A partir de dos casos reales que tuvieron lugar en Estados Unidos donde dos niños sufrieron acoso escolar, bullying, por llevar una mochila de Mi pequeño poni, Paco Bezerra como autor y Luis Luque como director han gestado esta pieza que pretende sacar a la luz los claros y oscuros del acoso escolar donde las verdaderas víctimas son los niños. Todo lo demás, no importa.
Luismi tiene nueve años y es una víctima de bullying. A sus padres los llaman una y otra vez del colegio, primero para sugerirles que su hijo no lleve esa mochila que incita al acoso, para después aconsejarles que cambien al pequeño de centro de estudios. El drama está garantizado con las diferentes agresiones a las que Luismi se ve sometido por las mañanas, para llegar a su casa y toparse con la incomprensión de unos padres que no saben cómo afrontar una situación que se les escapa de las manos.
Lo interesante de la obra es precisamente eso, que se traslada la reflexión sobre el bullying al ámbito familiar, no para criminalizar a las familias, sino para evidenciar las carencias, miedos y miserias que se gestan entre las cuatro paredes de una casa. Ante esto, uno se tiene –se debe– preguntar si aceptamos o no al diferente, si amamos o no al que no se deja llevar por los que siguen un mismo rumbo, la mayoría.
No se trata de una obra de buenos o malos, los maniqueísmos sobran cuando la víctima es el protagonista presente que sobrevuela la sala sin estar. La falta de medios, la necesidad de ocultar lo que sucede, el consentimiento por parte que aquellos que asisten impasibles al maltrato voraz sobre Luismi y que son igual que Luismi, seres pequeñitos y angelicales de nueve años también, capaces de levantar un puño o de silenciar sus bocas; las dudas, las vergüenzas… Todo entra en el mismo saco de esto que llaman bullying.
Irene (María Adánez) y Julián (Roberto Enríquez) son los padres de Luismi. Piezas necesarias sobre los que recae, al menos, esto de querer al diferente. Lo aman, claro está, pero por momentos les vencen el miedo y el egoísmo sale a flote. La vergüenza y el orgullo les marcan el camino para encontrar una solución para su hijo pero, sin saberlo, solo la oscuridad y el dolor es lo que aflora en esa casa que cada vez se vuelve más silenciosa, más lejana.
Uno desde la butaca se siente como un intruso que se permite el lujo de juzgar a esos padres. Entre la impotencia y la rabia uno se revuelve en el asiento. También por momentos el rubor sube a las mejillas por odiar y amar al mismo tiempo decisiones y pensamientos, para descubrir de inmediato que esos padres no son para nada diferentes a lo que somos. Da igual tener o tener a un Luismi cerca de nosotros, todos, absolutamente todos somos responsables de los monstruos que alimentamos a nuestro alrededor.
Diferentes somos todos, como saben. Pensamos diferente, reímos diferente, lloramos diferente…¿Será este mundo el mejor de los mundos para que lo pueblen los diferentes? ¿Estamos preparados para el reto?
Esta es de esas obras necesarias. Muy necesaria. Saldrán del teatro con un agujero en el estómago y rabia de más. También se sentirán cómplices, víctimas y verdugos; todo a la vez. Pero siempre hay una luz, una esperanza tenue que se filtra, como la luna, para confiar en que el acoso escolar acabará por desaparecer. Se lo debemos.
★★★★★
Teatro Bellas Artes
Calle Marqués de Casa Riera, 2
Sevilla, Banco de España
Hasta el 16 de octubre