticia, Evangelio.

Aquí o allí, en cualquier contexto poco favorable a la fe cristiana, lo que hace que los discípulos sigan apegados al Evangelio es la relación personal que cada uno tiene con el Resucitado: sin esa amistad verdadera y concreta no es posible dejarse transformar. En este tiempo de Pascua recordemos que los momentos claves de la vida de la Iglesia se han construido, ayer y hoy, alrededor del encuentro de Jesús con aquellos a los que llama y envía.

«La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría», escribe el Papa en Evangelii gaudium. ¿A que a ti te pasa lo mismo?