El sacerdote dominico José Antonio Martínez Puche, asaltado en Abiyán. «Estoy mejor que nunca» - Alfa y Omega

El sacerdote dominico José Antonio Martínez Puche, asaltado en Abiyán. «Estoy mejor que nunca»

El sacerdote dominico José Antonio Martínez Puche nunca se imaginó que, a sus 70 años y recién llegado a la misión en Costa de Marfil , la muerte le rondaría a través de las manos y el revólver de unos asaltantes armados que entraron a robar en el Seminario Redemptoris Mater de Abiyán. Lejos de tener miedo, este suceso «me confirma que estoy donde Dios quiere, y para lo que Dios quiere», y reconoce, tras el susto inicial, que la experiencia del sufrimiento que le ha concedido el tener tan cerca la muerte «me hace sentirme más cerca de las personas que he conocido en estos dos meses, rodeadas de pobreza y delincuencia, de familias deshechas, de jóvenes entregados a la droga y al sexo…». Ahora comienza «una vida nueva de mayor fidelidad a Cristo»

Cristina Sánchez Aguilar
El padre José Antonio, el día de su cumpleaños, celebrándolo en el Seminario Redemptoris Mater de Abiyán.

«Un, deux et trois, fueron las cuatro palabras que suponía que iban a ser las últimas que llegarían a mis oídos en esta vida. Las pronunció un atracador, empuñando un revólver pegado a la sien izquierda del padre Thomas Kubala, rector del Seminario Redemptoris Mater de Abiyán». Eran las 4 de la mañana del lunes 3 diciembre –curiosamente, festividad de san Francisco Javier– en Costa de Marfil, y el padre dominico José Antonio Martínez Puche recibía su bautismo de fuego en la misión que emprendió hace apenas dos meses (en el número 803 de Alfa y Omega, don José Antonio nos contaba que acababa de pisar la tierra africana tras toda una vida al frente de la editorial Edibesa).

Tres jóvenes, uno de ellos armado, irrumpieron durante la noche en uno de los edificios del Seminario en busca de un botín muy concreto: el dinero de las colectas parroquiales –aunque dicho dinero no estuviese allí, ya que se queda en cada parroquia con la que los seminaristas colaboran–. Ordenadores, relojes, la cadena con una cruz y una medalla de la Virgen de la Consolación, Patrona de Molina de Segura (Murcia), regalo de la madre fallecida del padre Martínez Puche, y hasta un rosario que llegó con el cuerpo sin vida de la hermana de uno de los seminaristas, fueron los trofeos que se llevaron tras unos minutos infernales.

El padre José Antonio, durante la exposición del Santísimo, en la capilla.

Dejaron una nariz rota –que ha necesitado operación quirúrgica–, la de Juray, un seminarista croata al que sacaron de la ducha a empujones, numerosas contusiones, y al rector del Seminario, el padre Thomas, tendido en el suelo de su cuarto de baño, con un fuerte golpe en la cabeza que cubría de sangre toda su cara.

«Fueron momentos de fe viva, de oración silenciosa e ininterrumpida», cuenta el padre Martínez Puche, quien, inmovilizado junto a la pared, veía cómo golpeaban al Rector en su habitación. «Escuchaba al padre Thomas rezar el Avemaría y me uní a él, con voz muy baja. En nuestra oración, era insistente la súplica por la vida de los seminaristas, con profunda fe y esperanza en el Señor. En el padrenuestro, pedíamos convencidos Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad. Y perdonábamos de corazón a los que nos estaban ofendiendo brutalmente», recuerda. «Sentí profundamente ese amor al enemigo, imposible humanamente en aquellas circunstancias –afirma–, porque allí, con nosotros, estaba el Señor, y nos concedía ese perdón. Realmente, ellos eran dignos de compasión».

Un final feliz

Algo movió a los bandidos a marcharse sin quitar la vida a nadie. «Los ladrones escaparon con su botín y nuestra vida se había salvado», cuenta el padre José Antonio, «y la vida del alma había crecido considerablemente en unión con Cristo».

Días después del susto, el sacerdote dominico afirma estar «mejor que nunca, porque el Señor me ha traído a la misión para preparar mi recta final de la vida, en la que me está dando a conocer qué es lo único necesario. Todo lo que ha pasado me confirma que estoy donde Dios quiere, y para lo que Dios quiere». Y recalca: «Nuestra vida está en manos de Dios, no en la arbitrariedad de unos pobres ladrones, y, por el momento, el Señor me deja en este mundo; a partir de esta vivencia tan profunda, me queda la impresión de que comienzo una vida nueva, en la que Cristo me llama a una mayor fidelidad e intimidad con Él».

«También me ha concedido la experiencia del sufrimiento, que me une más a Él en la Cruz y me hace más cercano a los demás», expresa el padre José Antonio, quien, en estos dos meses de misión, ha visto «mucha pobreza, familias completamente deshechas… Esta gente necesita entrega y cariño, y que se les dedique tiempo». Tiempo que es fructífero si está bien encaminado. El padre Martínez Puche pone el ejemplo de un muchacho cuya vida «ha estado siempre rodeada de droga, violencia, sexo…, pero a los 18 años se encontró con el Evangelio -era animista-, fue bautizado y hace pocos años comenzó a caminar en una Comunidad Neocatecumenal. Ahora es un hombre nuevo fantástico. Conocer historias como la suya, me hacen un bien inmenso, y pienso… ¿yo, que llevo 70 años dentro de la Iglesia, cómo no estoy loco por Cristo, si éstos, que acaban de encontrarlo, están volcados en su vocación cristiana?».