El tesoro de una misionera - Alfa y Omega

Ayer me escribió Paty y me envió algunas fotos del jardín y del colegio. Los tomates han resistido a las lluvias, han salido las primeras berenjenas y algunos chavales han vuelto a la escuela. Son los de 13º, 11º y 5º; tienen que prepararse para los exámenes oficiales. En las fotos se ve a los de 5º, que me dan mucha lata, pero por los que siento debilidad. Todos con sus mascarillas, bien separados, en las clases recién pintadas y muy atentos. Parece que la pandemia ha hecho desaparecer su encantadora dispersión.

Por la noche hablé con Ania. El Gobierno ya permite que se celebre la Eucaristía con la comunidad de fieles, aunque con aforo muy limitado. Se han multiplicado por tres las Misas dominicales y durante la semana el párroco y el asistente recorren las capillas de los states para que todos los cristianos puedan participar del sacramento. A mis hermanas también les han dado ya permiso oficial para retomar las visitas a los ancianos y enfermos y brindarles la Comunión. Ha sido un tiempo duro para muchas personas, con hambre en el cuerpo y en el alma.

Yo llevo un mes en España y no hay día que no piense en mi gente. Mis hermanas, los chavales, los profes, la gente de la parroquia, los niños de la catequesis, las viejecitas a las que visito y sus familias, nuestros vecinos. La misión imprime carácter. Sin ser muy conscientes cuando estamos metidas en harina, los pueblos que nos acogen nos modelan. Y nos regalan un equipaje muy especial. Por un lado es ligero, porque buena parte de lo que somos, de lo que hacemos y de lo que creemos se queda con ellos. Por otro, tiene calado, porque aun desviviéndonos, ¡es tanta la vida que el Buen Dios nos regala a través de la gente y de todas las alegrías y sufrimientos compartidos!

Estoy en casa para acompañar a mi familia en una situación de dolor y enfermedad. No está siendo fácil. Creer no da la magia para hacer que el sufrimiento desaparezca. Pero en Cristo sí encuentro consuelo, esperanza y fortaleza para continuar caminando cada día humildemente junto a los míos. He tenido que abrir el equipaje y tirar de lo atesorado en estos años. Hoy te doy gracias, Señor, por la fe y el amor a la familia tan sinceramente vividos por el pueblo esrilanqués. Este tesoro inmerecido está iluminando este tramo del camino.