El Papa se ha reunido con sacerdotes, religiosos, consagrados y seminaristas en el Collége Saint Michelle de Antananarivo (Madagascar) a los que ha pedido derrotar «al mal espíritu en su propio terreno». «Allí donde nos invite a aferrarnos a seguridades económicas, espacios de poder y de gloria humana, responded con la disponibilidad y la pobreza evangélica que nos lleva a dar la vida por la misión», ha aconsejado.
En este sentido, ha alertado de que muchas veces es posible «caer en la tentación» de pasar horas hablando de los «éxitos» o «fracasos», de la «utilidad» de las acciones, o la «influencia» que puedan tener. Y ello, tal y como ha reflexionado, suele conducir a soñar con planes apostólicos «expansionistas, meticulosos y bien dibujados, pero propios de generales derrotados» que terminan por negar su historia, al igual que la de su pueblo, «que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio y la constancia en el trabajo que cansa».
El Pontífice también ha pedido huir de los «habriaqueísmos» (centrarse en lo que habría que hacer) a través de la alabanza que devuelve el gusto por la misión y por estar con el pueblo, para que la actividad misionera no tenga algunas veces «poco sabor a Evangelio». Así, en el último discurso previsto en Madagascar, segunda parada de su periplo africano, les ha pedido que no se transformen en «profesionales de lo sagrado». «Por favor, no nos dejemos robar la alegría misionera», ha exclamado.
Además, ha instado a vencer el mal en nombre de Jesús a través de pequeñas batallas como enseñar a alabar a Dios o con sencillez el Evangelio y el catecismo; visitar y asistir a un enfermo o brindar el consuelo de la reconciliación. «Es así como, en su nombre, vencen al dar de comer a un niño, al salvar a una madre de la desesperación de estar sola para todo o al procurarle un trabajo a un padre de familia. Es un combate ganador el que se lucha contra la ignorancia brindando educación»; también es llevar la presencia de Dios «cuando alguien ayuda a que se respete, en su orden y perfección propios, todas las criaturas evitando su uso o explotación; y también los signos de su victoria cuando plantan un árbol, o hacen llegar el agua potable a una familia», ha resumido.
En definitiva, les ha recordado el sencillo «ve y escucha» lo que, según ha señalado, ni sabios ni profetas ni reyes pueden ver ni escuchar: «la presencia de Dios en pacientes y aigidos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos. «Dichosos vosotros y dichosa Iglesia de los pobres y para los pobres», ha recalcado.
Esa Iglesia, según ha concluido, es la que vive impregnada del perfume de Dios y vive alegre anunciando la buena noticia a los descartados de la tierra, a aquellos que «son los favoritos de Dios». Así, a todos los religiosos les ha invitado a seguir siendo, con sus comunidades, signos de la presencia viva de Dios.