Un gran amanecer - Alfa y Omega

Hace una semana formamos el primer grupo de jóvenes del movimiento. La Escuelita de Fe nos confió a seis de sus muchachos y durante la primera reunión pedí a los jóvenes que contaran algún detalle de sus vidas para conocernos mejor. Una muchacha tomó la palabra para compartir ciertas cosas que no soportaba de su vida familiar: nos dijo que tenía que compartir la habitación con otros familiares, que algunas veces le cogían el cargador del móvil sin permiso, y que en la casa siempre le mandaban a ella a hacer todos los recados. Un listado de molestias que dibujan un poco la vida de cualquier joven.

Y no tan jóvenes. Porque a mí, que soy ya un hombre hecho y derecho, también me molestan muchas cosas. Como aquella incomodidad que sentí aquel día en que mi mujer, compadecida, quiso acoger en casa a una madre venezolana con sus dos niñas a las que habían echado de una casa por no pagar el alquiler. Las acogimos sin apenas conocerlas. Pero confieso, para vergüenza mía, que para aceptar esta situación tuve que hacerme un poco de violencia, luchar contra un sentimiento interior de rechazo que salía del fondo de mi corazón. Pude aceptarlo gracias a unas palabras del Evangelio que salieron en mi ayuda, se me clavaban por dentro como clavos ardientes: «Lo que hagáis a uno de estos me lo hacéis a mí», «el que me ama, guarda mi Palabra». Comprendí que estas cosas son pruebas que sacan a relucir nuestra verdad.

Tatiana necesitaba una respuesta, y ambos la gracia del Espíritu, una bendita luz que viniera a iluminar eso que no soportamos de los demás. Recordé entonces lo que decía la carta a los Romanos y le dije: «Tatiana, todas las dificultades que vivimos en la vida son para bien de los que aman a Dios. Dios purifica así nuestros corazones: los recados, para ejercitar la obediencia; el cargador del móvil que te cogen sin permiso, para hacernos generosos y tolerantes; la habitación que tenemos que compartir, para ejercitar la hospitalidad. Dios nos bendice así». Luego miré al horizonte y allí estaba el ocaso del día, pero también el anuncio de un gran amanecer.