Ministerio de Música - Alfa y Omega

No pudimos montar el coro para la Eucaristía de las cuatro de la tarde en el grupo de jóvenes del barrio Nueva Jerusalén: las muchachas se sentían algo tímidas. La vergüenza les impidió ponerse delante del micrófono que come niños y los 200 ojos de la asamblea.

Confieso que a mí me pasaba lo mismo cuando tenía su edad: cómo no recordar la exposición pública de los trabajos de la universidad o los exámenes orales, o aquellas primeras ocasiones en las que, vestido de toga, me tocaba exponer los argumentos a los jueces en los juzgados de instrucción de plaza de Castilla. Los pilotos de Fórmula 1 han hablado muchas veces de ese nerviosismo que sienten al inicio de las carreras. Y los toreros en las plazas se refugian en la capilla, aprietan las medallas, se encomiendan, se bañan en sudores fríos, antes de salir al ruedo. También a los apóstoles les sucedió algo parecido, pero gracias al Espíritu Santo pudieron salir victoriosos de todos esos miedos, vergüenzas e inseguridades. ¡El Espíritu Santo es mucho Espíritu Santo!

El caso es que, al despedir a aquel grupo de jóvenes, me quedé un rato en la banca tocando la guitarra. Como había más niños jugando por ahí, en el salón, enseguida se acercaron atraídos por la música. Pronto los invité a cantar conmigo una canción. Después otra y otra. Cuando los vi animados, les dije que en 20 minutos teníamos que cantar estas canciones en la Misa. Rápidamente hicimos otro repaso y salimos a la plaza con los trastos, las capas y la media verónica.

En una ocasión, los apóstoles le dijeron al maestro que no había pan para alimentar a 5.000 hombres; parecía imposible, pero Jesús multiplicó los panes y los peces. Aquí tampoco había música para los 50 de la asamblea ni voces para aplacar el miedo de los micrófonos, pero yo no sé de dónde aparecieron estos cuatro chavales que se atrevieron con todo. El Espíritu Santo, una vez más, se lució. Y no sé a cuántos oídos llegaron aquellas canciones que cantamos en la Misa de las cuatro de la tarde. No sé si a los 50 que había allí o al universo entero, contando con los ángeles.