En los calabozos - Alfa y Omega

El párroco de la iglesia de La Consolata me pidió que si podía ir a la estación de Policía de Laureles para predicar a los presos que tienen allí en los calabozos. Le pregunté: «Pero, padre, ¿de qué quiere que les hable?». Me contestó que les hablase de lo que quisiera. «Antonio, no sé, abre la Biblia y diles algo. María Cruz y Alicia te acompañarán».

Mientras íbamos de camino pensaba en cómo predicaban los apóstoles. Pedro, en el libro de los Hechos, no hacía otra cosa que predicar siempre lo mismo: que Jesucristo murió y resucitó por nosotros.

Ya cuando pasamos al interior de la estación de Policía me encontré con unos 60 o 70 encarcelados distribuidos en tres o cuatro calabozos distintos. Unos andaban sin camiseta, la mayoría con tatuajes –hasta en la cara–, y todos hacinados. Al fondo se veían unos trapos, ropas de distintos colores, y, en general rostros duros, curtidos por la vida. También era llamativo el hedor a humanidad.

Cuando me tocó hablar me decidí a seguir el ejemplo de san Pedro, y anuncié lo mismo que el anunciaba. Noté cómo, a medida que avanzaba con la predicación, sus corazones se llenaban de fervor. Al final les hice una pregunta clave: «¿Queréis confesaros, queréis entregar hoy mismo todos vuestros pecados al Señor?, ¿queréis que traiga un sacerdote y os confiese a todos?». Una buena parte de los presos, como un solo hombre, al unísono, con el corazón lleno de ardor y de verdad, respondieron un contundente y grandioso sí. Fue increíble. Fue el sí más hermoso que he escuchado en mi vida.

Con razón dice el Señor que los publicanos y las prostitutas nos llevan la delantera en el Reino de los cielos. Entendí un poco mejor ese Evangelio. Uno tiene familia, amigos y, cada vez que lo intenta, parece que se estrella contra un muro de noes. Pero estos estaban hechos de otra pasta. Quizá tenían tan presentes sus pecados que entraban con humildad en el anuncio. Lo aceptaban con un corazón sencillo. Al volver a la parroquia se lo dije al cura: «Padre, se quieren confesar».