El santo al que todas querían en el paritorio
El fundador de lo que hoy es el hospital Santa Cristina, la primera maternidad moderna de Madrid, está un paso mas cerca de los altares. El 16 de junio se envió a Roma la causa de canonización de José Gálvez Ginachero, que fue médico y alcalde de Málaga. Durante la guerra y los años posteriores, Gálvez salvó la vida de muchas personas
Cuando el doctor José Gálvez Ginachero (1866-1952) entró en 1904 en la inclusa –centro para madres solteras o pobres– de Madrid, «le parecieron un horror las condiciones en las que estaban las mujeres». Lo cuenta Miren Larrea, una de sus biznietas. Él era uno de los ginecólogos más prestigiosos de España. «Tenía una tasa de supervivencia de madres y bebés altísima, por las medidas de asepsia que había aprendido en Alemania. Muchas mujeres querían que las tratara él».
A través de una de ellas, la marquesa de Silvela, logró llegar a la reina María Cristina. «Le dijo que Madrid tenía que tener una maternidad con estándares europeos». 20 años después, su proyecto vio la luz: la Casa de Salud Santa Cristina –hoy hospital general– y la segunda escuela de matronas de España. La primera la había fundado él mismo en Málaga, su ciudad natal, donde también impulsó la creación de una Facultad de Medicina.
La causa llega a Roma
El 16 de junio se clausuró en Málaga la fase diocesana de su causa de canonización. Su currículum es difícil de abarcar: padre de familia, médico y dueño de una consulta privada en la que junto a marquesas atendía a mujeres sin recursos; director durante 58 años del Hospital Civil; alcalde de Málaga entre 1921 y 1926; presidente del Patronato del Asilo de los Ángeles; coimpulsor de las Escuelas del Ave María, para las que donó un solar; cooperador salesiano, adorador nocturno y miembro de Acción Católica. Labores que, en su mayoría, simultaneaba. «Solo podía hacer tantas cosas con la ayuda de Dios –opina Larrea–. Puso todos sus talentos a Su servicio, y el Señor multiplicó esos panes y peces».
Francisco García Villalobos, postulador de la causa, destaca «su carácter de hombre de fe, de profunda espiritualidad, que sigue siendo para los hombres y mujeres de hoy un modelo muy vigente, especialmente para los laicos y profesionales que intentamos seguir a Cristo desde nuestra familia y nuestro trabajo».
Generoso y detallista
Uno de los rasgos más característicos del malagueño era su generosidad. Casado con una mujer acomodada y con una consulta médica privada, murió con muy poco. «Como lo he ganado, lo he gastado», afirmó. «Nunca cobró su sueldo del hospital –narra su biznieta–. Se lo daba a la religiosa encargada de las necesidades del centro. Y costeaba para este los mismos aparatos que compraba para su propia consulta. Cuando fue alcalde de Málaga, pagó de su propio bolsillo» algunas obras cuando se acababan los fondos. Financiaba los proyectos de los salesianos, daba donativos mensuales a muchas personas y llegó a ir por las casas pidiendo limosna para los ancianos del Asilo de los Ángeles.
Esta generosidad se combinaba con detalles que muestran una gran delicadeza en el trato con los demás. Las pacientes que llegaban en el último tren no debían temer si este se retrasaba, porque las esperaba. Trataba él mismo a los pacientes de lepra y los domingos iba a la leprosería a desayunar y a Misa con ellos. Y, cuando llegaban las fiestas en agosto, se preocupaba de que los niños que se quedaban internos con los salesianos tuvieran alguna propina para la feria.
«Toda Málaga se echó a la calle para acudir a su funeral», destaca Francisco Rosas, delegado diocesano de Pastoral de la Salud y ginecólogo jubilado. El recuerdo sigue vivo: «En el Hospital Civil, en varias ocasiones me he encontrado a mujeres que iban al paritorio con una foto del doctor Gálvez».
María Martínez López / Ana Medina
Madrid / Málaga
Un aspecto del doctor Gálvez que impacta especialmente a su biznieta Miren Larrea es su labor durante la Guerra Civil. «Una de sus hijas estuvo presa del bando republicano y perdió a un bebé. Él mismo fue detenido varias veces. Una de ellas, dos leprosos amenazaron al gobernador con escaparse todos de la leprosería» si no le ponía en libertad.
A pesar de todo, el médico no dudó en ayudar a personas de los dos bandos. «En el sótano de su clínica escondió a familias católicas y nacionales, y en el hospital metía a sacerdotes en habitaciones con el cartel de “altamente infeccioso”». Al tomar Málaga los nacionales, «hizo lo mismo con milicianos y republicanos que no tenían delitos de sangre», en colaboración con el cónsul de México, masón, que escondió a católicos, nacionales y republicanos.
Una vez tomada la ciudad, «se presentó voluntariamente a varios consejos de guerra para testificar en defensa de republicanos que habían actuado rectamente. Los republicanos le habían destituido como director del Hospital Civil. Cuando juzgaron al médico que lo sustituyó, el doctor Gálvez se presentó y dijo que había hecho un dignísimo trabajo y que respondía de él. Fue de los pocos casos en los que se absolvió a alguien. Nos lo contó el hijo de este médico». Este hijo tenía 9 años cuando murió Gálvez, y le contó a Larrea que su padre le obligó a ir con él al funeral bajo una lluvia torrencial. «Me dijo –explicó a la biznieta– que “era un santo”. Mi padre era socialista y no rezaba nunca, pero cada año, por san José, me llevaba al cementerio a rezarle al doctor».