En palabras del Papa Francisco, «la Eucaristía es el corazón palpitante de la Iglesia, la genera y regenera, la reúne y le da fuerza». Muchas celebraciones de estos días han girado en torno a la alabanza de la Eucaristía.
En el domingo de la Santísima Trinidad, en El Toboso, las monjas trinitarias celebran desde hace más de 100 años una pequeña procesión eucarística que recorre las calles aledañas al conocido como El Escorial de La Mancha. Con ello nos recuerdan que en el Sacramento de la Eucaristía «todo nos viene del Padre, por medio del Hijo encarnado, Jesucristo, en la presencia en nosotros del Espíritu Santo».
En el día del Corpus Christi las procesiones no han podido salir, se han realizado dentro de iglesias y catedrales —Corpus chico lo llaman algunos—. Lo que no ha faltado son momentos íntimos de oración ante Jesús Sacramentado.
Tampoco se han representado algunos de los muchos autos sacramentales que desde el Siglo de Oro nos ha dejado la literatura española y que últimamente se han recuperado en muchas lugares. El auto sacramental formaba parte de la celebración del Corpus. En un principio se representaba dentro de la iglesia. «¿Qué son autos?», se preguntaba Lope de Vega, «comedias/a honor y gloria del Pan / que tan devota celebra / esta coronada Villa / por su alabanza sea / confusión de la herejía / y gloria de la fe nuestra / todas historias divinas».
En el auto sacramental los grandes protagonistas son Dios, el hombre y el diablo. En el centro, el misterio fascinante de la Eucaristía. El gran teatro del mundo, La cena del rey Baltasar… En El mágico prodigioso, Cipriano, su protagonista, define así al Dios verdadero: «[…] Suma bondad, suma gracia, / todo vista, todo manos, / infalible, que no engaña, / superior, que no compite, / Dios a quien ninguno iguala, / un principio sin principio, / una esencia, sin substancia, / un poder y un querer solo; / y como este haya / una, dos o más personas, / una deidad soberana / ha de ser sola en esencia / causa de todas las causas».